Desde su posición arrodillada, Dovat vio como el guarda que se acercaba a ella llevaba su mano izquierda a la parte posterior de su cinturón, extrayendo unos dispositivos metálicos semicirculares.
Algún tipo de esposa o grillete ajustable, se dijo.
Sus sentidos, mucho más desarrollados de lo normal, percibieron el leve chasquido en el dispositivo auditivo que poseía el guarda. Una comunicación por radio que llevó al hombre a inclinar la cabeza de forma casi imperceptible. Al prestar atención al mensaje entrante, su vigilancia sobre los movimientos de Dovat se desvió por un segundo.
Un segundo.
Para Dovat fue suficiente.
Incorporándose con una velocidad que no esperaban en alguien de su envergadura, la atliana tomó el brazo del guarda que hace unos instantes se disponía a esposarla y lo arrojó por el aire tras ella en una trayectoria horizontal que lo hizo chocar contra otros dos de sus compañeros. La fuerza del impacto fue tal que los tres cayeron al suelo inconscientes. Vivos pero con múltiples fracturas.
Tres fuera, quedan otros tantos.
Una ruidosa alarma comenzó a sonar y paneles blindados comenzaron a extenderse de arriba a abajo, cubriendo los amplios ventanales del vestíbulo y sellando el acceso al exterior con un seco sonido metálico. La carencia de luz solar se vio solucionada por luces de seguridad rojas que tintaron todo el vestíbulo con un tono carmesí.
Uno de los dos guardas que quedaban frente a Dovat arremetió contra ella con la porra eléctrica. Sus movimientos fueron precisos, firmes y rápidos, fruto de un entrenamiento sólido que delataba un posible pasado militar.
Para Dovat fue como si el hombre se moviese a cámara lenta.
La atliana se hizo a un lado, dejando que el arma del guarda pasase junto a su torso sin tocarla y abofeteó ligeramente al muchacho con el dorso de su mano.
Fue un golpe leve, prácticamente sin fuerza.
La cabeza del guardia restalló como si hubiese recibido un impacto directo de un boxeador y salió despedido, volando hasta chocar inconsciente contra la pared detrás del mostrador.
Quedan dos.
La guardia que había guiado a Marsha a la puerta hace apenas un minuto fue la siguiente en atacar, seguida pocos segundos después por su compañero. Lo hicieron desde lados opuestos, intentando flanquear a Dovat y dividir su atención.
Decidiendo arriesgarse a comprobar algo, Dovat no se movió.
Las porras eléctricas embistieron contra ella, una en su brazo derecho y la otra en el lado izquierdo de su torso. Fueron golpes fuertes, los guardias no se contuvieron en absoluto sin duda alarmados tras presenciar lo sucedido a sus compañeros. Dovat sintió los impactos y la corriente de electricidad penetrar en su cuerpo, tensando sus músculos...
El dolor fue mínimo. La verdad, el dolor fue inexistente.
Los guardias tardaron unos segundos en reaccionar, intentando comprender porque la sospechosa no había caído al suelo inconsciente presa de convulsiones.
"Oh, mier..." fue lo que uno de ellos pudo susurrar antes de que Dovat retrocediese un paso extendiendo sus brazos, agarrando simultáneamente las cabezas de ambos y empujándolas una contra la otra, noqueándolos en el acto. Intentó hacerlo de la forma más suave posible, pero el crujido que escuchó indicaba que al menos uno de los guardas de seguridad se despertaría con una nariz rota.
Con un suspiro observó la escena a su alrededor. Por mucho que hubiese preferido que las cosas ocurriesen de otra forma, sabía que algo así era inevitable más temprano que tarde. Pero en fin, los guardas seguían vivos y seguramente tendrían un buen seguro médico, así que la joven atliana intentó que el remordimiento no la reconcomiese demasiado.
Si te lo dices a ti misma suficientes veces quizá funcione de verdad, pensó.
Sacudiendo la cabeza e intentando hacer oídos sordos a la estridente alarma que continuaba sonando, Dovat se acercó al mostrador y saltó sobre él posicionándose al otro lado.
El holo-monitor flotante usado por la recepcionista seguía activo y, presuntamente, aún conectado a la red interna del edificio.
Dovat se inclinó sobre la interfaz. Aquella terminal no le serviría para conseguir los datos que buscaba pero era casi seguro que podría darle acceso a un plano de las instalaciones indicándole así a donde ir, y quizá que podría esperarse en cuestiones de seguridad.
