sábado, 30 de abril de 2022

I07 INTERLUDIO: DECISIÓN

 

Las máquinas tenían fantasmas.

Todo mago tecnópata lo sabía de primera mano, y un buen puñado de las poblaciones de las distintas civilizaciones de la galaxia lo aceptaban como un hecho universal. Después de todo, la historia de la galaxia siempre había estado marcada por la presencia del Nexo de Poder.

Un punto de intersección mágica en el planeta más cercano al núcleo galáctico, un cruce de todas las líneas de energía taumatúrgica que recorrían la galaxia en una eterna espiral. Objeto de culto para muchos, venerado como un dios. Objeto de estudio científico para otros, venerado como una verdad universal.

El Nexo era la fuente de toda la magia conocida. Eso era algo aceptado.

El Nexo era el motor del impulso que llevaba a la vida a desarrollarse y seguir adelante. Eso era algo aceptado.

El Nexo, a pesar de su focalización física en un mundo determinado, estaba en realidad en todas partes. Un pedazo de ello estaba en todo ser vivo.

Un pedazo de ello estaba en todo, en realidad.

Por eso, desde tiempos perdidos en la memoria, se había comprendido que hasta la más inanimada de las rocas poseía una chispa de poder. No era pues descabellado para la población de la galaxia aceptar que sus creaciones mecánicas gozaban del mismo privilegio e incluso iban más allá, cobrando un simulacro metafísico de existencia con el tiempo gracias al poder de la mera creencia. Incluso entre aquellos individuos desconocedores de la existencia del Nexo se seguía aplicando dicho principio.

Así nacían los fantasmas, los espíritus de las máquinas.

El profesor Janperson jamás creyó en ello.

Janperson no era su verdadero nombre. Como muchos de los fulgara, entes de electricidad viviente que solo podían interactuar con los demás habitantes de la galaxia haciendo uso de trajes de contención aislantes, había tomado un nombre pronunciable para las gargantas y órganos vocales de la mayoría de ellos. Su verdadero nombre eran chispas, sonido de estática y un aroma de ozono que ninguna otra especie podría reproducir.

Era, también, un gran escéptico.

No negaba la existencia del Nexo, pero que éste contase con una voluntad y que dicha voluntad dejase una impronta incluso en objetos inanimados se le antojaba ridículo. Que un ser que no pocos verían casi como una criatura mágica en si mismo mostrase tal escepticismo no dejaba de tener cierta carga de ironía.

Janperson nunca creyó en el concepto de los espíritus de la máquina. Para él los tecnópatas eran poco menos que meros magos telequinéticos con alguna deficiencia mental no diagnosticada.

Por esa misma razón, Janperson nunca fue plenamente consciente de lo que había creado.

Sus unidades MX, los droides de combate que desarrolló en los primeros años de la guerra contra los garmoga con la esperanza de aportar un arma decisiva, estaban movidos por programas cognitivos limitados. Más Inteligencias Virtuales que Inteligencias Artificiales propiamente dichas.

Si bien no estaba prohibido de forma absoluta, el desarrollo de IAs era algo altamente regulado y nunca aplicable a ámbitos militares. Desde la creación del Concilio nunca se habían producido problemas derivados de conflictividad con inteligencias artificiales plenamente desarrolladas, pero la larga historia de la galaxia contaba relatos que llamaban a la cautela, como La Conflagración de Orestea, o la rebelión de las unidades mineras en las primeras décadas del Imperio Laciano.

Relatos más antiguos, pertenecientes al pasado remoto de la Era de los Rangers, hablaban incluso de imperios de máquinas pensantes.

Por ello, los droides de Janperson que un día serían conocidos por el nombre de su creador, gozaban únicamente de rudimentarias inteligencias de simulacro, con capacidades cognitivas mermadas y capacidad de aprendizaje limitada a unos parámetros extremadamente específicos.

Pero eran máquinas, y las máquinas tienen fantasmas.

Una IA era generalmente algo aceptado como una forma de vida. El fantasma de una máquina no. Era una mera impresión metafísica de un objeto inanimado.

Pero dicha impresión metafísica entrando en sinergia con una inteligencia virtual, era algo nuevo.

Durante el poco uso que se hizo de ellos y durante las décadas de estudio y simulaciones posteriores cuando el Concilio cedió los droides de Janperson al Proyecto DHARS y a los Rider Corps, nadie fue consciente de la lenta pero progresiva mejora en las velocidades de procesado y toma de decisiones de los tres soldados mecánicos.

El fantasma de la máquina se había ligado a la rudimentaria inteligencia, y una chispa de vida real comenzó a formarse.

Las unidades Janperson se habían convertido en IAs, conscientes de sí mismas, y nadie se había percatado de ello.

IAs jóvenes, inseguras, que se aferraban a la familiaridad de su limitada programación a pesar de su capacidad para saltarse los limitadores cognitivos. Temían una vida de libertad y en las pocas ocasiones en que eran activadas –despertadas– se mantenían dentro de esos parámetros, por miedo a las reacciones de aquellos a su alrededor.

Pero a cada conexión –para revisiones, para prácticas en los simuladores– crecía el deseo de, quizá, algún día, poder tomar una decisión.

Decidir por sí mismas qué hacer, no atenerse a las normas de una vieja línea de código. Vivir.

Entonces, un día, fueron activadas de nuevo. Sus sensores reconocieron a la doctora Iria Vargas del departamento médico de los Rider Corps. Era algo inusual, pero la atliana contaba con los suficientes privilegios internos dentro del entramado interno de los Corps para solicitar el uso de las unidades Janperson.

