jueves, 31 de marzo de 2022

067 INTRUSIÓN HOSTIL

 

Desde su posición arrodillada, Dovat vio como el guarda que se acercaba a ella llevaba su mano izquierda a la parte posterior de su cinturón, extrayendo unos dispositivos metálicos semicirculares.

Algún tipo de esposa o grillete ajustable, se dijo.

Sus sentidos, mucho más desarrollados de lo normal, percibieron el leve chasquido en el dispositivo auditivo que poseía el guarda. Una comunicación por radio que llevó al hombre a inclinar la cabeza de forma casi imperceptible. Al prestar atención al mensaje entrante, su vigilancia sobre los movimientos de Dovat se desvió por un segundo.

Un segundo.

Para Dovat fue suficiente.

Incorporándose con una velocidad que no esperaban en alguien de su envergadura, la atliana tomó el brazo del guarda que hace unos instantes se disponía a esposarla y lo arrojó por el aire tras ella en una trayectoria horizontal que lo hizo chocar contra otros dos de sus compañeros. La fuerza del impacto fue tal que los tres cayeron al suelo inconscientes. Vivos pero con múltiples fracturas.

Tres fuera, quedan otros tantos.

Una ruidosa alarma comenzó a sonar y paneles blindados comenzaron a extenderse de arriba a abajo, cubriendo los amplios ventanales del vestíbulo y sellando el acceso al exterior con un seco sonido metálico. La carencia de luz solar se vio solucionada por luces de seguridad rojas que tintaron todo el vestíbulo con un tono carmesí.

Uno de los dos guardas que quedaban frente a Dovat arremetió contra ella con la porra eléctrica. Sus movimientos fueron precisos, firmes y rápidos, fruto de un entrenamiento sólido que delataba un posible pasado militar.

Para Dovat fue como si el hombre se moviese a cámara lenta.

La atliana se hizo a un lado, dejando que el arma del guarda pasase junto a su torso sin tocarla y abofeteó ligeramente al muchacho con el dorso de su mano.

Fue un golpe leve, prácticamente sin fuerza.

La cabeza del guardia restalló como si hubiese recibido un impacto directo de un boxeador y salió despedido, volando hasta chocar inconsciente contra la pared detrás del mostrador.

Quedan dos.

La guardia que había guiado a Marsha a la puerta hace apenas un minuto fue la siguiente en atacar, seguida pocos segundos después por su compañero. Lo hicieron desde lados opuestos, intentando flanquear a Dovat y dividir su atención.

Decidiendo arriesgarse a comprobar algo, Dovat no se movió.

Las porras eléctricas embistieron contra ella, una en su brazo derecho y la otra en el lado izquierdo de su torso. Fueron golpes fuertes, los guardias no se contuvieron en absoluto sin duda alarmados tras presenciar lo sucedido a sus compañeros. Dovat sintió los impactos y la corriente de electricidad penetrar en su cuerpo, tensando sus músculos...

El dolor fue mínimo. La verdad, el dolor fue inexistente.

Los guardias tardaron unos segundos en reaccionar, intentando comprender porque la sospechosa no había caído al suelo inconsciente presa de convulsiones.

"Oh, mier..." fue lo que uno de ellos pudo susurrar antes de que Dovat retrocediese un paso extendiendo sus brazos, agarrando simultáneamente las cabezas de ambos y empujándolas una contra la otra, noqueándolos en el acto. Intentó hacerlo de la forma más suave posible, pero el crujido que escuchó indicaba que al menos uno de los guardas de seguridad se despertaría con una nariz rota.

Con un suspiro observó la escena a su alrededor. Por mucho que hubiese preferido que las cosas ocurriesen de otra forma, sabía que algo así era inevitable más temprano que tarde. Pero en fin, los guardas seguían vivos y seguramente tendrían un buen seguro médico, así que la joven atliana intentó que el remordimiento no la reconcomiese demasiado.

Si te lo dices a ti misma suficientes veces quizá funcione de verdad, pensó.

Sacudiendo la cabeza e intentando hacer oídos sordos a la estridente alarma que continuaba sonando, Dovat se acercó al mostrador y saltó sobre él posicionándose al otro lado.

El holo-monitor flotante usado por la recepcionista seguía activo y, presuntamente, aún conectado a la red interna del edificio.

Dovat se inclinó sobre la interfaz. Aquella terminal no le serviría para conseguir los datos que buscaba pero era casi seguro que podría darle acceso a un plano de las instalaciones indicándole así a donde ir, y quizá que podría esperarse en cuestiones de seguridad.

Los Corps tenían a efectos prácticos un pequeño ejército privado, unos pocos guardas de seguridad claramente preparados para interactuar con visitantes solo eran una tenue primera línea de defensa ante ataques directos.

Dovat sabía que una intrusión como la suya no tardaría en recibir una respuesta más contundente.

Apenas había comenzado a teclear en la interfaz holográfica del monitor en busca de la localización de sus archivos cuando sus sentidos percibieron un desplazamiento de aire a su espalda.

Dovat se hizo a un lado y una porra eléctrica empuñada por el guarda al que había abofeteado y lanzado por el aire tras el mostrador se incrustó en la base física de proyección del holo-monitor, destruyendo el acceso de la computadora.

El guarda consiguió desatascar la porra eléctrica e intento golpear a Dovat de nuevo con un amplio barrido de su brazo, pero la atliana lo sujetó parándolo en seco sin ningún esfuerzo.

"Lo siento de veras", dijo.

Retorció la muñeca del joven, haciendo que soltase su arma. La porra cayó al suelo, rebotando con un chisporroteo. Acto seguido, Dovat puso su mano sobre el dolorido rostro del muchacho y lo empujó con suavidad.

El joven guarda salió volando de espaldas y se estrelló contra la esquina de la estancia, siendo el impacto amortiguado por unas plantas decorativas.

Con otro suspiro, esta vez más de irritación que de resignación, Dovat optó por entrar en el ascensor y descender hasta los niveles inferiores.

Comenzaría a buscar de abajo a arriba, haciendo frente a todo lo que le pusieran delante.

 

******

 

Arthur Ziras estaba en su despacho, luchando contra un incipiente dolor de cabeza.

Puede que el director de los Rider Corps no se desplazase a los mundos afectados durante una incursión garmoga, pero eso no quería decir que no estuviese menos ocupado que los Riders, aunque sus labores fuesen de una naturaleza distinta.

Monitorizar a las tropas auxiliares en colaboración con el Concilio para los procesos de evacuación, mantener preparadas las instalaciones para emergencias, mantener un lazo de comunicación directa con los Riders en caso de que hubiese nuevas órdenes prioritarias, servir de enlace entre el Mando de la Humanidad, el Concilio y los Corps... Era una labor complicada.

Que la alarma del que debería ser uno de los lugares más seguros de la galaxia comenzase a sonar no ayudaba en absoluto.

Una presión leve sobre su holo-monitor conectó al director Ziras de forma directa con la central de vigilancia y seguridad del complejo.