Los Corps tenían a efectos prácticos un pequeño ejército privado, unos pocos guardas de seguridad claramente preparados para interactuar con visitantes solo eran una tenue primera línea de defensa ante ataques directos.
Dovat sabía que una intrusión como la suya no tardaría en recibir una respuesta más contundente.
Apenas había comenzado a teclear en la interfaz holográfica del monitor en busca de la localización de sus archivos cuando sus sentidos percibieron un desplazamiento de aire a su espalda.
Dovat se hizo a un lado y una porra eléctrica empuñada por el guarda al que había abofeteado y lanzado por el aire tras el mostrador se incrustó en la base física de proyección del holo-monitor, destruyendo el acceso de la computadora.
El guarda consiguió desatascar la porra eléctrica e intento golpear a Dovat de nuevo con un amplio barrido de su brazo, pero la atliana lo sujetó parándolo en seco sin ningún esfuerzo.
"Lo siento de veras", dijo.
Retorció la muñeca del joven, haciendo que soltase su arma. La porra cayó al suelo, rebotando con un chisporroteo. Acto seguido, Dovat puso su mano sobre el dolorido rostro del muchacho y lo empujó con suavidad.
El joven guarda salió volando de espaldas y se estrelló contra la esquina de la estancia, siendo el impacto amortiguado por unas plantas decorativas.
Con otro suspiro, esta vez más de irritación que de resignación, Dovat optó por entrar en el ascensor y descender hasta los niveles inferiores.
Comenzaría a buscar de abajo a arriba, haciendo frente a todo lo que le pusieran delante.
******
Arthur Ziras estaba en su despacho, luchando contra un incipiente dolor de cabeza.
Puede que el director de los Rider Corps no se desplazase a los mundos afectados durante una incursión garmoga, pero eso no quería decir que no estuviese menos ocupado que los Riders, aunque sus labores fuesen de una naturaleza distinta.
Monitorizar a las tropas auxiliares en colaboración con el Concilio para los procesos de evacuación, mantener preparadas las instalaciones para emergencias, mantener un lazo de comunicación directa con los Riders en caso de que hubiese nuevas órdenes prioritarias, servir de enlace entre el Mando de la Humanidad, el Concilio y los Corps... Era una labor complicada.
Que la alarma del que debería ser uno de los lugares más seguros de la galaxia comenzase a sonar no ayudaba en absoluto.
Una presión leve sobre su holo-monitor conectó al director Ziras de forma directa con la central de vigilancia y seguridad del complejo.
"Informe", dijo. Su voz sonó seca y cortante. El palpitar del dolor de cabeza en sus sienes se había acentuado con la alarma.
"Señor, intrusión de individuo hostil en el vestíbulo de la zona de recepción al público. Hemos iniciado el protocolo de seguridad máxima al tratarse de la fugitiva 09031985, Dovat, colaboradora de..."
"Pratcha", terminó Ziras al tiempo que una sensación desagradable y fría se asentaba en su estómago, "¿Cuál es la situación?"
"El equipo de seguridad civil del área de visitantes la ha interceptado, pero..."
"¿Dónde está ahora?"
"En el ascensor cinco, señor, el que conecta con el vestíbulo. La llevará únicamente a las áreas de esparcimiento y el comedor, pero desde ahí podría tener acceso a otras zonas del complejo."
"¿Nuestros hombres?"
"Los equipos Iota y Lambda está en posición preparados para reducirla en cuando salga del ascensor, señor. Ro, Sigma y Tau están a la espera si su intervención es necesaria."
"Informe a Iota y Lambda de que el individuo es..."
Ziras se llevó una mano a su ceño fruncido. El palpitar de su cabeza comenzaba a asemejarse más a un martilleo.
"¿Señor?", preguntó el jefe de seguridad.
"Dovat es un objetivo prioritario con una Orden K autorizada por el Mando. Tienen permiso para usar fuerza letal."
"S... sí señor. Transmitiendo órdenes a los equipos Iota y Lambda."
"Manténganme informado y redirijan a mi monitor todo el tráfico visual de las cámaras de seguridad."
Ojalá esto terminase pronto. Sería un dolor de cabeza menos.
El martilleo en su sien continuó, casi como una burla.
******
Los equipos Iota y Lambda conformaban en su conjunto un total de dieciséis individuos, hombres y mujeres de la especie humana al servicio de los Rider Corps, entrenados para actuar en áreas de incursiones garmoga y auxiliar a la población civil durante los procesos de evacuación.