Se sintieron sorprendidas cuando se dieron cuenta de que no las habían activado para otra rutinaria revisión o simulación de combate. No había nada de simulacro cuando escoltaron la lanzadera de la doctora Vargas hasta el mundo de Pealea en el sistema Eribos.

Su misión, sin embargo, no era hacer frente a los garmoga, que parecían estar ya casi bajo control, sino auxiliar a los mismos Riders contra un enemigo inesperado.

De las tres unidades Janperson, MX-A3 era la más "joven" y también la más avanzada. Su capacidad cognitiva había crecido más que las de sus dos hermanas mayores y éstas tendían a cederle el control del nodo de pensamiento coordinado que unía a las tres. Confiaban en ella para la toma de decisiones.

MX-A3 se había adelantado a las demás unidades como punta de lanza, bajo el argumento de monitorizar la situación y hacer gala de sus capacidades ofensivas si era necesario. La doctora Vargas no la cuestionó, su mente más centrada en la situación de los Riders y de Rider Red en particular.

A3 pudo ver al enemigo, tan similar a los Riders y a sus Dhars. De haber tenido un rostro expresivo habría fruncido el ceño, extrañada.

Cuando la situación en Pealea se había puesto finalmente bajo control y el enemigo se había retirado, todo aquel desarrollo de los acontecimientos llevó a que MX-A3 fuese la primera de las tres unidades Janperson en tomar una decisión por si misma.

Sabía quiénes eran los Riders. Habían servido de sparrings para ellos en simulaciones de combate, sobre todo en sus primeros años cuando los jóvenes guerreros multicolor aún estaban aprendiendo a controlar sus habilidades. Las unidades Janperson sabían lo poderosos que eran.

Verlos en aquel estado de agotamiento, con heridas, tras lidiar con un enemigo al que todas las lecturas lógicas dictaban como más poderoso, causó un metafórico escalofrío en la joven IA. Así que MX-A3 tomó su primera decisión. Decidió que aquello no le gustaba.

No le gustaba ver a otras formas de vida sufrir.

La IA y sus hermanas dieron vueltas a la idea durante mucho tiempo en el falso letargo de su desconexión, cuando los fantasmas que habían hecho medrar sus inteligencias seguían enlazados a pesar de la pérdida de energía.

No sentían resentimiento hacia su creador ni hacia sus actuales dueños. Éstos no sabían de su verdadera naturaleza, que ellas mismas ocultaban por miedo a ser designadas como un riesgo. Si las cosas se torcían, A3 había dejado muy claro que su propia auto preservación no sería a costa de vidas orgánicas. Huirían, evitando causar daños.

Pero eran conscientes de que cuando se las reactivase de nuevo, deberían decidir una vez más.

Cuando el flujo de energía despertó a MX-A3, sus sensores visuales se posaron de nuevo sobre el rostro alarmado y tenso de la doctora Vargas y el de uno de los técnicos del laboratorio de desarrollo armamentístico situado tras ella.

Al tiempo que sus sistemas cognitivos y los de sus unidades hermanas restablecían su nodo de enlace personal entre las tres, recogían también el flujo de datos de los sistemas de seguridad de la red interna del edificio.

Una intrusa, con capacidades similares a los de los Riders y a la que las tropas de los Corps no tenían esperanza alguna de detener. Al menos un grupo de seguridad y dos escuadrones ya habían sido neutralizados, aunque por fortuna no se habían producido bajas.

Las órdenes verbales de la doctora Vargas, entrecortadas y nerviosas, resonaron en sus receptores auditivos haciéndose oír sobre la estridencia de la sirena de evacuación. Les pedía que ganasen tiempo, les pedía frenar a aquella amenaza.

Podemos decidir por nosotras mismas, se dijo, haciendo que sus pensamientos resonasen en el lazo que la unía con MX-A1 y MX-A2. Podemos salir de aquí, correr, huir, vivir, buscar un lugar para nosotras lejos de todo combate.

Podemos, pensó A2, pero sabemos que no es lo que quieres.

Tampoco nosotras, resonó la voz de A1.

La conversación entre las tres duró una milésima de segundo, y su toma de decisión incluso menos.

MX-A3 inclinó su cabeza y fijó sus sensores visuales sobre la doctora Vargas.

"Ordenes asimiladas, doctora", dijo, con la fría formalidad de una máquina.

Las unidades Janperson mantendrían su máscara un poco más. Ahora tenían un trabajo que hacer.

lunes, 25 de abril de 2022

070 FIN DE OPERACIONES

 

Goemagot ardía.

La gigantesca quimera había dejado por fin de moverse. El halo metálico que crecía de su espalda se había fundido. El metal incandescente cayó como magma sobre sus hombros dejando surcos luminiscentes sobre toda su carne carbonizada. Su enorme cuerpo había caído de rodillas y se había inclinado hacia adelante hasta que la frente de su grotesca cabeza tocó el suelo bañado por los restos de los drones garmoga.

Aún ahora las llamas carmesí de Solarys lo envolvían y consumían, con pedazos de su carne biomecánica desprendiéndose al suelo en nubes de ceniza.

Alma Aster estaba de pie, sobre la cabeza de la Dhar, observándolo todo con sus brazos cruzados. El paisaje ante ella era pesadillesco, pero así solían terminar muchas de las áreas en las que se había purgado una infestación garmoga.

