jueves, 30 de septiembre de 2021

I04 INTERLUDIO: MAR INTERMINABLE

 

Lo primero que vio al abrir los ojos fue una mancha rojiza flotando frente a ella. Hicieron falta un par de parpadeos para enfocar su vista y darse cuenta de que lo que tenía delante era un rostro sonriendo tímidamente. Una joven vas andarte de piel rojiza y cabellos plateados, con sus ojos compuestos de forma almendrada fijos en ella.

"¡Hola!", dijo.

Meredith Alcaudón levantó una ceja, "¿Hola?"

"Ah, Meredith, bienvenida de vuelta al mundo de los despiertos", dijo otra voz.

Meredith Alcaudón giró la cabeza, no sin cierto esfuerzo, y pudo ver a Tobal Vastra-Oth sentado a los mandos de la lanzadera en que se encontraban. La silla de pilotaje ligeramente girada para que él pudiese volverse hacia ella y saludarla con un gesto de su cornamentada cabeza.

Ah, sí, pensó Meredith, Estamos en la lanzadera de Bacta.

"¿Cuánto llevo inconsciente?", preguntó, intentando incorporarse. Se dio cuenta de que no pudo, su cuerpo apenas respondiendo al estímulo. Podía sentir los dedos de sus pies con un hormigueo incómodo así que no creía que fuese algo permanente, era más bien como si su cuerpo aún estuviese dormido y solo hubiese despertado de cuello para arriba.

"Un día. Te he acomodado todo lo que he podido en uno de los asientos de la cabina a modo de camilla improvisada. Habría usado el camastro del habitáculo en la zona de carga pero..."

"Pero había que usarlo como celda improvisada para el señor Bacta", remató la joven vas andarte.

Meredith volvió a centrar su atención en ella. La vas andarte era joven, muy joven. Dado que eran una de las especies más similares a los humanos junto con los atlianos su edad no era algo difícil de determinar. Estaba sentada en el asiendo frente al suyo, con sus manos entrecruzadas y jugando con sus pulgares en un signo de nerviosismo. Meredith se dio cuenta de que tenía las muñecas y los pies atados con lo que parecían correas. Y el uniforme que vestía...

"Eres una operativa. Una de las que estaban con Bacta en el hangar", dijo Meredith, "La que noqueé."

"Si, hum...", respondió la muchacha inclinando su cabeza, "Noté como si me dieran un golpe dentro del cráneo. Desperté justo cuando el señor Vastra-Oth acababa de encerrar al señor Bacta y se disponía a cargar provisiones antes del despegue."

"La pregunté si iba a atacarme", intervino Tobal, "Dijo que no, pero no me fiaba del todo. Fue su reacción al preguntar por su compañero lo que me llevó a subirla a bordo, tomando ciertas precauciones."

La vas andarte continuó cabizbaja, "Malkos era un buen compañero. Era más veterano que yo y siempre tenía paciencia conmigo, no como el señor Bacta", explicó, "El señor Bacta... al principio no quería creer que hubiese matado a Malkos al intentar matarles a ustedes, pero es la clase de cosas que sé que haría. Para él éramos intercambiables. Mi puesto antes estaba ocupado por alguien a quien usó de cebo en una misión, sin miramientos."

"No es el único motivo por el que decidí traerla con nosotros...", comenzó Tobal, antes de que Meredith lo interrumpiera.

"¿Cómo te llamas?"

"Ah... Goa. Goa Minila, señora."

"No soy xenobióloga, pero siempre he pensado que tengo bastante buen ojo. Los vas andarte sois condenadamente altos y cambiáis poco de aspecto pero... No tienes más de catorce años estándar. Quince a lo sumo ¿Me equivoco?"

"Catorce y medio, señora. Creo. No estoy segura de mi edad cuando fui acogida por la organización, pero debía tener unos tres o cuatro años."

Un tema espinoso, alguien tan joven metido en asuntos de esa índole.

La guerra había comprometido muchas cosas. Soldados en la minoría de edad eran algo más común de lo que habría sido aceptable siglos antes en las áreas más en riesgo por las invasiones garmoga. De los mismos Riders, dos de ellos habían sido menores según los parámetros de edad humanos cuando iniciaron su carrera.

Pero por horrible que fuese, jóvenes soldados en una guerra por la supervivencia de la galaxia seguía siendo algo muy distinto a pertenecer a una organización especializada en el asesinato.

Acogida por la organización, pensó Meredith, Si no me equivoco eso es poco menos que un eufemismo para decir que sus padres o tutores fueron objetivo de algún trabajo de los operativos y que el agente de turno al encontrarse a una niña pequeña decidió llevársela consigo.

Pudo ser frío pragmatismo al reconocer un potencial uso. Pudo ser un atisbo de piedad al no querer segar una vida tan joven. Daba igual, el resultado era el mismo. Una vida truncada destinada a convertirse en un engranaje más de la organización de asesinos y mercenarios más prominente de la galaxia.

"Mi hija mayor tiene la misma edad", dijo Tobal, "Sabiendo eso..."

"Eres un mendrugo, Tobal", dijo Meredith.

"¿Perdona?"

"Expresión humana... un mendrugo, un pedazo de pan... Agh, al menos la has atado."

"Era consciente de los riesgos Meredith", replicó Tobal con cierto reproche, "Pero asesina o no, no iba a dejarla a su suerte en Pealea. Y tampoco iba a encerrarla a solas con Bacta."

"Asesina en prácticas", musitó Goa.

"¿Qué ha pasado en Pealea, por cierto?", preguntó Meredith.

"No tenemos la menor idea, la verdad", respondió Tobal, "El sistema de comunicación de esta lanzadera está dañado y solo se perciben transmisiones parciales. Parece que además del ataque garmoga en Pealea se produjo uno simultáneo en Camlos Tor."

"¿En la capital del Concilio?", preguntó una incrédula Meredith, "Eso es... joder."

"Cuando puse la nave en marcha el túnel de eyección llevó a un acceso de salida en unas colinas lejos del entorno urbano. Apenas quedaban restos de enjambres garmoga revoloteando y no fue difícil esquivarlos. No pude ver mucho, pero por los destellos de luz que iluminaban la atmósfera creo que uno de los Riders y su Dhar seguían allí."

"Al menos no terminamos convertidos en comida de abominaciones espaciales... ¿A dónde vamos ahora?"

"Bueno, ahora mismo estamos a velocidad sublumínica en el Sistema Faros. Tenía planeada una parada rápida en una estación de tránsito para cargar bien el hipermotor y de ahí saltar a Venato. Conozco gente allí que puede darnos estancia segura. No sabía cuánto tiempo ibas a estar inconsciente después de lo que hiciste..."

"Solo he estado noqueada un día. Es una mejora respecto al coma de una semana de la primera vez que usé la Sinergia, aunque aún no puedo moverme y empiezo a notar los signos de una futura jaqueca", dijo Meredith, "Y si, Venato suena bien, un respiro antes de seguir lidiando con Bacta."

"Ha sido un prisionero extrañamente sumiso, despertó hace unas horas", indicó Tobal.

"Creo que les tiene miedo", dijo Goa, "Bueno, a usted sobre todo señorita Alcaudón."

"¿Has revisado bien el habitáculo? ¿Seguro que no tendrá alguna sorpresa escondida ahí dentro para jodernos en cuanto bajemos la guardia?"

"Lo revisé a fondo antes de encerrarlo. Había dos dobles fondos y una falsa pared, con armas guardadas. Lo vacié todo y usé un hechizo de rastreo como extra. Con eso encontré esto...", Tobal se sacó del bolsillo una especie de dispositivo de pequeño tamaño con un brillante botón rojo, "Goa aquí presente dice que es un botón del pánico."