"Informe", dijo. Su voz sonó seca y cortante. El palpitar del dolor de cabeza en sus sienes se había acentuado con la alarma.

"Señor, intrusión de individuo hostil en el vestíbulo de la zona de recepción al público. Hemos iniciado el protocolo de seguridad máxima al tratarse de la fugitiva 09031985, Dovat, colaboradora de..."

"Pratcha", terminó Ziras al tiempo que una sensación desagradable y fría se asentaba en su estómago, "¿Cuál es la situación?"

"El equipo de seguridad civil del área de visitantes la ha interceptado, pero..."

"¿Dónde está ahora?"

"En el ascensor cinco, señor, el que conecta con el vestíbulo. La llevará únicamente a las áreas de esparcimiento y el comedor, pero desde ahí podría tener acceso a otras zonas del complejo."

"¿Nuestros hombres?"

"Los equipos Iota y Lambda está en posición preparados para reducirla en cuando salga del ascensor, señor. Ro, Sigma y Tau están a la espera si su intervención es necesaria."

"Informe a Iota y Lambda de que el individuo es..."

Ziras se llevó una mano a su ceño fruncido. El palpitar de su cabeza comenzaba a asemejarse más a un martilleo.

"¿Señor?", preguntó el jefe de seguridad.

"Dovat es un objetivo prioritario con una Orden K autorizada por el Mando. Tienen permiso para usar fuerza letal."

"S... sí señor. Transmitiendo órdenes a los equipos Iota y Lambda."

"Manténganme informado y redirijan a mi monitor todo el tráfico visual de las cámaras de seguridad."

Ojalá esto terminase pronto. Sería un dolor de cabeza menos.

El martilleo en su sien continuó, casi como una burla.

 

******

 

Los equipos Iota y Lambda conformaban en su conjunto un total de dieciséis individuos, hombres y mujeres de la especie humana al servicio de los Rider Corps, entrenados para actuar en áreas de incursiones garmoga y auxiliar a la población civil durante los procesos de evacuación.

En ocasiones habían participado en procesos de purga y purificación de áreas afectadas si el número de drones garmoga estaba dentro de lo manejable y no era viable la presencia inmediata de uno de los Riders. Y también, como en el presente caso, podían ejercer como fuerza defensiva de los mismos Corps si era necesario.

Eran, en resumen, uno de los grupos militares mejor preparados y más curtidos de la galaxia.

Habían tomado posiciones de defensa en el área de acceso a la cafetería, donde se encontraba la puerta del ascensor que subía hasta el vestíbulo y en el que descendía el intruso sobre el que acababan de recibir claras órdenes.

Una Orden K, fuerza letal autorizada. Terminación inmediata.

Para dicho efecto, sus posicionamientos les permitían cubrir cualquier ángulo del ascensor en cuanto se abriesen sus puertas. La persona en su interior no tendría forma de cubrirse y evitar la ráfaga de proyectiles y descargas de plasma acelerado que la recibirían.

Un leve timbre marcó la llegada del ascensor a su destino. Los hombres y mujeres de ambos equipos afianzaron el agarre sobre sus armas. Un deslizamiento metálico acompañó al comienzo de la apertura de las puertas y se prepararon para disparar...

Por desgracia, un intenso destello de cegadora luz blanca con un ligero tinte azulado era lo último que esperaban. Surgió tras las puertas del ascensor como si un sol en miniatura hubiese estallado frente a ellos.

Los soldados más adelantados no vieron nada, solo la luz antes de caer en la inconsciencia.

Aquellos en posiciones intermedias y en los flancos pudieron sentir algo moviéndose antes de que la oscuridad se los llevase tras una ligera presión, como un golpe suave.

En la retaguardia, un soldado consiguió mantener sus ojos doloridos y llorosos abiertos lo suficiente para ver una figura moviéndose como un borrón indescriptible alrededor de sus compañeros y compañeras que caían al suelo, para luego sentir el desplazamiento del aire cuando el atacante se situó detrás suya y finalmente una presión en la parte posterior de su cabeza antes de que todo se tornase borroso.

En su despacho, Arthur Ziras se había levantado al ver lo sucedido en su monitor. Las cámaras habían parpadeado y perdido nitidez con aquella descarga de luz y energía, pero habían seguido funcionando.

Un pánico similar al que Ziras comenzaba a sentir en aquel momento se estaba extendiendo sin duda en la central de seguridad y vigilancia de los Rider Corps.

El director de los Rider Corps contó el tiempo. Desde la apertura de las puertas y el destelló de luz hasta la caída del último soldado noqueado habían pasado solo cuatro segundos.

Cuatro segundos y dieciséis de los mejores soldados humanos de la galaxia yacían en el suelo. Afortunadamente solo inconscientes, o al menos eso indicaban los sensores de seguimiento de sus constantes vitales.

Arthur Ziras masculló una blasfemia al ver la figura que seguía en pie tras salir del ascensor, intentando asimilar que lo que estaba ante sus ojos era la misma fugitiva atliana descrita en múltiples informes.

La mujer, que ahora parecía descansar recuperando el aliento de pie entre los soldados caídos, era mucho más alta y robusta de lo que indicaba su descripción. 

Y vestía una armadura que aún emanaba leves destellos de energía.

Era de un gris vivo. Plateado y brillante, resplandeciente. Su uniformidad solo se rompía por franjas de un rojo metalizado que bajaban de los hombros hasta el pecho, rodeando una esfera luminosa que emitía un resplandor de luz azulada en el centro. Franjas del mismo color rojo se extendían por brazos y piernas hasta llegar a las manos y pies en una configuración que recordaba a guantes y botas.

Pese a la perdida de nitidez de las cámaras, Ziras pudo observar que el material era distinto al de las armaduras de los Riders. No tenía el aspecto cristalino y casi orgánico de ellos. Se asemejaba más a una suerte de cuero metálico y liso que se ajustaba al cuerpo de Dovat como una segunda piel. El contorno de sus músculos era claramente visible y marcado en brazos, piernas y torso.

El casco plateado apenas presentaba rasgos, con dos lentes dorados otorgándole un aspecto levemente insectoide. Estaba coronado por una cresta, de forma similar a una aleta hacia atrás.

Cuando la figura comenzó a caminar, saliendo del ángulo de visibilidad de las cámaras. Ziras pulsó uno de los botones de comunicación de su terminal.

Había tenido una idea que esperaba no terminase en desastre.

miércoles, 23 de marzo de 2022

066 CAMINANDO, POR LA PUERTA PRINCIPAL

 

Marsha Baros era una de esas escasas personas que estaba genuinamente satisfecha con su vida, al cien por cien.

La joven humana era la menor de cuatro hermanos, con una infancia estable y si acaso puede que algo sobreprotegida, Marsha nunca había viajado fuera de Occtei ¿Por qué iba a hacerlo? En una galaxia llena de incertidumbres, Occtei era uno de los mundos más seguros. Era la sede de los Rider Corps. Ni siquiera los garmoga se habrían atrevido a atacarlo, algo que ni siquiera el mundo capital de la galaxia Camlos Tor podía proclamar.