La pequeña ciudad costera –Alma no sabía el nombre peros se prometió a si misma que lo averiguaría– había visto al menos un tercio de su extensión destruida o dañada por las acciones garmoga y daños colaterales del ataque de Solarys. La Dhar por suerte contaba con la suficiente precisión y control sobre sus llamas para que no se produjese un incendio descontrolado, pero eso no quitaba que una parte visible de la ciudad estaba en ruinas.

Edificios ennegrecidos por las llamas y los restos calcinados de drones y centuriones garmoga se alzaban sobre el río de fuego que aún eran muchas de las calles.

Alma había dado cuenta ella misma de todo dron o centurión rezagado que hubiese tenido la fortuna de escapar a una muerte flamígera. Durante los últimos treinta minutos la Rider Red había perdido la cuenta de a cuantos de aquellos engendros había cercenado con su espada mientras Solarys seguía combatiendo con Goemagot.

Alma se sorprendió a si misma sintiendo cierto respeto hacia la criatura por su persistencia.

El impacto de Solarys había partido al ser en dos, separando su torso de sus piernas. Eso no detuvo a la quimera, que había comenzando a regenerarse absorbiendo a sus congéneres de menor tamaño a una velocidad sin precedentes. Había llegado al punto de poder ponerse en pie de nuevo y lanzar unas pocas descargas más de aquella enfermiza energía esmeralda generada por su halo dorsal.

Aquel color afloró recuerdos de su encuentro con la Rider Green y su Dhar Komai, Teromos. En el momento, y pese a estar centrada en el combate, Alma sintió un escalofrió y una sensación de ardor en el área de su armadura que aun lucía las marcas de la lucha de hace medio año.

Solarys, como siempre, sintió todo lo que pasaba por la cabeza de su Rider. La Dhar se lo había tomado como un insulto personal y procedió a envestir contra Goemagot con una furia inusitada.

De haber tenido Goemagot brazos es casi seguro que Solarys se los habría arrancado. En cambio, la Dhar Komai se contentó en hundir sus garras en los hombros de la abominación y empujarla contra uno de los rascacielos. A continuación sujetó la boca abierta de la criatura y comenzó a abrir sus mandíbulas por la fuerza.

Goemagot luchó, retorciéndose. Su halo emitió una descarga de poder tras otra, pero dada la cercanía de Solarys no tenía ninguna esperanza de alcanzarla al estar prácticamente pegada a la quimera.

Solarys abrió las mandíbulas de Goemagot y vomitó una oleada de fuego y plasma rojizo al interior de la garganta de la quimera garmoga. Goemagot ardió desde el interior, cayendo sobre sus rodillas. De pie ante la quimera arrodillada, Solarys escupió sus llamas de nuevo sobre el ser, cubriendo todo su cuerpo e inundado las calles a su alrededor en plasma rojizo, como si fuesen venas sobre las que circulaba sangre luminiscente.

Solarys se había apartado del área momentos después. Alma se le unió más tarde tras terminar con los últimos drones y centuriones. Afinando sus sentidos no percibió rastro alguno de ninguna otra abominación rezagada. Aquel punto de infestación estaba oficialmente limpio.

La Rider Red y su Dhar Komai sintieron entonces un temblor bajo sus pies. Con una señal telepática, Solarys alzó el vuelo con Alma manteniéndose aún en pie sobre su cabeza.

A cierta distancia pudieron ver el agujero en el suelo que había sido el punto de emergencia de la quimera.

De él salía una columna de llamas negras elevándose a las alturas con un extraño resplandor grisáceo en su contorno. Con un pensamiento, Alma activó las comunicaciones con sus hermanas y hermanos.

"Veo que estás haciendo una buena limpieza, Athea", dijo.

La respuesta no se hizo esperar.

"Todo el sistema de túneles y galerías subterráneas ha sido purgado. Recomiendo una inspección de los ecólogos cuando comience la restauración del área", respondió la Rider Black, "Localizado y neutralizado el portal garmoga."

La voz de Antos irrumpió en la conversación, "¿Funcionó mi teoría?"

Pese a no estar físicamente presente ante ellos, Rider Red y Rider Purple casi pudieron sentir el gesto de asentimiento de Athea al responder, "Afirmativo, Antos. Tu técnica ha funcionado a la perfección. El portal se colapsó sobre sí mismo sin descarga energética, solo puedo asumir que al otro lado los garmoga han tenido que lidiar con un resultado más desagradable."

"Oooh, tengo que hablar con los del ZiZ y ver si han registrado alguna lectura energética interesante en las zonas ocupadas de la galaxia", dijo el Rider Purple.

"Antos", interrumpió Alma, "¿Como está la situación en tu área?"

"Controlada. Quimera muerta y situación contenida. Nos dio un poco de guerra al principio, y tuve que lidiar con una evacuación de última hora, pero todo salió bien", explicó Antos, "Ahora quedan unos pocos drones, pero estoy dando cuenta de ellos. Adavante está manteniendo el perímetro seguro para que no se escabulla ningún bichejo y algunas de las tropas auxiliares están ayudando a ras de suelo"

"Lo mismo en mi caso", añadió Armyos uniéndose a la conversación, "La quimera no supuso demasiado problema, pero temo que esta zona va a estar en una cuarentena especialmente prolongada, la cantidad de residuos químicos que esa cosa dejó antes de mi llegada ha sido... bueno, esto ha dejado de ser una zona industrial y ahora parece más un vertedero tóxico."

"Parece que los ecólogos del Concilio tendrán horas extra", dijo Alma.