"Si lo presionan manda una señal a la Central y un equipo de operativos es enviado a hacer limpieza", explicó la joven vas andarte, "Pero no les recomiendo usarlo. Suelen mandar un destacamento entero y muchas veces la 'limpieza' es del tipo expeditivo."

"Me lo imaginaba", gruñó Meredith, "¿Aparte de esto Bacta no ha dicho nada?"

"Intenté hablar con él, pero no ha abierto la boca", dijo Tobal, "Y no me he puesto a interrogarlo en serio, esperaba a que tu despertases. No sé cuánto podrá decirnos, pero Goa ha tenido otra idea que podría sernos útil."

La muchacha asintió repetidamente y de forma entusiasta.

"Hay que ir a Esbos. Es donde está el centro de formación donde me crié. Camuflado como un orfanato. Uno de los tres Supervisores de allí debería tener accesos a los archivos de la organización. Al menos hasta cierto nivel."

Meredith volvió a posar su mirada de nuevo en la joven vas andarte. Parecía sincera, demasiado sincera. Pero al mismo tiempo sus instintos, por extraño que fuese, no le estaban gritando señales de alarma. No había ningún subterfugio allí.

Eso lo hacía todo más extraño.

"¿Por qué nos ayudas tan abiertamente, Goa?"

Los ojos insectoides y almendrados de la muchacha se abrieron de golpe antes de que una expresión de tristeza cayese sobre su rostro, de nuevo cabizbajo.

"Malkos", dijo, "El señor Bacta mató a Malkos sin importarle nada. Y si los hubiese matado a ustedes creo que se habría marchado dejándome allí a mi suerte. Siempre ha sido así con él, tiene una reputación como Supervisor... sus asistentes y operativos a su cargo no duran mucho. Medra con sus sacrificios."

La joven se detuvo un momento, tomando aire con un sollozo contenido, "Nunca he sido muy buena en esto ¿sabe? Cumplía lo mínimo, y el condicionamiento moral... bueno, el matar a alguien no es el problema para mí. Es sólo que se me da mal."

Cinco infiernos, pensó Meredith con expresión de incrédulo pasmo.

"Mis resultados no eran satisfactorios, pero nunca causé daños graves ni rompí las normativas", continuó Goa, "Sé que querían deshacerse de mi desde hace un tiempo, pero no tenían una causa legítima. Son muy obsesos con seguir las normas internas en ese sentido. Nada de desperdicios, dicen."

"Así que te pusieron bajo la supervisión de alguien con reputación de sacrificar a quien tenía a su cargo  con cierta frecuencia, pero siempre dentro de los parámetros de cumplimiento de cada encargo o misión", dijo Meredith.

"Si... y no me importaba, la verdad. Pero que matase a Malkos... Malkos era útil. Malkos era listo. Él... Malkos era bueno conmigo. Me enseñó trucos con las armas, me repitió viejas lecciones de forma que me resultaban más sencillas de entender... Terminar conmigo tendría sentido, pero Malkos...", el rostro de la joven vas andarte se ensombreció, "Es un desperdicio, matarle fue un desperdicio ¡Y si los superiores del señor Bacta están de acuerdo con esa incompetencia, nunca han tenido derecho a juzgar la mía!"

Goa exclamó las últimas palabras en un exabrupto de furia apenas contenida. Al instante, abriendo los ojos con pánico, volvió a retraerse en sí misma musitando una disculpa casi inaudible.

Vale, se dijo Meredith, Parece que vamos a tener que llevar con nosotros a una adolescente asesina potencialmente torpe y de moral ambigua, intentar interrogar a su ex-jefe y... ¿qué me dejo? Ah, sí.

"¿Tobal? Más vale que tus colegas de Venato puedan conseguirme unos cuantos ordenadores", dijo.

Tenían que lidiar con los operativos y averiguar quién había puesto el contrato inicial sobre su cabeza y la del desafortunado esposo de Tobal.

Pero Meredith no había olvidado la masa de datos encriptada pendiente de descifrar que le había dejado su difunto amigo, el lazo que todo aquello parecía tener con Rider Black, y qué era sin duda la aguja de aquel condenado pajar de conspiraciones que parecía haber salido de la nada.

Esto es mi vida, pensó.

Volvió a sumirse en el sueño, escuchando la voz ya más calmada de Goa preguntando algo con timidez a Tobal, la respuesta de éste fundiéndose con el murmullo de los motores de la pequeña lanzadera que surcaba la negrura estrellada del Mar Interminable.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

I03 INTERLUDIO: MUNDOS DE FRONTERA

 

La palabra estercolero habría sido una descripción benevolente del lugar, en opinión de Carason.

El planeta... bueno, ni siquiera era un planeta de verdad. Un planetoide, un planeta enano. Poco menos que un asteroide esférico de gran tamaño glorificado con una atmósfera artificial fruto de los generadores que lo hacían habitable, junto con la suerte de estar en órbita alrededor de un viejo sol rojo. Ni siquiera tenía un nombre propiamente dicho, sólo un código complicado, una ristra de números y letras que Carason no se había molestado en memorizar.

Maias seguramente lo había hecho. O Hamos. Eran unos perfeccionistas, a veces hasta niveles patológicos.

El pequeño mundo en donde se encontraban se situaba en un punto cercano al área fronteriza entre los cuadrantes Bet y Guímel, y cerca de los bordes exteriores. Un área lo suficientemente distante de los puntos de actividad garmoga registrada más virulenta pero al mismo tiempo lo suficientemente cercano a las bestias para que nadie quisiese vivir allí o husmear demasiado.

Eso lo convertía en tierra de nadie, uno de tantos mundos usados como nido por piratas, contrabandistas, fugitivos o simplemente individuos buscando apartarse de todo.

Aún reconociendo el riesgo de acabar convertido en el almuerzo de la infestación que suponía vivir en el culo de la galaxia.

Aquella roca llena de polvo malvivía camuflada como colonia minera. Cosa graciosa, es que lo era. No muy rentable, pero el negocio era una buena tapadera y forma de redirigir el flujo de fondos de un sindicato afincado en el sector que se especializaba en el transporte de mercancías ilegales. No eran un grupo muy influyente ni poderoso, pero habían encontrado un nicho que nadie más estaba aprovechando.

Carason estaba convencido de que no duraría. Gente así tarde o temprano se sentía atrapada y buscaban estirar sus piernas y expandir sus operaciones. Era cuestión de tiempo que mordieran más de lo que pudieran tragar y acabasen pagándolo tras tocarle las gónadas a quien no debían.  

Y una vez más, porque había que repetirlo, todo eso si los garmoga no se los comían antes.

Menudo desastre.

En consonancia, el pequeño pueblo donde él y sus compañeros estaban afincados en aquel momento tampoco tenía un nombre. 

Llamarlo pueblo era generoso. Un puñado de viviendas modulares, un par de viejos esquifes que no volarían nunca más reconvertidos en refugios, y la posada en la que intentaba ahogar su miseria con algo que no tenía ni idea de qué era, pero al menos podía beberse.

La posada debió ser algún tipo de villa de algún ricachón en un pasado remoto. Estaba casi toda en ruinas, salvo por la planta baja del edificio principal y el enorme patio interior cerrado reconvertido en taberna. Estaba malamente cubierto por toldos y sabanas que frenaban la rojiza luz solar. No llovía nunca, así que no tenían que preocuparse de más humedad que de la escarcha que se formaba por las noches.