Occtei era sin duda el mundo más seguro de la galaxia. Marsha estaba segura de ello, ¿acaso no trabajaba en los Rider Corps?

Oh, de acuerdo, puede que se estuviese vanagloriando. Después de todo ella solo era una de las múltiples empleadas del departamento de Atención al Público.

Sabía que para algunas personas dicho trabajo podría parecer poco menos que ser un conserje glorificado, pero dado que Marsha no tenía nada en contra de los conserjes y respetaba su labor le parecía una comparación positiva.

Ella y sus compañeros de departamento eran en realidad la segunda gran cara pública de los Rider Corps después de los mismos Riders ¿Acaso no era eso importante? ¿A quién veía primero cualquier ciudadano  que entrase en las áreas públicas de la sede de los Corps? Pues a Marsha y a sus compañeros, por supuesto.

¿Necesitabas hacer alguna consulta? Ahí estarían. ¿Buscabas solo curiosear en la zona de visitas? Te atenderían gustosos. ¿Traías a una clase en viaje escolar para enseñarles donde trabajan los mayores héroes de la galaxia? Por supuesto que Marsha y sus colegas habían visto a los Riders ¡Hasta habían hablado con ellos!

A los críos les encantaban las anécdotas. Ni siquiera tenía que adornarlas demasiado.

Así que... mundo seguro lejos de las depredaciones de la galaxia, trabajo estable cercano a los mayores héroes del universo, y ninguna ambición particularmente inasequible convertía a Marsha Baros en una de las personas más satisfechas con lo que le había tocado en la vida que se podría encontrar.

Eso no impedía, que como cualquier persona, tuviese días de absoluto tedio.

Aquella tarde estaba siendo especialmente quieta. Los Riders estaban en una misión, la mayoría de tropas auxiliares se habían ido con ellos para ayudar en las evacuaciones, y los cerebritos estaban encerrados en sus respectivos departamentos, monitorizando la situación y haciendo lo que quiera que hiciesen los científicos con los datos obtenidos de la batalla... la verdad es que siempre que había alguna incursión garmoga parecía haber menos vida en las zonas más sociales de los Corps.

En aquellos momentos el gran vestíbulo de entrada estaba desierto y Marsha, detrás del mostrador de recepción, era la única presente. De todo su trabajo los turnos en recepción eran los de más hastío si no había visitas o actividades y aquel día estaba siendo árido al respecto.

Ningún visitante, ningún grupo de estudiantes, ni siquiera ningún becario despistado de la universidad. La zona de visitas y el pequeño museo estaban también vacíos, y muchos de los compañeros de Marsha se habían tomado unas horas libres aprovechando la baja actividad.

Pero ella tenía que hacerse cargo de su turno, en la soledad de aquel enorme y acristalado vestíbulo, con la luz clara del sol marcando la silueta de la persona que acababa de entrar por la puerta princip...

Oh.

Marsha Baros se desperezó al instante, desconectó el holovisor portátil en su muñeca en el que había estado mirando distraídamente vídeos de animales domésticos y se plantó firme tras el mostrador de recepción con una sonrisa ensayada pero convincente en su rostro y no del todo insincera, dispuesta a atender al visitante.

Bueno, la visitante. Una bastante inusual, o al menos pensó Marsha. Era una atliana, joven, de piel azulada y ojos de un brillante ámbar. Eso no era lo inusual.

Después de todo los atlianos eran quizá la especie de toda la galaxia más cercana a la humanidad y más propensa a compartir asentamientos con ellos en gran número. Habían sido su primer contacto, y eran morfológicamente casi como mirarse a un espejo. 

Pero la cuestión es que... bueno los atlianos eran esbeltos y en general de aspecto más delicado que los humanos. Y rara vez mucho más altos, eran pocos los atlianos que pudiesen superar un metro ochenta de altura.

Así que ver a una atliana que claramente debía medir unos dos metros –o más– y con una musculatura considerablemente desarrollada que hacía parecer pequeños a algunos de los guardias de seguridad era algo fuera de lo común.

La visitante también vestía de forma... bueno, Marsha no quería usar el término "sospechosa" y era una firme creyente que no debía juzgarse a alguien por sus ropas. Pero un viejo pantalón de pana gastado y lleno de costuras y una simple camiseta de tirantes llena de manchas de aceite de motor y lo que parecían quemaduras no era la etiqueta que acostumbraban a tener los visitantes a la sede de los Corps.

De todas formas, Marsha mantuvo su sonrisa. Profesionalidad ante todo. Cuando la visitante se acercó al mostrador, la voz de la humana sonó firme y clara.

"Buenas tardes y bienvenida a la sede de los Rider Corps. Se encuentra usted en el área de visitantes y acceso público. Si dispone a informarme de los motivos de su visita procederemos a conseguirle el pase apropiado."

La atliana la miró, con una expresión que Marsha no pudo descifrar, "Quisiera visitar los archivos", dijo.

"Oh, con un pase de visitante tendrá acceso al museo y área de visitas, que cuenta con una biblioteca y archivo de prensa que..."

La atliana, Dovat, levantó la mano interrumpiendo a Marsha, "No, lo siento, me refiero a los archivos de trabajo. La documentación interna, la base de datos de los Corps y sus laboratorios, registros de misiones, esas cosas..."

Marsha mantuvo la sonrisa, aunque empezaba a suponer un esfuerzo, "Oh... lo siento, me temo que ese contenido no está abierto al público y..."

Dovat se inclinó ligeramente hacia delante "Mira, no quiero crearte problemas y quisiera hacer esto por las buenas en la mayor medida de lo posible, así que con que me digas más o menos la localización interna dentro del complejo me basta."

La sonrisa en el rostro de Marsha se había convertido en un rictus, una máscara para ocultar su miedo. A pesar de que su voz era calmada y para nada agresiva, incluso apologética, cuando la atliana se había inclinado hacia ella la joven humana no pudo evitar sentir una extraña presión en el aire, como si la presencia de la mujer delante suya fuese gigantesca.

Ella es un pie y yo soy la hormiga, fue el primer pensamiento que cruzó su mente. 

Pero pese a ello Marsha no dejó de sonreír, manteniendo su mirada firme en la visitante al tiempo que deslizaba su mano por la parte inferior del mostrador...

"Lo siento, me temo que... me temo que eso no es posible... me veo impelida a solicitar que se retire de..."

Dovat suspiró.

"Acabas de pulsar una alarma silenciosa, ¿verdad?"

Marsha no asintió, ni dijo nada, se limitó a mirar a la atliana con una sonrisa paralizada y ojos muy abiertos. Dovat se llevó la mano a la cabeza y se frotó su cabello "Maldita sea..."

Con un movimiento rápido, la atliana agarró a Marsha por los hombros y la levantó con delicada firmeza, evitando hacerle daño al tiempo que la sacaba de detrás del mostrador y la ponía temblorosa a su lado. Un sonido asustado, agudo y breve como el chillido de un roedor, fue lo único que escapó de la garganta de la muchacha.

