Camlos Tor, Mundo Capital de la civilización galáctica y sede del Senado del Concilio. La llamaban la Joya Dorada del Cosmos, un título que sus habitantes habían abrazado con orgullo.
Ahora era un mundo marcado con cicatrices por primera vez en cientos de años.
El área de los Jardines de la Concordia más cercana a la pirámide senatorial se había convertido en una tierra baldía por la acción de los garmoga. Su concentración en aquella zona específica había salvado el resto del gran parque, pero la marca y el daño eran visibles.
El punto exacto sobre el que había flotado el portal de los garmoga había sido cubierto con una cúpula artificial y estaba monitorizado durante todo un ciclo diario. Aunque los restos de radiaciones derivadas de abrir aquella rasgadura en el tejido del espacio no parecían ser peligrosas para la mayoría de especies siempre que se evitase una exposición prolongada, el efecto que había tenido sobre el suelo era innegable.
Nada volvería a crecer sobre aquella tierra muerta en cientos de años. Puede que miles. Un vistazo de la devastación garmoga y su impacto sobre las biosferas de los mundos que habían consumido justo en el corazón de la galaxia. Un recordatorio del peligro real de la guerra, junto con los daños estructurales sufridos por múltiples edificios y áreas públicas tras la batalla de los Riders contra Golga.
El clima de miedo no se había disipado a pesar de haber pasado ya más de medio año desde el ataque. En realidad, había una sutil pero creciente paranoia expandiéndose por los sectores planetarios de los círculos internos de la galaxia. Mundos que se habían creído intocables cuando la expansión garmoga parecía limitarse a los bordes exteriores y mundos de frontera.
Uno pensaría que habríamos aprendido algo de la caída del imperio de los lacianos, pero parece ser que no.
Ese pensamiento habría cruzado la mente del Mariscal Akam más de una vez en los últimos meses cada vez que se permitía un rato libre para observar Camlos Tor a través de los amplios ventanales de su despacho en uno de los niveles superiores de la pirámide senatorial, muy por encima de las cámaras de reunión.
Akam era un simuras, humanoide pisciforme, pero había nacido en Camlos Tor y le dolía ver su mundo dañado.
No sentía un particular apego por Simur, el planeta natal de su especie. Sus padres eran un político y una militar de profesión y habían hecho sus vidas en la capital galáctica. Akam no había visitado el mundo de origen más allá de algunas visitas ocasionales a parientes lejanos.
Para él Camlos Tor era su planeta. Era un fenómeno creciente en las generaciones más jóvenes de muchos de los pueblos que habitaban el espacio del Concilio, sobre todo en los círculos centrales de la galaxia. Miembros de especies que no habían visto los mundos de origen de sus gentes, criados en mundos con otras culturas.
Pero en aquel momento el Mariscal no estaba sumido en sus reflexiones habituales mientras observaba el paisaje, por mucho que le hubiese gustado.
Sentado a la mesa de su despacho, Akam posó el pequeño cilindro que hace unos instantes había estado conectado a su holovisor personal, sincronizado con un implante en sus ojos que garantizaba que solo él pudiese ver la información proyectada y nadie más.
"¿La INS Balthago? ¿Cuánto hace de esto?", preguntó sin apartar la vista del pequeño objeto.
"Aproximadamente dos horas desde la señal de envío de los datos, señor", replicó Emmu Ost, el enlace de la OSC con el Concilio, "La agente Sora del OSC lo marcó como imperativo, después de lo del Iris en C-606 y..."
"Saltarse los procedimientos establecidos es una irregularidad preocupante, pero dada la naturaleza de esta información resulta comprensible", dijo Akam reprimiendo un suspiro, "El Senado se hundiría en un debate que podría prolongarse semanas, y si el ritmo de progresión de estos incidentes sigue una línea creciente podemos encontramos con algo muy grave."
No era una exageración. Los recursos con los que contaban ya estaban explotados al máximo con los garmoga.
Puede que las incursiones de las criaturas rara vez derivasen en auténticas batallas con un gran número de naves implicadas, gracias sobre todo a la intervención de los Riders y sus DHARS, pero la flota estaba en un estado constante de alerta, presta a la intervención y a la patrulla de territorios. Y el tener que hacer frente a un posible nuevo enemigo de naturaleza desconocida más allá de lo poco que se pudo extraer de un informe de los Rider Corps no era una situación ideal.
Esta vez el suspiro escapó los labios escamosos de Akam. El Mariscal miró a su izquierda, donde junto a Emmu Ost se encontraba una mujer angamot. Donde los machos de la especie contaban con un único ojo ciclópeo segmentado y una prominente cornamenta, las hembras lucían cuernos curvados de mejor tamaño y tres órganos oculares uniformes, con uno situado sobre la frente.