Carason estaba sentado en una mesa junto a sus dos compañeros. Era un humano alto, ancho, de aspecto rotundo y bastante viejo, aunque aparentaba más edad de la que tenía. Su brazo derecho era un armatoste mecánico. Inicialmente había sido un desastre, una chapuza improvisada en su primera iteración. Había tenido que actualizar la prótesis en cuatro ocasiones y operar varias veces la zona de conexión en su hombro.

Su nuevo brazo era el más avanzado que había tenido aunque aún distaba mucho de las maravillas ergonómicas y de aspecto natural que podías agenciarte en los mundos centrales. Su hombro seguía sufriendo inflamaciones y riesgo de gangrena, pero no podía operarse más salvo que quisiese llevarse medio torso por delante. Por ello, pequeños tubos inyectaban antibióticos, inhibidores de dolor y estimulantes de forma continua en su hombro, desde los recipientes contenidos en la parte superior de la prótesis.

Aparte de eso, el brazo era lo bastante fuerte para aplastar los cráneos de la mayoría de especies con la pinza metálica que tenía como mano, algo es algo.

Maias y Hamos eran una pareja de hermanos... bueno, Carason tampoco recordaba de qué especie eran. Uno de esos nombres raros que no podía pronunciar ni su madre. Eran nativos de uno de esos mundos afiliados que habían sido parte de los viejos territorios lacianos, una de sus especies cliente o algo así. Humanoides, peludos hasta el extremo de apenas usar ropa más allá de piezas sueltas de blindaje militar. A Carason le recordaban a las fotografías que había visto de algunos simios nativos de Terra en su infancia. Maias tenía un pelaje verdoso, era un buscabroncas de cuidado y no tenía ni la más mínima idea de lo que era la sutileza, pero obedecía bien las órdenes. Hamos era de pelaje marrón, carácter más calmado y menos propenso a la cólera que el animal de su hermano.

A pesar de ello y su escasa discreción, eran sorprendentemente diligentes y perfeccionista. Memorizaban hasta el último dato de una misión. Por eso a Carason le gustaba tenerlos como asistentes a su cargo pese a que técnicamente tenían el mismo rango y él no era un Supervisor. Le ahorraban tener que perder el tiempo con gilipolleces y así él podía dedicarse a lo verdaderamente importante de su trabajo como miembro de los Operativos.

Dar finiquito a las víctimas.

La labor de rastreo de Maias y Hamos era lo que los había llevado a aquel cuchitril en aquel mundo de mala muerte.

La posada... taberna... bar... lo que fuese, estaba media vacía. Aparte de ellos tres la única presencia eran el barman, un tipo con tantos ojos como tentáculos, de una especie que Carason jamás había visto en su vida, y una vieja mujer gobbore de pelaje gris que dormitaba a la sombra en la esquina opuesta a la mesa que ocupaban ellos.

Sorbió otro poco de la bebida. El líquido era azul, lechoso. Pero tenía buen sabor y era refrescante. No parecía que tuviese nada de alcohol, al menos no el suficiente para...

Un ligero codazo de Maias lo sacó de su ensimismamiento.  Carason dirigió su mirada al operativo de pelaje verdoso y este señaló con un leve gesto de su cabeza a la puerta de entrada del local.

Bueno, allí estaba uno de sus objetivos. Por fin. Parecía que el rastro había sido acertado después de todo.

Era un joven atliano. Debía andar por la veintena. Piel verde y ojos rojizos. Coincidía con la descripción de uno de los dos fugitivos que tenían que eliminar, un macho y una hembra atlianos. Carason no sabía los motivos del trabajo ni le importaba. Su Supervisor solo le había pasado el encargo, las fichas y el pago inicial.

El atliano se había acercado al barman y hablaba con él, susurrando. El ser tentacular asintió y Carason pudo ver como abría un compartimento en el suelo bajo él para extraer un pequeño paquete envuelto en telas viejas que entregó al muchacho. Éste sonrió. Era una sonrisa demasiado inocente en un entorno como aquel. Tenía suerte de que no hubiese más habitantes locales presentes o se lo merendarían vivo.

El joven caminó en dirección a la salida, abrazando el paquete y echando miradas nerviosas a su alrededor. Cuando su vista se encontró con la mirada de Carason, el operativo se limitó a levantar una ceja, a modo de interrogante indiferencia. Mejor dar la impresión de ser solo uno de tantas otras almas perdidas que caían por allí de cuando en cuando.

Cuando el atliano abandonó el local, Hamos se levantó y salió tras él manteniendo la distancia.

El plan era sencillo... esperar a que asomase uno de los dos fugitivos y que Hamos le siguiese el rastro. Hamos era el mejor rastreador de los tres, y sabía mantenerse oculto de la vista de otros. Cuando hubiese determinado cuál era el escondrijo de los objetivos, contactaría con ellos y entonces terminarían con aquel trabajo, cobrarían y podrían volver a algún sitio más cómodo para gastar su dinero como los Ancestros mandan.

Maias se había girado para ver partir a su hermano tras la víctima y finalmente se volvió hacia Carason. Farfulló algo sobre preparar armamento extra por si acaso. Carason no le prestó mucha atención. Maias siempre estaba con esas cosas. Era la clase de persona que habría usado un misil para matar a un insecto que lo incordiase. Con un gesto de su mano le dio el visto bueno, y el humanoide de pelaje verdoso dejó la mesa con un brillo impaciente en los ojos.

Carason se recostó sobre su silla, y se dispuso a esperar a la señal de Hamos. No debería tardar mucho, aquel lugar no era muy grande.

Así que esperó.

Y esperó

En algún momento debió quedarse dormido, porque perdió la noción del tiempo y se incorporó en su silla con un respingo.

Maldita sea, ¿era su imaginación o el cielo empezaba a oscurecerse? ¿Porqué estaba tardando tanto aquel imbécil? ¿Y dónde estaba Maias?

El operativo se levantó con un gesto de fastidio. Chequeó su comunicador, pero no había registro de ningún aviso por parte de sus compañeros. Con cierta alarma se percató de que la posada estaba vacía. El barman se había esfumado y la mujer gobbore también había desaparecido.

Carason hizo girar la pinza metálica de su brazo prótesis y caminó hasta la puerta de salida.

Al cruzar el umbral y posar su mirada en la polvorienta calle, bañada en la luz rojiza del ocaso, se encontró con la peculiar escena de sus dos compañeros tumbados en el suelo, no sabría decir si inconscientes o muertos, con un viejo phalkata vestido con una bata blanca de médico llena de manchurrones de color rojizo y pardo de pie tras ellos, posando uno de sus pies de ave sobre el cuerpo de Maias como si fuese una pieza de caza.

El viejo phalkata sonreía, burlón. Unos pasos detrás de él se encontraba el joven atliano, firme, con los brazos cruzados y sin un atisbo del nerviosismo que había lucido horas antes.

Carason sabía reconocer el preludio a una emboscada nada más verlo. Por eso, en cuanto sintió una presencia moviéndose a su espalda, se giró de inmediato golpeando con su brazo mecánico con todas sus fuerzas esperando reventar la cabeza de su asaltante.

Su brazo se detuvo en seco. Una mano desnuda de piel azulada lo sujetó con firmeza inmovilizándolo en el acto.

Carason la reconoció al instante, pero al hacerlo le quedó claro que algo estaba muy mal con los datos que les habían proporcionado para aquel trabajo.

Era atliana, de piel azulada y ojos dorados. La hermana del otro objetivo, sin duda. Hasta ahí coincidía en todo.