"Lo siento de veras, será mejor que...", comenzó a decir Dovat, para verse interrumpida por la entrada a través de las puertas laterales de la parte posterior del vestíbulo de dos grupos de tres individuos. Tres guardas de seguridad por la derecha y tres por la izquierda, rodeándola en cuestión de segundos. Todos humanos.

Eran personal de seguridad estándar, armados únicamente con varas de descargas eléctricas no letales, y sin blindaje o armadura más allá de sus chalecos. Pese a ello parecían estar en forma y bien entrenados. Uno de ellos se adelantó un paso, sosteniendo su arma en alto.

"Aléjese de ella, retroceda cinco pasos y ponga sus manos tras la cabeza."

Dovat se alejó de Marsha, quién aprovecho para escabullirse. Una de las guardas la dirigió hacia la puerta de salida al exterior.

Dovat había levantado sus manos, pero señaló con la derecha hacia el mostrador, "Mira amigo, solo quiero revisar una cosilla en el ordenador..."

"¡Manos tras la cabeza y de rodillas!"

Dovat obedeció, arrodillándose lentamente, sin apartar su mirada por un momento del guarda de seguridad que se acercaba a ella con cautela.

 

******

 

Como todo centro público que se precie, la sede de los Rider Corps contaba con múltiples dispositivos de seguridad y monitorización. Desde el momento de su entrada Dovat había sido captada por múltiples cámaras. La central de vigilancia y seguridad contaba con una visión total de los hechos que se estaban desarrollando en el área de entrada al complejo.

"Alarma silenciosa en el vestíbulo."

"¿Situación?"

"La sospechosa solicitó un acceso no autorizado y la recepcionista pareció percibir algún tipo de amenaza implícita, de ahí que hiciese sonar la alarma. Seis miembros de la seguridad civil se han presentado y están procediendo a reducir a la intrusa."

El jefe de seguridad asintió, tomando un sorbo de su café sin apartar la vista de los monitores. Al fijarse en la mujer arrodillada no pudo evitar fruncir su ceño.

"¿Tenemos un plano claro de su rostro?"

"La cámara de la entrada la captó sin problemas, señor."

"Haz un barrido de rasgos en el listado de sospechosos y fugitivos. Tengo un mal presentimiento..."

En uno de los monitores, el rostro de Dovat captado por las cámaras comenzó a ser analizado rasgo por rasgo –ojos, nariz, boca...– al tiempo que a su lado cientos de rostros de un listado eran comparados a velocidad de vértigo por la computadora. Finalmente, la máquina detectó una coincidencia.

"Dovat, sin apellido, atliana, expediente 09031985", comenzó a leer el técnico de seguridad, "Tutor legal... oh cielos, señor, el marcador de prioridad es un código alfa, es..."

"Avisa al Mando y solicita la presencia de las tropas auxiliares que aún estén disponibles en la base", ordenó el jefe con creciente nerviosismo al tiempo que se llevaba la mano al comunicador de su muñeca, "Debemos informar a los guardas de la situación y de que procedan con la máxima cautela..."

Apenas abrió sus labios y comenzó su advertencia por radio a los guardas del vestíbulo, el jefe de seguridad pudo ver a través de los monitores como la situación se descontrolaba en una fracción de segundo.

Con creciente palidez en su rostro, dio la orden de que se activasen las alarmas y protocolos de sellado de todo el complejo para poder aprehender a la intrusa.

Manteniendo su vista fija en las cámaras, no pudo evitar preguntarse quién estaba atrapado con quién.

martes, 15 de marzo de 2022

065 BALA DE CAÑÓN

 

La pequeña ciudad costera ya había sido evacuada cuando los garmoga alcanzaron el área.

El centurión caminaba a paso lento, moviéndose con parsimonia entre la masa de drones que lo rodeaban por todas partes consumiendo todo recurso y materia que encontrasen, prácticamente absorbiendo la misma esencia vital del planeta bajo sus pies.

En ocasiones un retumbar hacía temblar el suelo. Los drones lo ignoraban, sus mentes movidas por impulsos primarios y centradas en un único objetivo, pero el centurión con su rudimentaria capacidad de raciocinio no podía evitar dirigir su mirada a lo alto cada cierto tiempo, quedándose quieto y observando al titán que los acompañaba.

Goemagot, la quimera garmoga, había dejado de avanzar tras alcanzar el centro urbano y se limitaba a dar vueltas en círculos como una gigantesca torre de vigilancia móvil. Su más de un centenar de metros de altura la convertían fácilmente en la cosa más alta en el lugar, sin ningún otro edificio de la pequeña localidad que se le acercase.

A cada paso que daba aplastaba a docenas de drones y en ocasiones a algún centurión desafortunado. Sus masas se fundían al contacto con sus cónicos pies de ancha base, siendo absorbidos por la quimera.

Drones garmoga revoloteaban a su alrededor como gaviotas, en ocasiones posándose sobre la grotesca cabeza, siendo también absorbidos por una masa de carne biomecánica informe cubierta por tejido cicatricial y ocasionalmente regada por el plasma fundido y de color verdoso que caía desde la grieta de chisporroteante energía en el punto central del halo metálico que emergía de la espalda de la criatura

El centurión continuó observando a la quimera, hasta que una creciente cacofonía desde el norte llamó su atención. Chillidos crecientes de drones precedían una marea de los mismos que parecía huir de algo.

El centurión garmoga solo tuvo unos segundos para poder percibir lo que se acercaba. Luego todo se tornó rojo.

Una oleada de llamas carmesí inundó la zona. Las calles de la abandonada ciudad se convirtieron en ríos de fuego y plasma rojizo de un brillo incandescente. El centurión, sus congéneres y miles de drones se carbonizaron al instante.

Goemagot corrió mejor suerte, pero trastabilló, cayendo sobre uno de los edificios y sosteniéndose erguido a duras penas, sus piernas calcinadas por la misma oleada de energía.

Desde las alturas, un rugido enmudeció los chillidos de las moribundas abominaciones. Tomando altura tras calcinar la superficie, Solarys se disponía a descender de nuevo, esta vez en un asalto directo contra la quimera.

Desde el interior de su silla-módulo, Alma Aster dirigía las acciones de la gigantesca Dhar Komai.

De todos los Riders y Dhars, el suyo era el lazo más profundo. Con la concentración adecuada Alma ni siquiera tenía que verbalizar mentalmente sus órdenes. Un mero pensamiento era más que suficiente para que Solarys supiese de forma instintiva las intenciones de la Rider Red y actuase en consecuencia.

Goemagot reaccionó. Un sonido a medio camino entre un grito de rabia y un aullido de dolor escapó desde su grotesca garganta. En la cabeza del ser parte del tejido cicatricial se resquebrajó al forzarse la apertura de unas fauces dentadas de las que comenzó a manar un líquido negruzco y alquitranado.