"Almirante Kiapha, quiero una copia de estos datos en manos de todo el almirantazgo lo más pronto posible", dijo, "Todas las flotas, de la Primera a la Quinta tienen que pasar a estado de alerta máxima, quiero un repliegue de todas las patrullas en los sectores críticos y que toda fragata solitaria se asigne a la comandancia más cercana."
"Señor, si señor", respondió la angamot, "Uh... ¿No deberíamos contar con la autorización de la Cancillería para esto, señor?
"Es precisamente con el Canciller con quien me dispongo a hablar dentro de unos minutos", replicó el Mariscal, "Tenemos que informar al Concilio Primarca y ellos al Senado. Aunque intentemos agilizar los procedimientos hay que mantener las líneas de responsabilidad claras. Si el Concilio Primarca consigue declarar un estado de emergencia tendremos casi tanta autonomía como los Rider Corps, pero por el momento solo podemos prepararnos para la defensa."
La almirante Kiapha asintió en reconocimiento, saludó de forma marcial, y abandonó el despacho presta a seguir las indicaciones de su superior.
Emmu Ost bufó ligeramente al verla marchar, "La Judicatura va a revisar todo esto y yo aún temo perder el pescuezo. Profesionalmente, claro está."
"La OSC tiene práctica en encontrar huecos explotables en el protocolo, señor Ost", dijo Akam, "Ellos cuidarán de usted. Si me disculpa, me espera una charla muy complicada con el Canciller."
Los dos salieron del despacho, despidiéndose y caminando en direcciones distintas. Ost no pudo evitar dar una última mirada al Mariscal que caminaba acompañado por los dos guardias que hasta ese momento habían estado frente a su puerta.
Aquello iba más allá de organizar una flota para lidiar con una incursión garmoga en un mundo aislado. El Mariscal había dado los primeros pasos para poner en marcha toda la maquinaria militar del Concilio de forma simultánea a una escala que no se veía desde los años de la fundación.
El incidente en la luna con los Riders, el ataque a la estación del Iris, el encuentro de la INS Balthago.
Y ahora, al menos un mundo de frontera con comunicaciones cortadas sin previo aviso y sin alarmas. No es que se hubiese abierto un nuevo frente en la guerra ya existente.
Estaba comenzando una guerra totalmente nueva, al mismo tiempo. El tiempo dirá si la galaxia podrá sobrellevarlo.
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La ciudad se alzaba sobre un atolón artificial que rodeaba la vieja plataforma de minería que hundía sus instrumentos de perforación y extracción en las profundidades de aquella luna acuática sin nombre.
Oficialmente, la plataforma seguía en funcionamiento, pero mecanizada y apenas sin personal presencial haciéndose cargo. La ciudad a su alrededor, que había comenzado en el pasado como el conjunto de hogares para las familias de los trabajadores que ya no estaban allí se había convertido en un puerto clandestino para contrabando, piratería y otros negocios de similar calaña.
Todo se mantenía sorprendentemente estable, a pesar de un mar planetario constantemente embravecido.
Abandonar Venato había sido una situación difícil, pero Tobal Vastra-Oth sabía que debían evitar acomodarse en un único lugar. Uno de sus viejos contactos les había conseguido una residencia más o menos segura en IX-0900, la designación de aquella luna en las cartas estelares.
No estaba situada en una posición tan remota como otros mundos de frontera. La verdad, estaba en los círculos intermedios del cuadrante Bet. El que no hubiese sido objeto de la visita de alguna patrulla de las autoridades del Concilio era algo que Tobal solo podía asumir que se debía a los grandes bolsillos de la corporación que gestionaba la mina, a quienes no parecía importarles que la población alrededor de la misma se hubiese convertido en un puerto pirata.
Puede que incluso les resultase conveniente, quien sabe.
Por lo demás, en aquel lugar habían replicado más o menos la misma rutina que se había establecido en Venato, con Meredith aún lidiando con el código cifrado que le había sido entregado por el fallecido marido de Tobal.
El fornido angamot pensaba a menudo en Mantho, a pesar de que el dolor de su recuerdo seguía hiriendo su corazón como una cuchilla afilada y no había disminuido ni un ápice su intensidad a pesar de los meses transcurridos.
Pensaba en sus hijos y rezaba a la Triada para que siguiesen a salvo con sus abuelos, y deseaba que le otorgasen el poder resolver aquello lo más rápido posible para volver con su familia y rogar su perdón por abandonarles en aquella cruzada.