Pero en vez de la joven esbelta de aproximadamente metro setenta que se esperaba, la mujer ante él debía pasar sin problema de los dos metros de altura y esbelta no era un adjetivo que pudiera aplicarse a alguien que en aquel momento estaba aplastando el metal de su extremidad artificial como si fuese de papel, sin apenas esfuerzo tensando la marcada musculatura de sus brazos.

Antes de que el operativo pudiese reaccionar, la mujer se inclinó hacia delante como un rayo y golpeó a Carason con un cabezazo directo a la frente. La fuerza del impacto lo lanzó al suelo, inconsciente, al tiempo que su brazo mecánico que la atliana aún sujetaba era desgarrado de cuajo, esparciendo fluidos y aceite.

El viejo phalkata, Ivo Nag, suspiró.

"Ah... podía anestesiarlo como a estos dos, polluela", dijo, "Con el dolor de cabeza que le has dado le va a costar más responder a nuestras preguntas cuando despierte."

Tras él, Axas se limitó a sacudir la cabeza con gesto exasperado, "Dovat, en serio..."

Dovat se encogió de hombros y dejó caer el brazo mecánico con un gesto de asco. Se llevó su mano a la nuca, frotándola. Era un gesto habitual en ella cuando estaba nerviosa o avergonzada.

"Lo sé, lo sé", dijo, "Es solo que... necesitaba algo de ejercicio."

lunes, 13 de septiembre de 2021

046 LAS CINCO LUCES DEL UNIVERSO (IV)

La situación en Pealea estaba extrañamente calmada, en cualquier caso de cara al exterior. Al menos esa fue la impresión que se llevó Iria Vargas cuando llegó al planeta.

Aún había enjambres de drones garmoga, pero las fuerzas de defensa locales parecían estar conteniéndolos. El gran enjambre se había disgregado, su número reducido considerablemente por las acciones de Rider Red y las naves bajo el mando del capitán Calkias, quien había prolongado su estancia lo máximo posible antes de partir a Camlos Tor.

Junto a su lanzadera, las unidades MX-A1 y MX-A2 volaban sin impedimento alguno. La MX-A3 volaba adelantada, monitorizando el entorno.

Las unidades Janperson, como popularmente se les conocía por el nombre de su creador, eran una curiosidad de los primeros años de la guerra, antes de los Riders y los Dhars. Un intento de crear soldados desechables que pudiesen hacer frente a los garmoga. Los tres androides eran el doble de grandes que el humano o atliano estándar, de forma humanoide y cobertura blindada plateada y púrpura en el caso de los A1 y A2. La unidad A3 era plateada y roja.

A pesar de algunas operaciones prometedoras, finalmente se habían desechado como activo principal. Pese a que contaban con considerable poder ofensivo, con la unidad MX-A3 siendo capaz de hacer uso de armamento atómico, su maniobrabilidad y capacidad de reacción no era suficiente contra un enjambre garmoga numeroso. Eran efectivos como defensa, para asegurar posiciones o para limpieza de grandes áreas donde no hiciese falta precisión.

O para lidiar con objetivos de gran tamaño, teóricamente. Se había propuesto su uso contra quimeras garmoga, pero nunca se había llevado a cabo en la práctica.

A falta de quimeras garmoga, quizá sería un buen comienzo el extraño Dhar verde que Iria pudo ver a través de los sensores de su lanzadera y los datos transmitidos por los Janperson de forma directa a su terminal de navegación tras cruzar la capa exterior de la atmósfera. El ser parecía estar enzarzado en combate con los demás Dhars.

¿De dónde demonios ha salido esa cosa?, pensó. Sin mediar más palabra, activó su canal de comunicaciones para avisar de su presencia al menos a Alma.

 

******

 

En la superficie, rodeada por los Riders y sabiendo que un nuevo oponente había hecho acto de presencia, Rider Green alzó la mirada a los cielos. Parecía que era la hora del punto y final.

"Ha sido un placer Riders. Ya nos veremos", dijo. Su voz sonó firme, pero había un deje de resignación en ella que llamó la atención de Alma.

"¡Que te crees tú que te vamos a dejar marchar!", exclamó Avra.

La Rider Blue se abalanzó contra la Rider Green, enarbolando su espadón antes de que ninguno de los demás pudiese reaccionar.

Rider Green alzó su cetro y la joya en el centro de este brilló con un fulgor verde.

Una onda de energía se expandió desde su posición, frenando a Avra apenas una fracción de segundo antes de que alcanzara a su objetivo y deteniendo su avance, barriéndola junto con sus hermanas y hermanos. Todos los Riders se vieron arrojados al suelo, a decenas de metros de distancia de donde la Rider Green se encontraba.

Su armadura esmeralda brillaba de nuevo y los pocos daños que los Aster habían conseguido infligir se habían desvanecido. Las oleadas de poder continuaban emanando de ella, manteniendo a los cinco guerreros en el suelo.

Desde lo alto, Teromos se dejó caer descendiendo en picado, dejando atrás a los otros Dhars y a las unidades Janperson que se dirigían a su posición.

En cuestión de segundos, el Dhar tomó tierra junto a su ama, frenando en seco antes de tocar la superficie. Esto evitó un impacto directo, pero el desplazamiento de aire provocó una segunda burbuja expansiva, que junto a las ondas de poder de Rider Green siguió manteniendo a distancia no solo a los Riders sino también a sus draconianas monturas.

El brillo de la joya del cetro de Rider Green se intensificó más, hasta el punto de que costaba mirarlo sin sentir dolor en los ojos.

En lo alto, sobre Teromos y ella, comenzó a formarse en posición horizontal un desgarro de energía en el tejido del espacio con el que ya estaban familiarizados. Un portal garmoga, pero mucho más grande que los pocos que habían encontrado hasta ahora.

El portal se desplazó, moviéndose hacia abajo a gran velocidad y absorbiendo al Dhar y la Rider verdes antes de disiparse al chocar contra el suelo. Sin dejar ningún rastro ni el más mínimo indicio de que hubieran estado allí.

Rider Green y Teromos habían desaparecido.

Levantándose del suelo volcánico tras estar tumbada bocabajo tras su caída, Avra Aster lanzó un alarido de rabia.

"Bueno, eso ha sido anticlimático", musitó Antos, "Claro que tampoco voy a quejarme", añadió tras percatarse de la mirada que le estaba lanzando Athea.

Alma por su parte, respiró hondo al tiempo que se sentaba en el suelo. Su armadura se  desmaterializó con un destello rojizo más tenue de lo normal. Si el calor de las lagunas de magma cercanas la incomodaba sin su armadura, ella no hizo demostración alguna más allá del sudor perlando su frente.

Armyos fue el primero en acercarse a ella, desmaterializando su casco y dejando ver su rostro preocupado.

"¿Cómo te encuentras?", preguntó.

"Como cuando lo de Nelvana", respondió Alma.

"¿Lo del asteroide o lo de la estación espacial?"

"El primero. El mismo cansancio. Dioses, Armyos, por aquel entonces apenas llevábamos como Riders un año y medio y no teníamos ni una cuarta parte del poder que tenemos ahora..."

"Si, para dejarte así... bueno, tú misma dijiste que era poderosa."

"Absurdamente. Ya has visto lo que ha hecho ahora. Su armadura volvía a estar impoluta."

"Creo que aunque dijo que seríamos un reto para ella todos juntos, estaba siendo... bueno, sobreestimándonos", dijo Armyos, "Lo cual es inusual por parte de un oponente ¿no?"