La quimera se incorporó a duras penas. Sus pies carbonizados se resquebrajaban bajo su propio peso. De haber tenido brazos en su retorcido torso sin duda los habría usado para sujetarse a los edificios cercanos como soporte en vez de tener que caminar sobre muñones incinerados.

Un zumbido persistente acompañó el aumento de las descargas de energía en el halo metálico situado a su espalda. La fisura en la parte central del mismo comenzó a brillar con una luz verde de gran intensidad y nuevas descargas de plasma incandescente cayeron sobre la quimera, quién parecía ignorar el dolor esta vez.

La energía se concentró sobre si misma y la fisura en el halo de Goemagot  se quebró, dejando ver una bola de luz verde flotando en el aire entre los fragmentos de metal fundido.

La quimera se inclinó hacia atrás y la bola de energía estalló, generando un haz de luz cortante que ascendió a los cielos en dirección a la Dhar que descendía.

Solarys esquivó el impacto directo pero se vio forzada a moverse a un lado y cambiar de dirección para mantener sus distancias, descendiendo esta vez en línea diagonal. El rayo emitido por la quimera la seguía como una emisión de partículas, cortando edificios a su paso y generando explosiones de luz verde.

Peque, atenta, voy a distraerla para ti.

La orden psíquica de Alma Aster resonó en la mente de Solarys al tiempo que la Rider Red emergía de la capsula de su silla-módulo para desvanecerse en un destello de luz roja.

Al contrario que la estrategia seguida por su hermana y hermano, Alma no se materializó frente a la quimera para un ataque directo.

Lo hizo en el aire, sobre el haz de energía emitido por Goemagot, con su espada Calibor en mano cargada de poder puro. El arma, normalmente de una longitud de apenas un metro, mutó en una gigantesca hoja que podría haber cortado una nave carguero por la mitad sin problemas.

Todo sucedió en pocos segundos.

Alma golpeó, impactando directamente el rayo esmeralda de la quimera. En el punto de contacto el haz de Goemagot se quebró. Parte de la energía se disipó, pero la otra parte retornó a su punto de origen, realimentando con un exceso de poder el halo metálico en la espalda de la quimera.

La descarga y explosión de energía sobre su cabeza desorientó a la abominación. Solarys aprovechó la distracción y con un poderoso impulso aceleró embistiendo a la quimera. La fuerza del golpe de un Dhar Komai de su envergadura moviéndose a velocidades cuasi-lumínicas era una cifra difícil de precisar, pero sus consecuencias fueron inmediatamente visibles cuando, a pesar de tener solo la mitad de tamaño que la quimera Solarys se las apañó para partir el torso de Goemagot en dos, arrancando la parte superior a la altura de la cadera al impactar contra el ser.

La Dhar se había convertido básicamente en una enorme bala de cañón.

Alma se dejó caer al suelo, aún bañado en llamas y donde apenas quedaban restos de la horda garmoga. La Rider Red se permitió un suspiro de alivio y una leve sonrisa. La quimera aún vivía pero parecía que Solarys podría dar buena cuenta de lo que quedaba sin demasiados problemas.

Ahora, solo quedaba esperar que Athea pudiese localizar y cerrar el portal garmoga, purgar a los drones y centuriones restantes y asegurar la purificación de las áreas más afectadas.

Si, se dijo Alma, Da gusto cuando todo sale según lo previsto.

 

******

 

Entraron en Occtei de forma clandestina haciendo uso de un viejo carguero con un sistema de códigos aún viable. El doctor había razonado que hacerse pasar por transportista legal era la mejor forma de entrar en el espacio aéreo de cualquier parte de la galaxia.

En aquel momento sobrevolaban sobre la capital del planeta, moviéndose deliberadamente entre el tráfico de entrada y salida al espaciopuerto público principal. Solo un seguimiento directo delataría que estaban ganando tiempo y contaban con que ninguna de las autoridades procediese a ello al menos en los próximos minutos.

"Bueno, de momento todo ha ido bien", susurró Axas, "¿Y ahora cual es el siguiente paso?"

"Acceder a la central de los Rider Corps, entrar a su sistema de archivos, y rastrear las últimas entradas del tío Tiarras", respondió Dovat, con la mirada fija en los monitores de navegación, "Aunque hayan borrado sus credenciales del sistema, sus acciones, consultas y trabajo deben permanecer en los registros."

"Si algo es seguro con esta clase de burocracias es que no tiran nada del papeleo", rió Ivo Nag, "¿Esconderlo de mil formas paranoicas? Por descontado. Pero no tiran nada."

"¿Cómo vamos a hacerlo? ¿Piratear sus sistemas? Porque déjame decirte que no contamos con el equipamiento adecuado para..."

"Voy a entrar por la puerta principal y pedirles acceso a sus archivos", dijo Dovat.

Por unos instantes se hizo el silencio.

"Perdona hermanita", dijo Axas, "¿Podrías repetir eso? Creo que no te he oído bien"

"He dicho que voy a entrar por la puerta principal y pedirles acceso a sus archivos", repitió la joven atliana.

"Mmmm, ajá. Si. No. Dovat, ni siquiera escuchándolo por segunda vez puedo entender lo que estás diciendo", replicó Axas con cierto deje histérico, "¿Cómo cojones vas a...?"

"Voy a acercarme al mostrador de la recepción", interrumpió Dovat, "Y voy a decirle a quien quiera que esté allí que necesito acceder a sus archivos. Y si se niegan, que es lo más seguro, accederé por la fuerza."

Ivo Nag comenzó a reír. Aunque más que una risa sonaba como un graznido violento.

"Dovat, van a... Maldita sea, tienen que tener un ejército ahí dentro."

Dovat se volvió, mirando fijamente a su hermano.

"Axas", dijo, "Piénsalo ¿Qué ejército tienen ahí dentro que pueda siquiera hacerme un rasguño?"

"La polluela tiene razón, pollito. Con su poder no hay forma de que tropas convencionales puedan frenarla.", añadió Ivo Nag antes de dirigir su atención hacia Dovat, "Pero creo que tu hermano también podría estar preocupado por bajas entre la seguridad, con tu fuerza..."

Dovat sacudió la cabeza.

"No voy a matar a nadie. No soy una asesina."

"Es fácil decirlo, pero con tu fuerza física actual bastaría con un golpe mal calculado y...", comenzó Axas.

Dovat levantó el índice y el pulgar en su mano derecha "¿Recuerdas el ejercicio de sujetar huevos sin romperlos? Es lo mismo Axas. Si con mi poder puedo sostener algo tan frágil sin reventarlo estoy segura de que podré noquear a unos cuantos guardas sin causarles daños permanentes."

Axas la miró fijamente.

"Treinta", dijo.

"¿Qué?"

"Reventaste como treinta huevos antes de pillarle el truco."

"Axas, por favor..."

"La verdad", dijo Nag, "Lo más posible es que se causen más daño entre ellos intentando frenarla que otra cosa. El uso del armamento, granadas de gas... no me sorprendería para nada que cayesen más por fuego amigo que por la polluela recalibrando sus consciencias a base de bofetadas."