En ocasiones habían participado en procesos de purga y purificación de áreas afectadas si el número de drones garmoga estaba dentro de lo manejable y no era viable la presencia inmediata de uno de los Riders. Y también, como en el presente caso, podían ejercer como fuerza defensiva de los mismos Corps si era necesario.
Eran, en resumen, uno de los grupos militares mejor preparados y más curtidos de la galaxia.
Habían tomado posiciones de defensa en el área de acceso a la cafetería, donde se encontraba la puerta del ascensor que subía hasta el vestíbulo y en el que descendía el intruso sobre el que acababan de recibir claras órdenes.
Una Orden K, fuerza letal autorizada. Terminación inmediata.
Para dicho efecto, sus posicionamientos les permitían cubrir cualquier ángulo del ascensor en cuanto se abriesen sus puertas. La persona en su interior no tendría forma de cubrirse y evitar la ráfaga de proyectiles y descargas de plasma acelerado que la recibirían.
Un leve timbre marcó la llegada del ascensor a su destino. Los hombres y mujeres de ambos equipos afianzaron el agarre sobre sus armas. Un deslizamiento metálico acompañó al comienzo de la apertura de las puertas y se prepararon para disparar...
Por desgracia, un intenso destello de cegadora luz blanca con un ligero tinte azulado era lo último que esperaban. Surgió tras las puertas del ascensor como si un sol en miniatura hubiese estallado frente a ellos.
Los soldados más adelantados no vieron nada, solo la luz antes de caer en la inconsciencia.
Aquellos en posiciones intermedias y en los flancos pudieron sentir algo moviéndose antes de que la oscuridad se los llevase tras una ligera presión, como un golpe suave.
En la retaguardia, un soldado consiguió mantener sus ojos doloridos y llorosos abiertos lo suficiente para ver una figura moviéndose como un borrón indescriptible alrededor de sus compañeros y compañeras que caían al suelo, para luego sentir el desplazamiento del aire cuando el atacante se situó detrás suya y finalmente una presión en la parte posterior de su cabeza antes de que todo se tornase borroso.
En su despacho, Arthur Ziras se había levantado al ver lo sucedido en su monitor. Las cámaras habían parpadeado y perdido nitidez con aquella descarga de luz y energía, pero habían seguido funcionando.
Un pánico similar al que Ziras comenzaba a sentir en aquel momento se estaba extendiendo sin duda en la central de seguridad y vigilancia de los Rider Corps.
El director de los Rider Corps contó el tiempo. Desde la apertura de las puertas y el destelló de luz hasta la caída del último soldado noqueado habían pasado solo cuatro segundos.
Cuatro segundos y dieciséis de los mejores soldados humanos de la galaxia yacían en el suelo. Afortunadamente solo inconscientes, o al menos eso indicaban los sensores de seguimiento de sus constantes vitales.
Arthur Ziras masculló una blasfemia al ver la figura que seguía en pie tras salir del ascensor, intentando asimilar que lo que estaba ante sus ojos era la misma fugitiva atliana descrita en múltiples informes.
La mujer, que ahora parecía descansar recuperando el aliento de pie entre los soldados caídos, era mucho más alta y robusta de lo que indicaba su descripción.
Y vestía una armadura que aún emanaba leves destellos de energía.
Era de un gris vivo. Plateado y brillante, resplandeciente. Su uniformidad solo se rompía por franjas de un rojo metalizado que bajaban de los hombros hasta el pecho, rodeando una esfera luminosa que emitía un resplandor de luz azulada en el centro. Franjas del mismo color rojo se extendían por brazos y piernas hasta llegar a las manos y pies en una configuración que recordaba a guantes y botas.
Pese a la perdida de nitidez de las cámaras, Ziras pudo observar que el material era distinto al de las armaduras de los Riders. No tenía el aspecto cristalino y casi orgánico de ellos. Se asemejaba más a una suerte de cuero metálico y liso que se ajustaba al cuerpo de Dovat como una segunda piel. El contorno de sus músculos era claramente visible y marcado en brazos, piernas y torso.
El casco plateado apenas presentaba rasgos, con dos lentes dorados otorgándole un aspecto levemente insectoide. Estaba coronado por una cresta, de forma similar a una aleta hacia atrás.
Cuando la figura comenzó a caminar, saliendo del ángulo de visibilidad de las cámaras. Ziras pulsó uno de los botones de comunicación de su terminal.
Había tenido una idea que esperaba no terminase en desastre.