Mírate. Estás agotada. Sometida a tus propias limitaciones. Encadenada por los prejuicios autoimpuestos.

Esas eran las palabras que Rider Green había dicho a Alma durante su combate en solitario.

Nos sobreestima. O sabe más de nosotros que nosotros mismos, pensó. Ninguna de las dos opciones le resultaba tranquilizadora.

Los demás habían comenzado a acercarse también a Armyos y ella cuando los Dhars descendieron tomando tierra alrededor de sus Riders y dejando espacio para la lanzadera que descendía junto a ellos acompañada por tres androides mecánicos.

Alma se levantó con ayuda de Armyos, tomándolo de la mano. Justo a tiempo para recibir a la recién llegada Iria. La doctora atliana corría hacia ella tras saltar de la lanzadera, enfundada en un traje de protección ambiental con escudos personales que la protegía de las altas temperaturas y gases tóxicos del área en donde se encontraban.

"¡Alma!", llamó.

"Iria, estoy bi...", comenzó a decir la Rider Red, para acto seguido verse interrumpida cuando su novia y doctora procedió a apuntar una suerte de linterna a sus ojos al tiempo que la agarraba por el mentón para mantener su rostro en una posición fija.

"¡Auh! ¿Qué demonios es eso?"

"Un lector neuronal y de reflejos. Abre los ojos... bien, ahora mira arriba. Abajo. Izquierda y luego derecha."

El tono de Iria era neutral, profesional. Para Alma era evidente que estaba intentando mantener sus nervios a raya.

"Iria, en serio, estoy bien."

"Tienes una contusión. Una oleada de lesiones internas menores en tal número que están dejando exhausto tu factor curativo. Ninguna es grave de por sí pero son tantas que tu metabolismo está corriendo una maratón. Y no puedo hacer lecturas de tu conexión al Nexo y tu sistema límbico, pero que no puedas materializar tu armadura ya me dice bastante."

"¿Cuál es el diagnóstico, doctora?", preguntó Armyos.

Iria suspiró y finalmente la tensión que recorría su cuerpo se aflojó. La mano con la que había estado sujetando el mentón de Alma para mantener su rostro centrado mientras la examinaba se deslizó hasta posarse sobre uno de sus hombros. Alma tomó su mano, con un ligero apretón de ánimo.

"Necesito más pruebas. Pero al menos durante una semana nada de transformaciones."

"Supongo que nosotros cuatro nos ocuparemos del resto de bichos que quedan por aquí", dijo Avra, "Aún hay drones en Pealea."

"Sí", dijo Alma, "Me temo que voy a quedarme en el banquillo por ahora, aunque Solarys os ayudará. Si no hay más sorpresas el resto debería ser una purga estándar, y los Janperson podrán echar una mano en las áreas más despobladas."

"Y después a casa", dijo Antos.

"Si, a casa", dijo Alma, "Aunque me temo que no nos espera mucho descanso aún."

"Los sensores de los Janperson...", comenzó Iria, "Pudimos ver claramente a ese Dhar Komai verde, y la figura que estaba aquí abajo con vosotros..."

"Era una Rider, doctora", dijo Antos, "Rider Green."

"Eso es imposible. Quiero decir... el Dhar... sé que hubo más Dhars aparte de los vuestros pero según los registros no sobrevivieron sin un lazo con un Rider", dijo Iria,  "Y vosotros sois los Riders. No hay más, solo vosotros cinco. Las cinco luces del universo."

"Pues o alguien la ha cagado al echar cuentas...", comenzó Avra.

"O hay cosas respecto al Proyecto que nos creó que no sabemos y quizá debiéramos", remató Alma. Por el rabillo del ojo pudo ver a Athea asintiendo. Sabía que su hermana había estado indagando en algo y se preguntó si habría relación.

"Una Rider aliada con los garmoga", dijo Antos,  "Y luego está lo del centurión garmoga dorado...  Es como si las reglas se estuvieran reescribiendo de forma continua últimamente. Eso es otro quebradero de cabeza."

¿Lo era? Quizá.

Quizá no tanto.

Las conversaciones, pesquisas y dudas tendrían que esperar. Era obvio que habría más de un intercambio de palabras en los Riders Corps y con el Alto Mando, incluso con el Concilio. Alma sabía que también necesitaba hablar con Amur-Ra.

Pero en aquel instante, mientras ella acompañaba a Iria a su lanzadera, sus hermanas y hermanos alzaban el vuelo en sus Dhars, acompañados por Solarys. Aún había garmoga en Pealea que debían ser eliminados.

Aún tenían un trabajo que hacer.

Por eso, se dijo, la situación no era realmente tal quebradero de cabeza. Oh, era complicada. Era compleja. Había muchas preguntas sin respuesta. Muchas nuevas sombras de las que no se habían percatado, y no estaba segura de sí podrían aclarar todos aquellos nuevos misterios y todo lo que había llevado a aquella situación.

Pero al final del día, la galaxia seguía amenaza por los garmoga.

¿Y qué si estos contaban con nuevas formas y aliados? Alma Aster y los Riders siempre estarían ahí. Las cinco luces del universo, la última línea de defensa de la galaxia. Mantener el mayor número posible de vidas a salvo era el fin absoluto de su misión.

¿No se lo había dicho la misma Iria en una de sus conversaciones? Da igual lo que hagan porque tú vas a estar siempre ahí para pararles los pies.

En ese aspecto, su convicción era firme.

Pero cuando cerró los ojos, intentando reposar tras acomodarse en una silla-camilla improvisada en la lanzadera de Iria, fueron otras las palabras que resonaron en el fondo de su mente. Una semilla de duda que parecía reafirmarse y guardar una perversa relación con todo lo que había estado trastocando sus vidas los últimos meses.

Las últimas palabras de un moribundo consumido por una armadura mórfica en Krosus-4.

No sabéis... cuánto han mentido.

Alma Aster se sumió en la inconsciencia con la voz de Tiarras Pratcha resonando como un eco apagado en el fondo de su mente, el último lamento de un fantasma.

Y, más que nunca, un posible presagio.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

045 LAS CINCO LUCES DEL UNIVERSO (III)

 

Armyos fue el primero en acercarse a ella, posando su mano con delicadeza sobre su hombro. No hizo falta que preguntase nada de forma verbal, Alma sabía de siempre que esa era la forma de su hermano pequeño para inquirir cómo se encontraba.

"Estoy bien Armyos, mejor ahora que hace un momento."

"¿Quién es la copiona?", preguntó Avra. Alma se dio cuenta de que su hermana pequeña intentaba disimular agotamiento, usando su espadón como apoyo.

La situación en Camlos Tor debe haber sido complicada, pensó.

"Se hace llamar Rider Green", respondió Alma, "No sé quién es realmente, pero a todos los efectos es como nosotros. Su armadura es genuina. Posee un lazo con un Dhar Komai, y..."

Alma se detuvo, buscando las palabras que pudiesen expresar la desesperación que había sentido en el combate hace unos minutos. Athea, siempre perceptiva, fue la primera en darse cuenta.

"Es más fuerte que nosotros", declaró.

"Si. Básicamente, ha estado jugando conmigo todo este tiempo. Es más fuerte. Es más rápida. Conseguí darle de lleno con algunos ataques, pero prácticamente no tiene ningún rasguño."

"Si se me permite interrumpir...", comenzó Rider Green. Apenas las palabras habían salido de sus labios, los demás Riders tomaron de nuevo posturas de combate en torno a su hermana mayor. Rider Green hizo un gesto extraño con su cabeza, casi como si hubiese querido asentir ante lo que acababa de ver.