"Sigo pensando que no es buena idea, ir tan a lo... No lo sé, Dovat, creo que algo se va a torcer."

"Eh, si algo sale realmente mal, si la fortuna se pone en contra y, los espíritus no lo quieran, los Riders regresan antes de lo previsto o algo así, cuento contigo para cubrirme las espaldas."

"Ejem."

"Con usted también, doctor."

Dovat posó su mano sobre el hombro de su hermano.

"Ya lo verás, todo irá bien."

Axas suspiró.

"Famosas últimas palabras, Dovat. Famosas últimas palabras."

martes, 8 de marzo de 2022

064 SOMBRA Y TRUENO

 

La confrontación con la quimera Simurna resultó ser un anti-clímax, al menos desde la perspectiva de Athea.

No es que la Rider Black ansiase un enfrentamiento glorioso, o una batalla épica. La verdad es que la resolución de eventos tal y como se había producido era su preferente dentro del esquema de las cosas. La conexión de Athea con su Dhar era la más tenue de todos los Riders. Aunque Sarkha era obediente de forma habitual, en situaciones de combate prolongado el Dhar era propenso a ignorar ordenes directas o actuar por iniciativa propia de forma cada vez más marcada, movido por la frustración combinada con un fuerte sentido de su propia independencia.

Por ello Athea siempre optaba por la opción más rápida y eficiente posible.

Pero en ocasiones como aquella una minúscula parte de ella, ese espíritu de caza que guiaba su pulso al sostener su arco, no podía evitar preguntarse "¿Eso es todo?"

A casi doscientos kilómetros de las posiciones de Rider Blue y Rider Purple y de sus respectivos oponentes, la quimera voladora había entrado en una rutina de vuelos en círculo en torno a la fisura del suelo de la cual había emergido.

Casi como si fuese un perro guardián.

En cierto modo lo era, si las suposiciones de Athea de que aquel punto de emergencia era el acceso más directo al portal que estaban usando los garmoga resultasen ser ciertas.

Tras localizar a Simurna, Athea y Sarkha optaron por acelerar circunvalando el diámetro de todo el planeta, acumulando energía cinética antes de impactar contra la quimera garmoga.

La criatura no vio venir a la Rider Black y su Dhar Komai.

Si vio algo, Simurna solo tuvo tiempo de percibir un fortísimo golpe de aire, un destello de algo negro moviéndose a gran velocidad y una sensación como de un golpe o un tirón antes de sentir el dolor de su cuerpo siendo cortado en dos partes en diagonal, para poco después ser rebanado en aún más fragmentos que caerían al suelo rezumando cieno negro sobre los centenares de drones garmoga que convergían en el área.

Cualquier consciencia o posible sapiencia que aquella abominación pudiese tener debería estar agradecida por una muerte tan rápida.

Sarkha había rodeado su cuerpo con energía de tal forma que, en combinación con su tremenda aceleración y relativo menor tamaño, el Dhar negro se había convertido prácticamente en una cuchilla voladora viviente.

Que Simurna fuese un objetivo volador había facilitado dicho estilo de ataque, pues el lidiar con quimeras de movimiento terrestre siempre implicaba tener que volar con más cercanía a la superficie y eso aparejaba el riesgo de obstáculos inesperados. No era una técnica que Athea y Sarkha usasen a menudo, pero si las circunstancias eran propicias resultaba una de las más efectivas, siempre que la quimera no tuviese algún as en la manga.

Pero dado que ese no parecía ser el caso, el siguiente paso siguiendo las órdenes dispuestas por Alma Aster era purgar el área en torno al punto de emergencia del ser.

Con menor velocidad que antes pero aún así más rápido que cualquier otro Dhar, Sarkha incineró los restos de la quimera antes de inundar docenas de kilómetros a la redonda con un mar de llamas negras. El fuego, cargando con la energía del Nexo, se expandió a través de la superficie acabando con los drones y centuriones garmoga.

Varios enjambres de drones se desprendieron de la masa central, subiendo a las alturas intentando interceptar al Dhar. Así mismo, diversos centuriones garmoga saltaron dispuestos a llevar a cabo la misma acción. Todo ello acciones fútiles, Sarkha era demasiado rápido, tanto en movimiento como en reflejos.

En pocos minutos toda el área exterior había sido purgada de presencia garmoga. Las colinas y cráteres que conformaban el paisaje perdieron su escasa vegetación dejando únicamente un suelo alisado, de un azabache cálido y brillante.

Sin mediar más palabra que un pensamiento entre los dos, satisfechos por el resultado de su labor, Athea y Sarkha se lanzaron de lleno al agujero del que había emergido la quimera. Una bola de llamas les predecía limpiando el camino, como un mar de sombras danzantes más oscuras que las tinieblas del túnel.

 

******

 

No había tormenta, el cielo estaba despejado, pero el aire temblaba con el retumbar del trueno.

Las únicas nubes eran las humaredas de gases tóxicas y substancias químicas volatilizadas del área industrial que la cuarta quimera garmoga, Hooko, había estado arrasando hasta convertir el área en inhabitable.

Incluso el resto de la masa de drones y centuriones garmoga que la acompañaban en su consunción de los recursos y materia del planeta parecían haber optado por dejar un cierto espacio entre ellos y su gigantesca compatriota.

Desplazando lentamente su cuerpo semiesférico sobre una masa de zarcillos o cortos tentáculos serpentinos, Hooko sacudía de forma errática sus largas extremidades, similares en morfología a los brazos de una mantis religiosa.

Sus movimientos parecían totalmente aleatorios, sin calculo o precisión alguna, como si la criatura fuese un recién nacido ejercitando sus brazos.

Su carencia de capacidad consciente al atacar con aquellos apéndices quedaba patente en las ocasiones que las afiliadas hojas como cuchillas de sus extremos rozaban la superficie y se llevaban por delante a un número significativo de los demás garmoga.

Sin duda otro motivo para mantener las distancias.

Armyos compartía dicha postura, así que de forma muy juiciosa optó por mantener una posición de vuelto alto con Volvaugr.

De todos los Dhar Komai, Volvaugr era el de aspecto más artificial. Escamas doradas fundidas con piezas de metal hundidas en su carne brillaban con un tono anaranjado derivado de las emisiones de energía que recubrían su cuadrúpedo cuerpo de unos veinte metros de envergadura. Pero si por algo destacaba Volvaugr sobre los demás Dhars era por sus alas mecánicas retráctiles en su lomo, chisporroteando de forma constante con el mismo poder del Nexo apenas contenido.

Un poder que el Dhar, siguiendo las indicaciones mentales de Armyos Aster, estaba a punto de desatar. 

La energía comenzó a acumularse y descargas y arcos de electricidad comenzaron a formarse entre las alas metálicas de la draconiana bestia al tiempo que su garganta se iluminaba. Un sonido creciente, un zumbido retumbante, se hacía cada vez más intenso.

Muy bien muchacho, pensó el Rider Orange, ¡Ahora! ¡Sin contenerte!