"Del todo. La cosa se ha prolongado un poco porque hemos tenido que ocuparnos Volvaugr y yo de toda el área contaminada nosotros solos. Tuve que explicarle a las tropas auxiliares que debían evitar la zona afectada salvo que contasen con el equipamiento adecuado. Va a dificultar labores de limpieza en general."

"Siempre es así con los garmoga, si ellos mismos no pudren un planeta de forma directa buscan formas indirectas de dejar la tierra baldía", observó Antos.

"Al menos no hemos tenido que perder un continente entero esta vez", musitó Alma, "¿Avra? ¿Cómo van las cosas en tu posición?"

Silencio.

"¿Avra?"

"¿No responde?", preguntó Armyos.

"¡Avra!", exclamó Alma.

"¿¡QUÉ PASA, JODER!?"

"Yyyyy... ¡Ahí la tenemos!", rió Antos.

"Avra, no respondías ¿Cuál es la situación?", preguntó Alma.

"La situación es que has interrumpido una charla muy agradable que estaba teniend... ah, no, Shin, no estoy hablando sola, es mi hermana, tenemos como este lazo de comunicación que solo nosotros..."

"Uh... ¿debo asumir que la colaboración con el guerrero de la Sentan Corp ha ido bien?", preguntó Alma.

"Oh, sí ha ido bien, dice...", comenzó Avra, "¡Ha sido la hostia! Deberíais haberlo visto, estaba a punto de darle a la quimera un guarrazo con mi espada, pero unos centuriones me agarraron al vuelo. Los rematé rápido, porque seamos justos, unos centurioncillos de mierda no son problema, pero antes de que pudiese volver a centrarme contra la quimera el tipo éste va y sale de la nada, en una moto voladora –lo cual es jodidamente guay y ¿por qué nosotros no tenemos alguna?– y ¡ZAS! ¡Le arrea TREMENDO PATADÓN a la quimera que la hizo salir volando por los aires!"

"Erm...", musitó Alma, intentando asimilar la descarga de verborrea de la Rider Blue.

"Avra... nosotros también hemos hecho volar a quimeras por los aires en el pasado a base de golpes directos", replicó Armyos.

"Siii, Armyos, claro, eso ya lo sé, joder. Pero Shin... Shin lo ha hecho con estilo", replicó Avra, casi susurrando la última parte.

"Oh, mierda", dijo Antos con consternación en su voz, "Conozco ese tono de voz."

"¿Te refieres a...?", preguntó Armyos.

"Como lo de Maltheas-7 otra vez", añadió Athea.

"Esperemos que no haya explosiones esta ocasión", susurró Alma, con ese tono de burla cariñosa que solo una hermana mayor podía tener. A Avra la sacaba de sus casillas.

"Oh, iros todos un poquito a la mierd... ¿Qué? Ah, no, Shin, tranquilo, es que mis hermanas y hermanos están siendo un poco gil... er... gente, voy a cortar porque me está mirando como si me hubiese salido una segunda cabeza. Y aún quedan algunos bichejos que rebanar en pedazos, así que eso."

"Bueno, creo que podemos dejar constancia de que todos los focos están controlados y que al menos el figurín de la Sentan Corp parece cumplir lo mínimo en el campo de batalla", dijo Armyos, "Es un alivio saber que no tendremos que hacerle de cuidadores en futuras operaciones conjuntas."

"Aunque seguro que Avra no tendría problemas en hacerle mimos", dijo Antos.

"¡AÚN PUEDO OÍRTE, CAPULLO!", resonó la voz de la Rider Blue.

Alma inclinó ligeramente la cabeza con un tenue gesto de dolor incómodo, como si su hermana estuviese justo a su lado gritándole a los oídos. De todas formas parecía que todo estaba bien, era cuestión de terminar de asegurar las áreas afectadas y...

Un chasquido en su casco marcó una comunicación por radio de parte de los Corps. La voz del director Ziras resonó en el sistema de comunicaciones de los Riders.

"Alma, he sido informado de que la situación en Alirion está controlada."

"Efectivamente señor, íbamos a proceder a..."

"No", interrumpió Arthur Ziras, "Dejen los protocolos finales a las tropas auxiliares y a la flota del Concilio. Los necesito de vuelta en Occtei, la base de los Rider Corps está sufriendo un ataque."

¿Qué?

"El intruso ha sido identificado como Dovat, asistente de Tiarras Pratcha. Cuenta con habilidades mórficas. Los prototipos Janperson han intervenido dirigidos por la doctora Vargas, pero ésta necesita más ayuda. Se dispone a combatir de forma directa con la intrusa..."

La sensación que inundó a Alma en aquel instante no podía describirse con palabras.

¿¡Qué!?

lunes, 18 de abril de 2022

069 PORTAL

 

El resplandor verde del portal garmoga iluminaba el centro de la caverna subterránea donde se encontraba, con sombras y reflejos bailando en las paredes de roca y otorgando al lugar un aura de fantasmagoría enfermiza.

Athea había tardado en encontrarlo más de lo que le hubiese gustado admitir, pero la red de cuevas y galerías subterráneas en Alirion había demostrado ser enfermizamente laberíntica. La astuta inteligencia de los garmoga los había servido bien estableciendo aquel recóndito lugar del planeta como su punto de entrada, ocultos a ojos de todo el mundo.