En la soledad de su habitación, tras llevar la última comida del día a Legarias Bacta y dar las buenas noches a Goa Minila, los pensamientos melancólicos de Tobal Vastra-Oth se cortaron en seco al oír un alarido proveniente de la sala en la que Meredith había montado sus computadoras.
El angamot se levantó de su cama como impulsado por un resorte y afinó sus oídos. Se dio cuenta de que el alarido era solo el comienzo de una risa. Un carcajeo que rozaba lo histérico.
Tobal salió a la carrera de su habitación y atravesó el estrecho pasillo, ignorando la mirada alarmada de Goa, que acababa de asomarse desde su puerta. Cuando entró en la sala de computación improvisada de Meredith, lo primero que le llamó la atención fue el estado de la hacker.
Meredith estaba de pie, con sus manos hundidas en su cabello rizado aún corto, inclinada hacia atrás y riendo como una demente. Vestida solo con una camiseta de tirantes y un pantalón de pijama corto, la insalubre pérdida de peso que había experimentado los últimos meses era muy visible, aunque seguía siendo de físico robusto y ancho. Estaba empapada en sudor y sangraba con profusión por ambas fosas nasales.
El casco neural reposaba en el suelo tras ella, humeante, sus cables aún conectados a los ordenadores y monitores que cubrían toda una pared de la sala y que parecían estar.
"¿Meredith?", aventuró a pronunciar Tobal, avanzando hacia ella con paso indeciso.
La risa cesó, seguida de un jadeo en busca de aire al tiempo que Meredith Alcaudón volvió su mirada hacia él. Había un cierto deje maníaco en sus ojos, aunque el angamot podía ver que la mujer seguía en pleno control de sus facultades. No, no se había vuelto loca, pero estaba experimentando un estado de euforia algo preocupante.
"¡Tobal!", exclamó ella. Corrió hacia él sujetándolo por los brazos y comenzó a sacudir al angamot pese a ser éste considerablemente más grande, "¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho! ¡Tengo a ese hijo de la ramera de Shadizar agarrado por los huevos!"
"¿Lo has descifrado?", preguntó Tobal, esperanzado.
"Oh, no. Aún no... ¡pero ahora sé porque nos estaba costando tanto!", respondió Meredith, "¡Los datos no usan un único sistema de cifrado, hay al menos seis! Cada vez que descifrábamos algo, uno de los algoritmos reescribía el sistema, luego volvían a ocultar la información obtenida y reseteaban parte del código. Es de una genialidad enfermiza. Los espíritus de las máquinas ni siguieran eran conscientes de lo que estaban haciendo ¡El responsable de esto se las ha apañado para causarle un caso de disociación de personalidad a las consciencias taumatúrgicas de objetos artificiales!"
La tecnópata palideció de repente, con su sonrisa congelándose en el rostro. Antes de que Tobal pudiese decir algo, Alcaudón se apartó de él inclinándose hacia adelante y con una arcada vomitó en el suelo entre los dos.
"¡Joder, Meredith!", exclamó Tobal dando un paso hacia atrás por puro reflejo. Alcaudón hizo un gesto con su mano a modo de disculpa y comenzó a inclinarse peligrosamente a un lado. Por fortuna, Goa Minila ya había entrado en la habitación y corrió a la carrera hasta situarse junto a Meredith, sujetándola antes de que cayese al suelo.
"Oh, mierda... buena chica, Goa... lo siento Tobal...", dijo la tecnópata, con una voz de repente muy cansada, "Lidiar con eso ha me ha dado una buena patada mental en forma de retroalimentación sináptica."
Entre los dos la llevaron hasta el único asiento de la estancia, un viejo sofá desgastado.
"¡Voy a traerte algo de comer!", dijo Goa Minila.
"No creo que eso me ayude...", musitó Meredith, pero la joven vas andarte ya había salido dejándola de nuevo a solas con Tobal.
"Bueno", comenzó él, "Tenía esperanzas de que ya hubieses terminado..."
"Lo siento", respondió Meredith luchando contra la somnolencia que la invadía, "Sé que quieres poner fin a todo esto cuanto antes... pero ahora al menos sé qué pasos seguir. Pronto podremos... pronto..."
No dijo más, cayendo en un sueño fruto del cansancio nacido de forzarse de nuevo más allá de sus límites.
Tobal tocó su frente con delicadeza, asegurándose de que no hubiese fiebre. La tecnópata parecía respirar sin problemas y el color había retornado a sus mejillas. El angamot se incorporó para buscar gasas, agua y una toalla para limpiar la sangre y los restos de vomito.
Parecía que por fin habían dado dos pasos adelante y solo uno hacia atrás, y no a la inversa como parecía ser habitual hasta ahora.