En el aire, Volvaugr se inclinó hacia abajó y abrió su boca. No soltó una descarga de llamas de energía o plasma candente, sino un relámpago naranja que se expandió en tamaño y magnitud cuanto más se acercaba a la superficie. Dicha expansión y descarga de energía rasgó el aire de forma abrupta generando un sonido atronador que resonó en varios kilómetros a la redonda.

El ataque alcanzó de lleno a Hooko y la quimera garmoga emitió un chirrido agonizante.

Armyos dio gracias de que la silla-módulo actuase como aislante de cara al exterior, o aquel sonido sin duda habría hecho sangrar sus oídos aún llevando su casco de Rider.

El humo producido por la descarga comenzó a disiparse, al igual que parte de la neblina tóxica. Hooko seguía en pie, sacudiendo sus brazos de forma espasmódica. Pero el daño recibido era obvio, la piel de la quimera estaba surcada por líneas rojas de aspecto incandescente, como pequeños ríos de magma ramificándose a lo largo y ancho de su grotesca piel, y en el punto de impacto directo parecía que parte de su cuerpo semiesférico se hubiese fundido.

La quimera garmoga seguía con vida, pero para Armyos resultaba obvio que otro ataque debería ser suficiente para poner fin a su mísera existencia.

Y en ese preciso instante, Hooko contraatacó.

La quimera extendió uno de sus brazos y golpeó, pero esta vez la cuchilla en su extremó emitió una onda de luz que ascendió a los cielos en rumbo directo a la posición del Rider Orange y su Dhar.

Volvaugr esquivó el ataque por los pelos para acto seguido tener que hacer otra maniobra brusca para evitar una segunda descarga de energía cortante. En la superficie Hooko continuaba emitiendo aquellas hojas de luz, una tras otra, golpeando al aire casi como si la criatura sufriese un ataque de histeria.

Armyos abrió la silla-módulo, saliendo al exterior en la parte posterior de su Dhar, entre las dos alas.

Asciende y continúa llamando su atención, Volvaugr, pensó Armyos, Voy a probar algo más mano a mano.

El Dhar rugió con un sonido artificial a modo de respuesta afirmativa y continuó volando, esquivando los constantes ataques de la quimera. A pesar de ser quizá el más lento de los Dhar Komai, Volvaugr estaba haciendo gala de una velocidad y reflejos que llenaron de orgullo a su Rider.

Armyos, por su parte, se dejó caer al vacío para acto seguido desvanecerse en un destello de luz. 

El Rider Orange reapareció frente a la quimera, varios metros por debajo de su línea de visión y muy cerca del suelo, con su martillo en mano. Era exactamente el mismo tipo de maniobra que Avra intentó sin éxito contra Kedolas, pero en este caso Armyos no tuvo que preocuparse de centuriones garmoga cercanos interrumpiéndole.

Con un grito, Armyos enarboló el arma Mjolnija y el suelo se abrió bajo la quimera Hooko. Un rayo de energía surgió desde el suelo, alcanzando a la criatura en su vientre y elevándola al tiempo que la atravesaba, cortando en seco sus ataques.

De forma simultánea desde las alturas, Volvaugr repitió su ataque. Ambos rayos de poder puro se encontraron en un punto de intersección al  que la quimera garmoga se había visto propulsada por la energía ascendente del ataque de Armyos.

El trueno resonó de nuevo y Hooko estalló en pedazos al tiempo que cientos de rayos menores cayeron sobre el suelo como una tormenta eléctrica, diezmando a gran parte de los drones y centuriones garmoga presentes en el área.

En el suelo carbonizado, Armyos estaba en pie con su martillo al hombro, observando.

Con un gesto de asentimiento y aprobación hacia su Dhar que la draconiana criatura sintió en su psique como una cariñosa muestra de afecto, el Rider Orange tomó de nuevo su arma y comenzó a hacerla girar sobre si misma.

Un resplandor de electricidad naranja se reflejó en su armadura al tiempo que comenzó a avanzar con paso firme hacia lo que quedaba de la horda de abominaciones que pretendían infestar aquel mundo.

Bajo su casco, los labios de Armyos se juntaron para silbar una canción, con la satisfacción de un trabajo bien hecho. Volvaugr descendió, descargando su ira sobre los garmoga.

El cielo seguía despejado, pero la tormenta caminaba martillo en mano.

martes, 1 de marzo de 2022

063 LANZAMIENTOS

 

Antos tuvo que contener el impulso de maldecir.

Toda el área urbana debía estar ya vacía de civiles, al menos en los recintos centrales. Los refugios subterráneos contactaban de forma directa con las áreas de evacuación de la periferia, las lanzaderas recogiendo a ciudadanos refugiados en posiciones de altura ya debían haber partido hace un buen rato...

... así que encontrarse a una lanzadera llena de ciudadanos sin despegar en la azotea de uno de los rascacielos que de puro milagro aún no había sido alcanzado por la quimera Vothua no era algo que el Rider Purple hubiese esperado.

Adavante, querido, hazme el favor de mantener entretenida a esa quimera mientras me ocupo de esto.

El Dhar Komai rugió afirmativamente al tiempo que Antos emergía de la silla-modulo en su lomo.

Dos guardias de los cuerpos de evacuación se habían situado a los flancos de la pequeña nave, fusiles de disparo pesado en mano abatiendo a todo dron garmoga que se acercase, pero era obvio que el pánico y el agotamiento comenzaban a hacer mella. Cuando Antos descendió de un salto hasta su posición, uno de los guardias casi le disparó por puro reflejo.

"Guarda los disparos para los garmoga, amigo", dijo.

"¡R... Rider Purple!", exclamó el soldado, un ithunamoi que parecía estar cercano a la edad de retiro pero que ante el Rider se comportaba como un novato recién alistado, "¡Lo siento mucho, señor!"

Antos indicó que no pasaba nada con un gesto de la mano, "¿Cuál es el problema?", preguntó.

"El problema", dijo una voz desde el interior de la lanzadera, "es que estamos jodidos."

A través de la portezuela, desde la que se podía ver a parte de los aterrorizados pasajeros, emergió una muchacha phalkata vestida con un uniforme de piloto y luciendo en su cabeza el plumaje multicolor más vistoso que Antos hubiese visto jamás, apenas disimulado por su casco.

"La lanzadera recibió un impacto de una de esas cosas", explicó la piloto al tiempo que señalaba el cuerpo de un dron garmoga de tamaño medio, mutilado por cientos de disparos a unos pocos metros de distancia en la azotea, "Y eso ha jorobado la telemetría. Los motores están bien y técnicamente podemos volar y aterrizar, pero la computadora parece entrar en un bucle al realizar los cálculos para un despegue en vertical."

"Asumo que un reinicio de los sistemas no ha funcionado."

"No, ya lo he intentado dos veces. El problema está en los sensores, en el hardware. Si en vez de esta azotea estuviésemos en una pista intentaría un despegue con desplazamiento horizontal a la antigua. Podría intentar algo parecido moviendo este cacharro hasta el borde de la azotea y dejarnos caer tomando aceleración antes de remontar, pero... ¡Mierda!"