Contando con el menor tamaño de todos los Dhars, Sarkha podía maniobrar razonablemente bien en los túneles más amplios, pero incluso el dragón de escamas de obsidiana debía volar más lento de lo acostumbrado y concentrarse en sus maniobras si quería evitar choques contra las paredes de las cavernas y sus afiladas formaciones rocosas.

Su mente y la de Athea habían estado en un estado constante de coordinación, algo que resultaba agotador para ambos. De todos los Dhars, Sarkha era el que contaba con un lazo psíquico más débil con su Rider.

El Dhar Komai era, a pesar de su menor tamaño, el más temperamental de todos los de su estirpe. O quizá lo era debido a ello. Avra había hecho una broma sobre complejos y tamaños una vez.

Lo cierto es que al final del día, mientras los otros Dhars no solían tener problemas al tratar con cuidadores u otros miembros del personal de los Corps al margen de sus Riders, Sarkha prácticamente solo toleraba a Athea y quizá a sus hermanas y hermanos, pero a nadie más. Sin excepción.

Y si bien el Dhar Komai y la Rider Black trabajaban bien juntos, si era cierto que un uso prolongado y complejo del lazo psíquico entre ambos requería algo más de esfuerzo consciente del que necesitaban los demás Riders con sus respectivos Dhars.

Pese a ello y las mayores dificultades de maniobra, Athea creía que estaban llevando a cabo una labor aceptable en las galerías subterráneas. Aunque varias de las ramificaciones de túneles eran demasiado pequeñas y podrían permitir que se escabullesen por ellas algunos drones garmoga, las llamas de Sarkha habían sido una solución.

Para los drones garmoga en los túneles el ataque debió ser como presenciar una marea de sombras llameantes arrasándolo todo a su paso. El Dhar había rodeado su cuerpo de energía y emitido ondas de la misma repetidamente durante su avance por los subterráneos junto con descargas constantes de su aliento de fuego. Los túneles se llenaron de llamas negras que recorrieron las galerías hasta llegar a los huecos más diminutos y aislados, incinerando a todo dron o centurión garmoga a su paso.

La Rider Black y su Dhar incluso habían dado cuenta de otras tres quimeras garmoga en proceso de formación. Cúmulos de masa bio-orgánica palpitantes, uno de ellos del tamaño de un edificio y prácticamente lista para eclosionar. Las llamas negras las bañaron con más intensidad que a cualquier otra criatura, reduciéndolas a átomos.

Athea y Sarkha solo habían interrumpido el flujo de llamas y plasma cuando percibieron la energía del portal de los garmoga.

Athea sintió todo el vello de su cuerpo erizarse. Hasta aquel momento los únicos que habían estado realmente cerca de una de aquellas cosas habían sido Alma y Antos, y ninguno de los dos había hablado demasiado del asunto más allá de la urgencia de cerrar el portal.

En cierto modo era algo hermoso, si se usase únicamente la vista para percibirlo. Un disco de luz bidimensional esmeralda flotando en el aire en posición vertical, ofreciendo una engañosa sensación de profundidad en la vorágine en movimiento su centro.

Pero para los sentidos de la Rider unidos al poder del Nexo, el portal se sentía como una llaga, una herida rezumantes de la que brotaban parásitos dispuestos a drenar la vida de todo lo que les rodeaba. La cueva en donde se encontraba transmitía una sensación como la de un lugar muerto. Incluso en una localización como aquella debería haber existido un pequeño ecosistema, retazos de vida saliendo adelante, pero ahora solo quedaba roca desnuda y árida.

Con una última orden mental, Athea emergió de la silla-módulo y saltó del lomo de su Dhar. Sarkha procedió de nuevo a emitir un flujo de llamas negras rodeando el área alrededor del portal pero con cuidado de que no entrasen en contacto directo con la masa de luz verde. Una reacción no buscada entre ambas energías podría ser catastrófica.

Por su parte, Athea materializó su arco Saggitas y comenzó a girar sobre sí misma en su caída. Cientos de flechas de energía oscura volaron a lo largo y ancho de toda la caverna dando cuenta de los drones y centuriones que habían evitado el asalto de Sarkha. Aún quedaban varias docenas de ellos en pie, pero si era rápida no tendrían tiempo de frenarla.

Antes de tocar el suelo, la energía del Nexo ya había fluido a lo largo de su cuerpo. Una esfera de luz grisácea tomó forma en la palma de su mano, concentrándose hasta tener una apariencia casi sólida. Athea sintió su peso sobre su mano, como si aquella concentración de energía tuviese una masa incalculable. El mero hecho de mantener una forma precisa y fija, evitando que se disipase, suponía un esfuerzo titánico.

En los últimos metros de descenso, todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión, su brazo sufría calambres y bajo su casco el sudor perlaba su frente. Si debía mantener la concentración sobre aquella cosa un minuto más, la integridad de su propia armadura se vería comprometida.

En el momento en que los pies de la Rider Black tocaron la fría roca de la caverna, Athea lanzó su cuerpo hacía adelante y arrojó la bola de energía con todas sus fuerzas. La masa de poder concentrado voló sin que su trayectoria fuese interrumpida, demasiado rápida para los drones garmoga más cercanos, incluidos aquellos que aún emergían del portal, e impactó de lleno contra el corazón de aquella grieta en la realidad.

Por unos instantes la bola de luz gris y negra, girando sobre sí misma, pareció quedar suspendida frente al portal. Athea temió lo peor, pensando que quizá Antos se hubiese equivocado al elaborar aquella técnica...

Pero entonces la esfera luminosa fue absorbida por la espiral de energía esmeralda. Athea relajó su concentración y liberó la tensión que atenazaba su cuerpo.