"Oh, muy bien, eso ha estado muy bien, excelente coordinación", continuó, "Tenía pensado dar por finalizada la lección, pero supongo que vuestra presencia permite una extensión de la misma."

La Rider Green miró al cielo, "Y a Teromos le viene bien algo de ejercicio, la verdad."

En las alturas, el Dhar Komai verde se había alzado de nuevo a pesar de los ataques recibidos y ascendía para encontrarse en combate con el resto de los Dhars. El cielo se estaba convirtiendo en un mosaico de llamaradas cromáticas y explosiones de energía.

"¿A qué esperamos entonces?", dijo Avra, reforzando el agarre de sus manos sobre la empuñadura de su espadón, pero Alma la tomó del hombro antes de que la Rider Blue pudiese saltar contra su enemiga.

"Avra, no", dijo Alma. Por un instante pareció que Rider Blue iba a hacer caso omiso, pero finalmente se relajó y bajó ligeramente su arma antes de hacerse a un lado. Pese a sus problemas de ira e impulsividad, Avra siempre escucharía a Alma. Era algo garantizado.

Alma Aster avanzó unos pocos pasos, situándose de nuevo al frente del grupo, señalando con leves gestos a Armyos y Antos que todo estaba bien. Éstos se movieron, colocándose a su lado. Athea se quedó atrás, sin dejar de apuntar nunca a la Rider Green con su arco y sin pronunciar ni una palabra.

"Dime una cosa, Rider Green", dijo Alma, "Aunque los cinco ahora procediéramos a atacarte con la coordinación más precisa y el mayor uso de fuerza que pudiéramos emplear, nos derrotarías sin problema ¿no es así?"

"Eres buena midiendo habilidades y leyendo la naturaleza de una situación", respondió la Rider renegada, "Y si, no diría que 'sin problema', pero ni los cinco podríais conmigo, al menos no tan exhaustos como estáis ahora."

"Ah, jodidamente tranquilizador oír eso", musitó Antos con sarcasmo, "Si estuviéramos frescos entonces no habría problema."

La Rider Green inclinó ligeramente su cabeza. A pesar del visor de su casco ocultando sus ojos, todos pudieron sentir que su mirada había pasado de Alma a clavarse en los demás.

"Espero que Golga no haya sido muy duro con vosotros, niños", dijo, "Es muy exigente."

"¿Golga?", preguntó Alma. La respuesta vino por parte de Armyos.

"Un centurión garmoga dorado, en Camlos Tor", explicó el Rider Orange, "Inteligente, con capacidad de habla y más poderoso que cualquier garmoga que hayamos encontrado hasta ahora."

"Diría que ese bastardo ha sido un dolor de huevos, si yo tuviese huevos", añadió Avra.

"Hacia el final conseguimos acorralarlo, pero consiguió huir a través del portal", dijo Antos.

"Oh, la retirada de Golga no fue una huida", dijo Rider Green, "Si acaso, estaba siendo misericordioso."

"Ah, condescendencia", dijo Antos, "Joder, me siento nostálgico. Eso nunca lo tenemos con los garmoga normales, y los piratas y criminales con los que nos las tenemos visto a veces dejaron de usarla hace mucho."

"Más seriedad, muchacho", dijo Rider Green, al tiempo que el cetro en su mano cambiaba de nuevo a su forma de espada, "Fíjate en tu hermana mayor y tómala de ejemplo, está más centrada en la situación."

"Pues claro que Alma está centrada en la situación", dijo Antos.

"Nosotros solo estamos ganando un poquito de tiempo distrayéndote, bruja", remató Avra.

Apenas fueron pronunciadas esas palabras, Alma se lanzó contra la Rider Green. Una explosión roja deslumbrante envolvió su cuerpo y la armadura de Rider Red volvió a estar completa en pleno salto.

Al mismo tiempo, en las alturas, los cuatro Dhars de sus hermanas y hermanos continuaban su ofensiva constante contra Teromos. El Dhar Komai verde evitaba los ataques haciendo gala de gran velocidad y reflejos a pesar de su mayor envergadura, pero la coordinación de los demás Dhars dificultaba que pudiera contraatacar con firmeza. Centrar su atención en uno solo le hacía vulnerable a un posible ataque.

Pero mantenerse centrado en los cuatro Dhars recién llegados le hizo olvidar a Solarys.

De repente, la Dhar Komai roja de Alma entró en liza de nuevo, despegando desde el punto de la superficie en que había caído con una tremenda aceleración gracias a una gran descarga de poder en el mismo instante que su Rider saltaba contra Rider Green.

En cuestión de segundos, la Dhar carmesí ascendió cientos de metros y embistió de forma directa contra Teromos. Simultáneamente, los otros cuatro Dhars se unieron al ataque con sendas descargas de plasma concentrando.

En la superficie, Rider Green sintió el dolor del impacto en la espalda de su Dhar y el calor ardiente del plasma en su pecho. Le bastó un segundo para minimizar el lazo psíquico entre ambos y sobreponerse a la sensación.

Ese segundo fue suficiente para que no pudiese frenar a Alma.

La rodilla blindada de Rider Red chocó de lleno contra el casco de Rider Green, arrojándola a decenas de metros de distancia por la fuerza del impacto. Antes de que tocase tierra, los otros cuatro Riders ya habían entrado en acción.

Armyos se teletransportó con un destello naranja y recibió a la Rider Green con su martillo. El Mjolnija del Rider Orange la golpeó de lleno, haciéndola ascender en el aire envuelta en relámpagos anaranjados.

En su ascenso, una lanza purpura de energía la acertó de lleno en el torso. El ataque de Antos no llegó a atravesarla, pero el impacto causó daño tal y como señaló la pequeña explosión de chispas verdes en el punto de impacto. 

Pese a todo, Rider Green pareció recuperar su coordinación tras aquello y descendió cayendo de pie al suelo...

...donde inmediatamente tuvo que agacharse para evitar ser decapitada por un tajo del espadón azul de Avra. A pesar de su agotamiento, la fiereza de la Rider Blue quedó patente cuando a pesar de la velocidad de su oponente consiguió rozar el casco de la Rider Green antes de que esta pudiese poner más distancia entre las dos.

Acto seguido, algo pasó volando desde detrás de Avra, por encima de sus hombros. Era una flecha negra, envuelta en un pálido resplandor blanquecino que acentuaba el contraste entre la luz y la sombra del objeto.

La flecha de Athea impactó a Rider Green en el hombro izquierdo con una nueva explosión de energía y chispas, y por primera vez el ataque de uno de los Aster quebró de lleno la armadura de su enemiga. La flecha de energía se había clavado, y al disiparse un instante después, un borbotón de sangre manchó la armadura esmeralda.

"Como esa flecha, hay millones más", declaró Rider Black, arco en mano.

Los demás Riders tomaron posición alrededor de la Rider Green, al tiempo que ésta se incorporaba lentamente. Además del impacto por el ataque de Rider Black, el golpe de Armyos había dejado una fractura en su visor, el tajo de Avra una marca en su casco, y su armadura presentaba grietas de un verde brillante en el torso.

Aún con todo, rió quedamente.

"Ah, te debo una disculpa, Antos Aster. Condescendencia. Has sabido ver bien mi pecado y me ha llevado a subestimaros. Debo decir que habéis efectuado una maniobra encomiable", dijo, "Ha sido inteligente hacerme hablar y prolongar el respiro lo suficiente para recuperar un poco de tu poder, Alma Aster."

Alma había sido la última en llegar al círculo improvisado en torno a la Rider Green.