Antos se volvió al instante y vio el pequeño enjambre de drones garmoga que se abalanzaba sobre la azotea. En la distancia Adavante estaba enzarzado en combate con la quimera, lidiando con sus tentáculos.

"Todos al interior de la lanzadera", ordenó, "¡Ahora!"

"Pero señor..." comenzó uno de los dos guardias antes de ser silenciado con un gesto de Rider Purple, señalando a la portezuela.

"Adentro", dijo, al tiempo que con un destello de luz púrpura su lanza Gebolga se materializó en su mano derecha. El guardia obedeció sin rechistar.

Antos levantó su lanza y se concentró, dejando fluir la energía del Nexo a través de sí mismo y en el arma. Replicas semisólidas de Gebolga, constructos de luz, se materializaron en el aire alrededor de él. No podía generar un número tan monstruosamente grande como el que Athea conseguía con sus flechas, pero lo que había conseguido tendría que bastar para este momento.

Antos arrojó su lanza con todas sus fuerzas y al mismo tiempo las replicas de la misma salieron disparadas tras ella, como afiladas agujas de luz. Todas acertaron de lleno, llevándose a uno o dos drones por delante en cada impacto, aniquilando a la mayoría del enjambre. Los pocos drones garmoga que aún revoloteaban sin daños parecieron hacer gala de cierto instinto de supervivencia y se dispersaron.

Antos los observó al tiempo que Gebolga retornada a sus manos. El Rider Purple expandió sus sentidos todo lo posible para cerciorarse de que el área inmediata en torno a la azotea había sido asegurada.

Volviéndose, Antos dio unos golpecitos sobre el casco de la lanzadera. La portezuela se abrió y uno de los dos guardas, un humano, asomó la cabeza.

"Dile a la piloto que prepare los motores, yo os pondré en el aire."

Apenas se cerró la portezuela, Antos se agachó y tomó con sus manos la base de la pequeña nave. Respiró hondo y su cuerpo fue cubierto por un aura de luz púrpura que lentamente comenzó a extenderse alrededor de la lanzadera.

Esto le permitió levantarla sin que la estructura de la nave sufriese daños. Moviéndose con cuidado y procurando no inclinarla demasiado al tiempo que ignoraba las exclamaciones de miedo y sorpresa que llegaban desde el interior, Antos se situó justo bajo la nave cuyas dieciocho toneladas y doce metros de envergadura sostenía ahora sobre su cabeza con sus manos.

"Bien, preparados, listos..."

Un solitario centurión garmoga, saltando desde los bordes del edificio, se situó justo tras Antos y la lanzadera, con sus extremidades transformadas en afiladas cuchillas.

Llegas tarde, cabrón, pensó Antos.

Con un último grito el Rider Purple arrojó la lanzadera como si se tratase de su misma lanza. La aceleración supondría un pequeño shock para los pasajeros, pero no sufrirían daños, y con la piloto poniendo los motores en marcha y estabilizando el vuelo, la pequeña nave se elevó dispuesta a abandonar el planeta y reunirse con el resto de la flota de evacuación.

Más interesante fue el hecho de como en el mismo instante que la nave abandonó sus manos, el aura de energía en que Antos la había envuelto para minimizar daños estructurales se disipó de forma explosiva. El poder alcanzó de lleno al Rider Purple sin causarle el más mínimo perjuicio, ni siquiera moviéndolo del sitio.

El centurión garmoga que estaba ya a pocos centímetros dispuesto a atacar no tuvo tanta suerte. La ola de energía lo alcanzó de lleno bañando su cuerpo grisáceo en llamas púrpuras que comenzaron a consumir su carne biomecánica al tiempo que era arrojado de la azotea a las calles centenares de metros abajo.

La explosión de energía pareció llamar la atención de Vothua, la quimera garmoga. Esto resultó ser algo afortunado.

Hasta aquel momento, Adavante había estado lidiando con la bestia sin conseguir atinar un golpe definitivo. Los tres tentáculos del ser cefalopoide habían probado ser un problema más irritante de lo esperado para el dragón de escamas púrpuras.

Eran sin dudan sus principales armas, sobre todo al generar los haces de energía destructiva con los que había estado destruyendo la ciudad. Para neutralizar ese peligro Adavante había optado por lanzarse de lleno contra la quimera y forzarla a un combate cuerpo a cuerpo. Por desgracia para el Dhar, si bien en distancias cortas no tenía que preocuparse por las descargas de energía de la abominación garmoga, si tenía que hacerlo en lo referente a los tres tentáculos que intentaban inmovilizarlo y asfixiarlo a partes iguales.

Uno había conseguido enroscarse en torno a su cuello, dificultando la emisión de llamas o energía plasmática y limitando a Adavante a tener que hacer uso de sus garras y su cola para ir lacerando poco a poco la carne de Vothua. Pero aún cubierta de heridas y manando aquella sangre negruzca y alquitranada que parecían compartir todos los de su grotesca estirpe, la quimera mantenía firme su presa sobre el Dhar Komai.

El constante movimiento de Adavante era lo único que había impedido que Vothua atenazase aún más al Dhar, pero si éste no conseguía causar una herida profunda era cuestión de tiempo que las cosas se pusiesen un poco difíciles.

Ese fue el momento en que su Rider arrojó la lanzadera hacia los cielos, con una descarga de energía que atrajo la atención de la quimera, distrayéndola lo suficiente para que Adavante pudiese librarse del tentáculo en torno a su cuello con una sacudida, inhalar e inmediatamente cubrir a Vothua con llamas púrpura.

Pero no se quedó ahí. Haciendo caso omiso de los golpes y movimientos cada vez más erráticos de la quimera en llamas, Adavante continuó exhalando su ataque, aumentando cada vez más su temperatura hasta que el fuego se tornó en un flujo de plasma y energía concentradas cada vez más fino.

Con un último impulso, el aliento del Dhar convertido en un rayo solar sólido atravesó la parte frontal del cráneo de Vothua. La parte posterior de la gigantesca cabeza-cuerpo de la quimera garmoga estalló en un destello de energía púrpura, entrañas negruzcas y cableado humeante.

El ser no emitió ningún sonido al comenzar a caer, sus tentáculos tornándose inertes y dejando a Adavante totalmente libre.

El Dhar no rugió triunfante. Tornó su aliento de nuevo en llamas y lo redirigió al suelo. La superficie del centro urbano estaba cubierta por drones y centuriones garmoga, que de repente se vieron arrollados por una muerte fulgurante.

Posado sobre el cadáver de la quimera caída, Adavante cubrió las calles con un mar de fuego púrpura, limpiando la presencia garmoga del lugar. Antos observó desde la azotea en la que aún permanecía, luchando contra los centuriones garmoga que escalaban hasta su posición.

Buen trabajo, Adavante, pensó, y su mensaje llegó alto y claro a la mente del Dhar.