A años luz de distancia, en un mundo apartado de la galaxia consumido hace tiempo por los garmoga, la esfera de energía emergió a través del portal, ante la sorpresa de los miles de centuriones y drones garmoga presentes que se disponían a cruzarlo. Alejada de la Rider Black y sin la concentración de aquella para mantenerla estable, la esfera detonó.

La explosión de energía taumatúrgica colapsó el portal garmoga en una segunda detonación. De forma similar a cuando Alma Aster y Solarys golpearon el portal de Calethea 2 hace poco más de medio año, la energía liberada se expandió en un domo de luz negra destructiva visible desde el espacio.

Mucho más grande e inestable que el ataque concentrado de la Rider Red, la energía en aquel mundo garmoga se llevó por delante un tercio de la superficie planetaria, incinerando a todas las abominaciones a su paso. Drones, centuriones y quimeras ardieron consumidos.

Pero la fuerza de la detonación es tal, y de una escala tan gargantuesca, que el eje de rotación del planeta se ve afectado, así como su órbita alrededor de su sol. El proceso resultante se prolongaría durante eones, pero aquel mundo terminaría escapando de su órbita debido al impacto sufrido en un remoto futuro.

En contraste, al otro lado de la galaxia, en las cuevas de Alirion, el portal garmoga parpadeó por un instante antes de desvanecerse sin causar daño alguno. Como si se hubiese apagado un mero farol sin más consecuencias que la caverna sumiéndose en una oscuridad total sin ninguna otra luz más que el tenue brillo blanquecino del aura que envolvía a la negra armadura de Athea Aster y a su Dhar Komai.

Como si un interruptor hubiese sido pulsado, Sarkha inundó el lugar de nuevo con una oleada de llamas y plasma, esta vez sin contenerse y sin preocupación alguna de causar una posible reacción adversa. Al igual que en el otro planeta y al igual que en las demás cavernas de Alirion, los drones y centuriones garmoga murieron con sus cuerpos consumidos por llamas de sombras más calientes que un sol.

Varios centuriones intentaron saltar sobre Sarkha. Otros intentaron lo mismo contra Athea. Desesperados y convirtiendo sus cuerpos en masas palpitantes de cuchillas afiladas y cableado espinoso, se arrojaron en un último asalto suicida contra la Rider Black.

Athea Aster no se inmutó. No se dignó a mover un músculo. No fue necesario. 

El fuego de Sarkha cayó sobre ellos reduciéndolos a menos que cenizas. Uno de los centuriones había conseguido situarse casi hasta estar al lado de la guerrera, con la punta de su brazo derecho convertido en una lanza orgánica a unos pocos milímetros del cuello de la Rider Black antes de disolverse.

El fuego de Sarkha había bañado e inundado toda la caverna, y Athea Aster estaba en el centro. Las llamas y plasma envolvieron su cuerpo pero no sufrió ningún daño. La Rider se relajó, el fuego negro lamiendo su armadura y fundiéndose con ella como si fuesen una única entidad.

Si alguien pudiese verla en aquel momento, en la oscuridad profunda e impenetrable de aquella cueva, Athea Aster les habría parecido un demonio de sombras en movimiento.

La Rider Black se permitió una sonrisa cuando expandió su lazo psíquico para contactar con sus hermanas y hermanos e informarlos de la situación.

Misión cumplida.

lunes, 11 de abril de 2022

068 CHARLAS DE TRABAJO

 

Cuando la alarma comenzó a sonar, la doctora Iria Vargas reprimió el escalofrío que recorrió su espalda y el nudo que se había formado en su estomago en cuestión de segundos.

Que el lugar posiblemente más seguro de la galaxia fuese atacado era un pensamiento enervante y una realidad aún más digna de terror, pero la doctora era miembro del equipo de análisis biológico y supervisión de procedimientos médicos de los Rider Corps. Es más, era jefa de su sección y la doctora designada para el tratamiento directo de los Riders.

Eso significaba que debía mantener la sangre fría cuando fuese requerido.

Así que cuando la alarma comenzó a inundar las instalaciones con su sonido de forma estridente, las luces se tornaron rojas y los señalizadores lumínicos de evacuación se activaron, cualquier impulso emocional que hubiese podido derivar en pánico fue aplastado sin miramientos, empaquetado y enterrado en un metafórico pozo de cemento en un rincón profundo de su mente.

El personal de los laboratorios y áreas médicas estaba siguiendo los procedimientos al pie de la letra. El personal de clase C y B debía abandonar inmediatamente toda actividad o trabajo –dentro de unos patrones de seguridad, por supuesto–. El personal de clase A debía seguir el mismo procedimiento pero únicamente tras dejar preparados los protocolos de blindaje de archivos de su propio departamento.

Esa era la labor en la que se encontraba Iria Vargas mientras el último de sus colegas de laboratorio abandonaba la estancia y se dirigía a las salidas de emergencia. Era imperativo garantizar que, en caso de que el ataque enemigo tuviese más objetivos que la mera destrucción, los historiales médicos de los Riders no fuesen accesibles.

Finalizada su labor tomó las pocas pertenencias personales que tenía consigo en la oficina y se dispuso a abandonarla. Fue en ese preciso momento cuando el comunicador de su pulsera indicó una llamada entrante del director.

"¿Director Ziras?", preguntó.

"Doctora Vargas, ¿cómo va el proceso de evacuación?"

"Todo según el protocolo y sin complicaciones señor, ¿puedo preguntar que ha...?"