Aunque su armadura de Rider Red lucía completa de nuevo, esta emitía volutas de un vapor rojizo y sus movimientos eran más lentos de lo normal, como si caminase forzándose a sí misma. Algo no muy alejado de la realidad, pues en aquel momento Alma solo mantenía su armadura haciendo uso de las últimas esquirlas de poder que le quedaban junto con pura fuerza de voluntad.

"El instinto me decía... que no dejarías pasar la oportunidad de un intercambio de palabras... estuviste todo nuestro combate intentando entablar conversación", dijo Rider Red, recuperando el aliento.

"Tenía razón cuando dije que sabías leer la naturaleza de una situación", observó Rider Green, "¿Cómo supiste que aprovechar?"

"Tu lazo con Teromos... Al igual que nosotros, sientes el dolor de tu Dhar cuando este sufre un ataque. Pero es más que eso", explicó Alma, "Me di cuenta al pelear contigo, cada vez que Solarys conseguía dañar a Teromos. Como yo, sentías los ataques. Pero había algo diferente, lo supe al ver como te movías a pesar de tu evidente superioridad sobre mí. Cuando nosotros sentimos el daño sufrido por nuestros Dhars, es algo sensorial. Pero en tu caso el daño es también físico ¿no es así? Eres increíblemente poderosa, pero todo este tiempo no solo has estado acumulando el daño que yo te he infligido, por poco que fuese, sino también el que Solarys causó a Teromos. Aunque no fuese visible de cara al exterior, bajo tu armadura debes estar cubierta de moretones, marcas y a saber cuántos daños internos."

"Excelente Alma Aster, excelente", replicó la Rider renegada, "Asumo que coordinaste todo este ataque mientras hablábamos antes... ¿Usando los lazos psíquicos a través de vuestros Dhars como herramienta, supongo?"

"No es tan rápido como si tuviésemos un lazo telepático directo entre nosotros, pero cumple de sobra."

"Y sabiendo todo eso y siendo tan buena en leer situaciones... ¿Que te hace pensar que no estoy aprovechando esta breve charla para recuperarme? ¿Por qué no continuar atacándome?"

"Por dos razones. Aún con tus actuales heridas necesitaríamos una ofensiva coordinada muy precisa contra ti, y ni yo ni los demás estamos en un estado físico óptimo para ello, aunque no hace falta decir que lo intentaremos si es preciso."

"¿Y la segunda razón?", preguntó Rider Green.

Alma señaló su casco a la altura de donde estaría su oído.

"Mis comunicaciones estándar funcionan de nuevo", dijo, y casi podía sentirse una sonrisa afilada en su voz, "Y sé que ahora mismo hay una unidad Janperson equipada con armas atómicas recién entrada en la atmósfera en rumbo directo contra tu Dhar."

Alma sintió algo de satisfacción al percibir la casi invisible tensión en la postura de Rider Green. Por primera vez en todo ese tiempo, su enemiga parecía genuinamente nerviosa. 

sábado, 4 de septiembre de 2021

044 LAS CINCO LUCES DEL UNIVERSO (II)

 

Aquel día sería rubricado a fuego en la historia galáctica, Tar-Sora estaba segura de ello.

La agente del OSC se permitió otro suspiro de alivio cuando llegó el comunicado con la confirmación de la presencia de la flota en órbita y el descenso de los destacamentos de purga y resistencia.

El número de drones garmoga había sido reducido a niveles manejables, o al menos eso indicaban las lecturas del ZiZ local, y con el portal cerrado los Riders se habían retirado con prontitud. Tar-Sora creyó detectar un cierto sentimiento de urgencia en su marcha, pero no podría asegurarlo.

El escudo de la pirámide senatorial había resistido, y los miembros presentes del Senado habían sido evacuados.

Pero el golpe había sido dado. Toda el área de embajadas en torno a los Jardines de Concordia y la Pirámide había sido arrasada por los garmoga primero y por el daño colateral posterior durante el combate de los Riders con aquella cosa dorada.

Aún no habían finalizado los primeros recuentos, pero la cifra de muertos era notable. Pese a la contención geográfica en un área muy concreta, la densidad de población de Camlos Tor en comparativa con mundos coloniales o de los bordes exteriores se había traducido en ingentes bajas.

Y muchas habían sido de miembros pertenecientes a las embajadas de sistemas asociados y miembros menores del Concilio. El desequilibrio diplomático que desembocaría de todo aquello aún se habría de notar en años venideros.

"¿Señora?"

Tar-Sora se volvió y sus reptilianos ojos se posaron en la joven técnica ithunamoi, una de los pocos que se había quedado a cubrir la monitorización de la situación local cediendo su turno de evacuación a otros. En opinión de Tar-Sora la muchacha y otros como ella se merecían más reconocimiento.

La técnica  le ofreció un pequeño dispositivo. Una tarjeta de datos.

"Es la compilación de metraje que nos pidió. Todo lo que nuestras cámaras consiguieron captar de ese garmoga dorado."

"Gracias... mis superiores en la OSC van a tener unas jornadas muy interesantes estudiando esto."

Interesantes, si.

Recordó una historia que le había contado un compañero humano cuando aún estaba en los centros de entrenamiento, recién alistada. Por lo visto una de las antiguas culturas de su mundo nativo advertía sobre vivir en tiempos interesantes. Algún tipo de consejo o de maldición que desear a tus enemigos.

Cambios, incertidumbres y hechos sin precedentes. El miedo a no saber nunca que depararía el mañana. Tar-Sora podía apreciar aquella observación.

Y si bien podía argumentarse que esa había sido la tónica de la galaxia en el último siglo y medio, parecía que en los últimos meses la misma rutina de la guerra estaba siendo alterada otra vez.

Era algo afortunado que su especie, los barteisoom, no necesitasen dormir mucho más de tres horas diarias. Aquellos pensamientos podrían quitarle el sueño a cualquiera.

Con un último jadeo sibilante, Tar-Sora guardó la tarjeta de datos en un compartimento de su uniforme y abandonó la Sala de Seguridad, rumbo a lo que quedase en pie de los hangares exteriores.

 

******

 

A pesar del casco, Alma sintió el calor de las chispas emitidas por el entrechocar de su espada contra la de Rider Green, golpeando su visor antes de disolverse en el aire.

Con cierta alarma se percató de que había perdido la noción del tiempo. No estaba segura de cuanto llevaban así. El sol había comenzado a ponerse en Pealea y el cielo se había tornado de un tono sanguinolento, parejo al magma volcánico que no había cesado de surgir alrededor de las dos guerreras.

Lo que había sido un terreno pedregoso, llano y seco había ido mutando en las últimas horas en una improvisada laguna de roca fundida, islotes flotantes y plataformas y pilares de roca inestables empujados hacia la superficie por la presión que crecía desde el subsuelo.

En el cielo sobre ellas, y también sin dar cuartel, proseguía el combate entre sus Dhars.

Alma podía sentir el agotamiento de Solarys. La Dhar Komai nunca había estado tan cansada, nunca había hecho frente a un enemigo con su misma o superior resistencia. No sola al menos.

Pero ni siquiera la más dura de las quimeras garmoga que pudiese recordar se igualaba al poder del que hacía gala Teromos.

Al parecer ese era el nombre de la bestia. Durante el combate Rider Green había continuando en ocasiones sus amagos de conversación, comentando en uno de ellos la situación de sus Dhars. Parecía orgullosa de su monstruo.