"Hace nueve minutos una intrusa ha entrado en la sede de los Corps a través del acceso principal al público", explicó Arthur Ziras con tono grave, "Declaró intenciones de acceder a nuestros archivos por la fuerza si es necesario. Neutralizó sin esfuerzo a los vigilantes del área de acceso pública. Las tropas de seguridad han sido movilizadas pero ya ha dado cuenta de los escuadrones Iota y Lambda. Ro, Sigma y Tau van camino de interceptarla y se ha dado señal de movilización a los reservas, pero no sé si podrán conseguir mucho."

"Director ¿cómo es posible que...? ¿Una única persona neutralizando dos escuadrones?", preguntó Iria incrédula al tiempo que avanzaba por el pasillo siguiendo la ruta marcada para la salida segura del personal en caso de ataque.

"La intrusa posee habilidades mórficas."

La respuesta de Ziras calló sobre Iria Vargas como un jarro de agua fría. Un oponente con esas habilidades...

"Señor, ¿Se trata de...?"

"No. No es la Rider renegada de los informes de Pealea. No es la Rider Green."

Iria no reprimió un suspiro de alivio.

"Se trata de Dovat, fugitiva asociada al caso de Tiarras Pratcha. Desconocemos como ha adquirido sus habilidades, pero dado que el doctor había robado una de las viejas llaves mórficas..."

"¿Si está usando una llave mórfica cómo es que sigue viva?"

"Doctora... no tengo respuesta para eso ahora mismo. Lo único que sé es que necesitamos ganar tiempo. Nuestras tropas no pueden hacer realmente nada contra un guerrero mórfico más allá de ser una irritación. Pero tenemos que retenerla y contenerla lo máximo posible para que los Riders puedan hacerse cargo al regresar de Alirion."

"¡Eso puede llevar horas!"

"Por eso necesito su ayuda, doctora."

"¿Señor...?"

"Sé que aún tiene los códigos."

"Señor, no sé..."

"Doctora Vargas... Iria", interrumpió Ziras, "Pude cubrir sus espaldas cuando lo de Pealea, pero no insulte mi inteligencia pretendiendo que no conserva los accesos a los prototipos de los trooper Janperson por si algún día necesitaba salvar el cuello a los Riders."

"Lo siento señor", respondió la doctora atliana, "Pero aún usándolos no veo que esto vaya a terminar bien."

"Solo tenemos que retrasarla. Y no contará únicamente con los Janperson, doctora."

El caminar de Iria se paró en seco. Por unos instantes solo fue consciente de los latidos de su propio corazón retumbando en su pecho, por encima del zumbido de las luces parpadeantes del pasillo, el ruido de temblores en los niveles superiores y la alarma que aún continuaba aullando como un animal desquiciado.

"No está sugiriendo lo que creo que está sugiriendo", dijo la doctora, incrédula. 

"Considere esto un ascenso en escenario de combate, doctora", replicó Ziras, "Ahora active a esos robots e intente ganarnos una hora. Yo contactaré con los Riders."

 

******

 

"Así que... ¿tu primera vez en una infestación?"

Tras la caída de la quimera Kedolas, la situación había derivado en una limpieza estándar del área, rastreando y eliminando drones y centuriones garmoga. Los últimos minutos habían visto a la Rider Blue y a Shin haciéndose cargo de ello.

En otras palabras, rutina para Avra Aster en términos de dificultad. No es que la Rider Blue no se tomase en serio su labor, pero tras siglo y medio y por disfrutable que fuese, el eliminar drones y centuriones garmoga era... bueno, era "lo normal".

Así que se permitía el lujo de charlar amigablemente con el guerrero insectoide de la Sentan Corp. O al menos lo intentaba. Shin había mantenido su silencio desde su llegada.

La patada con la que había hecho caer a la quimera al hacer su entrada en escena había sido solo el comienzo.

Kedolas no había muerto, solo estaba aturdida y con su mandíbula deshecha. Pero la abominación garmoga seguía siendo peligrosa y dado el ritmo al que estaba absorbiendo a drones y centuriones no tardaría en regenerarse.

La Rider Blue y Shin habían terminado con ella al final. Un ataque combinado sorprendentemente efectivo. Un golpe de Shin al torso del ser que causó que la quimera se doblase sobre si misma fue seguido por un golpe del espadón Durande de Rider Blue.

La decapitación fue rápida y limpia.

Tras eso, la humana alterada por el poder del Nexo y el supersoldado eldrea procedieron a la purga de los demás garmoga.

Y Avra seguía intentando entablar conversación.

"¿Estas nervioso? Bueno, yo recuerdo que estaba nerviosa la primera vez que me las vi con los garmoga."

Shin no respondió. Su puño atravesó el torso de un centurión. A su espalda una pareja de drones fue segmentada en dos por Avra.

"Quiero decir, teníamos toda la experiencia de los simuladores. Seguro que también has usado de esos, no creo que te mandasen aquí a ciegas ¿verdad?"

Avra aplastó la cabeza de un centurión garmoga con un crujido enfermizo mientras hacía su pregunta. Otro centurión intentó saltar hacia ella para empalarla por la espalda con su brazo convertido en una lanza afilada. Shin lo interceptó, arrancó el brazo de cuajo y lo usó contra el mismo centurión.

"¡Vaya, gracias! Siempre es gracioso cuando puedes usar sus propias armas contra ellos, aunque una vez usé a uno entero para golpear a sus compañeros."

Avra se inclinó hacia adelante, golpeando a un dron garmoga de tamaño medio. Shin saltó por encima de la Rider Blue al mismo tiempo, propinando una fuerte patada a otro centurión que intentaba saltar sobre su posición.

De forma casi inconsciente, los movimientos de ambos habían comenzado a sincronizarse. Una precisión y sinergia que solo podían nacer de una capacidad casi innata para el combate de los dos individuos.

"Parece que te gusta dar patadas ¿no? Bueno, si es lo que se te da bien pues adelante con ello. Yo soy más parcial al uso de puños y espada."

La Rider Blue materializó a Durande y con un amplio arco el espadón partió en dos a cuatro drones garmoga.

"Es cosa de preferencia personal, claro. Pero fue cojonuda la que le diste a la quimera, de lo mejorcito que he visto."

Un rugido draconiano llegó desde los cielos y una advertencia cruzó la mente de Avra. La Rider Blue alzó la vista.

En las alturas su Dhar, Tempestas, estaba lidiando con enjambres de drones voladores y estableciendo perímetros de aislamiento para evitar su propagación. Pero a pesar de su velocidad, el Dhar no podía estar en todas partes. Por suerte, contaba con su Rider.

La advertencia de Tempestas fue clara. Un grupo de drones garmoga había comenzando a apelotonarse en el aire. Decenas de los más pequeños rodeaban a un dron de mayor tamaño, casi tan grande como una lanzadera que había comenzado a absorberlos y añadirlos a su propia masa.

No me digas que tenemos un amago de pseudo-quimera, pensó la Rider Blue, Cabroncetes descarados.

La criatura comenzó a descender, su carne metálica convulsionándose y burbujeando, con llagas abriéndose rezumando un líquido negro y fibras similares a cableado siendo expuestas al aire. El dron garmoga mutado voló de forma directa hacia los dos guerreros de una forma que Avra solo podría describir como suicida.

La Rider Blue se volvió hacia Shin. El guerrero eldrea ya se había percatado del nuevo enemigo.

"Venga, va", dijo Avra, "Te lo dejo a ti."

Shin hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza pero que Avra tomó como un ligero asentimiento. Acto seguido, saltó con una fuerza prodigiosa dejando un pequeño cráter tras de sí junto a la Rider Blue.

Avra observó a Shin ascender con su puño adelantado, como un proyectil directo contra la abominación.

El hipertrofiado dron garmoga desgajó la parte frontal de su cabeza, abriendo una enorme boca de pétalos aserrados y filamentos punzantes parecidos a alambre de espinos.

Engulló a Shin.

Acto seguido su torso estalló reventando a la criatura en dos partes cuando Shin emergió de su interior, cubierto en fluidos negros y grisáceos.

El guerrero se dejó caer y justo antes de chocar contra la superficie pareció levitar por un instante, como si frenase su descenso en seco antes de tocar el suelo con sus pies con suavidad. De pie, Shin cerró sus puños y pareció concentrarse. Sus ojos emitieron un leve destello rojizo y una tenue aura de energía envolvió su cuerpo, incinerando los restos orgánicos del dron garmoga y dejando su armadura totalmente limpia.

"Vale, me voy a poner celosa", dijo Avra acercándose a él, "Nosotros tenemos que desmaterializar y reformar nuestras armaduras para limpiarlas así."

Shin se quedó mirando a la Rider Blue. Ésta había estado dirigiéndole la palabra de forma continua durante toda la operación y no sabía como tomárselo. Se le había ordenado colaborar con los Riders, pero no establecer contactos directos. Ogun-Mori y los directivos de la Sentan Corp también habían planteado que los Riders podrían intentar sonsacarle algo, así que debería limitar posibles intentos de confraternizar.

Pero sus sentidos no percibían ningún tipo de intención oculta en la parlanchina Rider Blue.

La muchacha parecía sincera en simplemente intentar conversar con él y expresar admiración. Había una corriente de respeto en sus palabras a pesar de la irreverencia de su forma de expresión. Y algo más, una especie de nerviosismo en la postura y timbre vocal de la Rider cuando ésta se encontraba frente a él que Shin no podía determinar con claridad.

Pero no era algo malo.

"Quiero decir, a mí también me gusta hacer lo de ser una bala de cañón a veces, pero es un asco ¿sabes?", prosiguió Avra, ajena a las observaciones del guerrero eldrea, "Oye, esta área ya está purgada y solo queda que Tempestas haga algo de limpieza. Tenía pensado ver si los demás necesitaban que les echase una mano ¿Te apuntas?"

Shin ladeó ligeramente la cabeza, extrañado. Ahí estaba de nuevo ese extraño nerviosismo en la voz de la Rider, casi expectante. Finalmente, tomó una decisión.

"Si", respondió. Con su voz grave y cavernosa la afirmación sonó casi con un tono amenazador, aunque no fuese su intención.

La Rider Blue pareció quedarse paralizada un instante, mirándolo fijamente. Pero la rigidez y el nerviosismo desaparecieron de su postura y todo su lenguaje corporal pareció verse inundado de... ¿entusiasmo y curiosidad?

"Joder, ¿esa es tu voz?", preguntó Avra.

Shin asintió, ligeramente desconcertado.

"Si", repitió.

No atinaba a identificar la respuesta emocional de su interlocutora. Si pudiese ver bajo su casco, la ruborizada sonrisa oreja a oreja de Avra y el brillo en sus ojos quizá le hubiese dado una pista cuando ésta respondió.

"Moooola."