¿Y por qué no iba a estarlo?, se dijo Alma, ¿No lo estoy yo también de Solarys muchas veces? Si su lazo con su Dhar Komai es como el nuestro, tiene todo el sentido.

Teromos era claramente más viejo que Solarys. Era algo que Alma había apreciado poco a poco a través de su lazo con la Dhar roja. No hacía sino plantear más preguntas que añadir a la pila de enigmas que su mera presencia y la de Rider Green en clara alianza con los garmoga había desencadenado.

Pero siempre que intentaba llevar cualquier atisbo de diálogo durante el combate a esa dirección, la Rider esmeralda volvía a silenciarse.

Callada como una tumba hasta el próximo comentario enervante camuflado como consejo extrañamente acertado.

¿Y no era eso también extraño? ¿Qué clase de oponente imparte sabiduría y consejo sincero a otra?

Una que está totalmente segura de sus capacidades. Una que sabe que puede derrotarte en un parpadeo si se lo propone. Una que está jugando contigo.

A pesar de tener dicho pensamiento y epifanía siempre presente, Alma Aster no flaqueó. Era Rider Red, y no iba a rendirse.

Aún cuando su armadura se disolviese, con su lazo con el Nexo ahogado e incapaz de proporcionar más energía sin quemar su metabolismo.

Aún cuando no pudiese materializar más su espada y tuviese que golpear con sus puños hasta desgarrar la carne de sus nudillos.

Aún cuando hasta el último de sus huesos estuviese quebrado y solo su espíritu mantuviese en pie su cuerpo roto.

Aún entonces, seguiría luchando.

Por ello, aparcó toda duda. Apartó todo temor. Sin dejarla de lado, relegó a Solarys a un rincón frío y lógico de su mente, depositando en su Dhar la fe de que ella misma podría cuidarse sola contra su rival.

Todos sus sentidos se centraron en su espada y en su oponente. Tenía que intentar algo nuevo.

Rider Red golpeó, sujetando la empuñadura de Calibor con una sola mano. Un tajo descendente de arco largo, predecible. Rider Green pudo apreciar que Alma estaba telegrafiando el movimiento, quizá una suerte de amago, pero decidió de todas formas mantener su guardia alta e interceptar la espada carmesí con su hoja esmeralda.

En cuando ambos filos chocaron, Alma soltó la empuñadura de Calibor tras transmitir una porción de energía al arma.

La espada de Rider Red se desmaterializó, pero lo hizo con un destello de luz roja de gran intensidad. Rider Green se desequilibró por el estallido de luz justo ante sus narices y por la carencia de resistencia contra su propia arma, inclinándose ligeramente hacia adelante.

Alma por su parte se había agachado, colando su puño derecho bajo la guardia de Rider Green y golpeando a esta en el vientre.

Alma Aster concentró toda su fuerza, toda la que pudo, en ese puño. Partes de su armadura se disolvieron o atenuaron al tiempo que su brazo derecho se iluminaba con un resplandor rojo intenso.

Alma golpeó. A nuestros ojos parecería un único impacto, pero tomando ejemplo de los ataques previos de Rider Green, Alma propinó al menos medio centenar de golpes en un segundo en el mismo punto.

Chispas cromáticas y humo saltaron por el impacto, pero Alma no concentró su energía con la misma eficiencia quirúrgica de la que había hecho gala su rival, y una onda expansiva por el aire desplazado por dichos impactos acompañado de un sonido atronador arrojó a Rider Green a metros de distancia.

Habría llegado mucho más lejos si no hubiese chocado contra varios de los pilares rocosos elevados por la actividad volcánica.

Alma decidió no dar cuartel y saltó tras su enemiga. Tumbada entre escombros de roca y magma fundido, Rider Green pudo ver a la Rider Red descender sobre ella, dispuesta a repetir su ataque de nuevo.

La Rider renegada hizo gala de reflejos superiores una vez más, girando en el suelo y esquivando no solo el nuevo brutal golpe de Alma sino usando la nueva onda de poder derivada del mismo como impulso para incorporarse con más rapidez.

Extendió su espada y esta brilló tornándose de nuevo en su cetro.  Un rayo de luz verde salió del mismo y golpeó de lleno a Alma en el casco. Fragmentos del mismo y de su visor volaron antes de disolverse en la nada al tiempo que la Rider Red caía al suelo.

Alma escupió un gargajo de sangre y se levantó. La mitad de su casco había desaparecido, así que se arrancó los restos que quedaban, dejando su rostro al descubierto.

Tenía sangre en la comisura de sus labios y en la nariz. No había moratones, pero en su sien izquierda una marca similar a una quemadura había cortado parte de su largo cabello.

De su armadura conservaba el torso, si bien aún dañado, el brazo izquierdo, la pierna izquierda en su totalidad, y parte de la pierna derecha. En su brazo derecho su armadura se había disuelto casi completamente y su uniforme térmico, que solía vestir bajo la misma, había sido desgarrado, dejando al aire la tensa musculatura de su brazo desnudo, envuelto en un tenue resplandor rojizo.

"Mírate", dijo Rider Green, "Estás agotada. Sometida a tus propias limitaciones. Encadenada por los prejuicios autoimpuestos."

"Oh, cállate."

Rider Green sacudió sus hombros en una risa silenciosa.

De repente, un estruendo llegó desde las alturas, y un rugido lastimero hizo que a Alma se le encogiese el corazón.

Solarys caía, envuelta en llamas verdes. La Dhar pasó sobre sus cabezas, casi rozándolas, antes de estrellarse contra el suelo cubierto de magma al pie del volcán.

"¡Solarys!", gritó Alma. En el suelo, la aturdida Dhar Komai intentaba incorporarse.

Desde una posición más elevada, Teromos descendía preparando una nueva carga de energía para rematar a su oponente carmesí.

"Parece que llegamos al final de la lección", dijo Rider Green, "Lo siento mucho, Alma Aster."

Alma intentó moverse, saltar, hacer algo. Cualquier cosa. Llegar junto a Solarys o interceptar al Dhar verde, pero en cuanto dio un paso el codo de Rider Green se hundió en su estómago lanzándola a varios metros y haciéndola caer de rodillas.

Teromos abrió su boca. Un resplandor verde enfermizo de pura energía salía de la misma, dispuesta a materializarse como una descarga de poder explosivo...

...que se disipó ante el brutal impacto de un rayo de plasma negro golpeando al Dhar verde de lleno en su cabeza, como una sombra vengadora.

Lo siguió una bola de plasma púrpura, que estalló dañando sus alas.

Una oleada de llamas azules bañó su cuerpo haciéndolo rugir de dolor y rabia.

Dicho rugido se cortó en seco cuando un relámpago de electricidad naranja atinó a golpearlo en la garganta.

Teromos comenzó a caer, como Solarys antes que él. En el suelo Rider Green retrocedió un paso y reprimió un quejido, con su postura inclinada levemente como si ella misma hubiese recibido los golpes.

En contraste, Alma Aster se incorporó. Se olvidó del dolor, del cansancio y del miedo. Una sonrisa comenzó a formarse en su rostro.

A su espalda, se produjeron cuatro destellos de colorida luz y detonaciones de energía acompañados por un sonido atronador. La onda de impacto emitida por dichas descargas de poder forzó a Rider Green a clavar su cetro en el suelo y sujetarse a él como un ancla.

Pero Alma se mantuvo erguida, sin mover un músculo al tiempo que sus recién llegados hermanos y hermanas se situaban junto a ella. Sus armaduras iluminaron el lugar, cada uno con la intensidad de una supernova.

Sobre ellos, los cielos se llenaron con los rugidos de los Dhars.