Avarra no era un mundo extraño al horror.
Su población era una amalgama conformada en su mayoría por la población nativa del planeta (los avarri, pequeños mamíferos de piel blindada) y los millones de visitantes de otras especies que había traído consigo el ingreso en el Concilio hace siglos.
Situado cerca de la antigua frontera entre los territorios del Concilio en el cuadrante Dálet y el antiguo domino del Imperio Laciano, Avarra había sido un puesto de avanzadilla para múltiples bandos en distintos conflictos. El prospero mundo industrial y comercial había ardido y había sido reconstruido en múltiples ocasiones.
En la guerra contra los garmoga, había sido objeto de un intento de infestación repelido con éxito por los Riders. Gracias a su labor, Avarra en la actualidad era un mundo pacífico. Próspero y orgulloso de sus cicatrices.
Ese último ataque fue hace unos cincuenta años. Aún lo suficientemente cercano para que la población reconociese los incipientes signos de que una evacuación planetaria iba a ponerse en marcha.
Los cielos se habían visto inundados por las siluetas de cientos de naves de al menos dos flotillas del Concilio, con muchas tantas otras ajenas al ojo del observador común situadas en órbita. Destructores, fragatas y escuadrones de cazas monoplaza dominaban un espacio aéreo en el que el tráfico había sido cortado excepto en una serie de posiciones estratégicas para facilitar una salida ordenada del planeta para la población civil.
Población que ya había comenzado dicho proceso con relativa calma aún antes de que sonasen las primeras alarmas. Ese fue el momento en el que los habitantes de Avarra se percataron de que no estaban lidiando con la evacuación típica relacionada con una infestación garmoga. No fue un enjambre de dichas bestias lo que oscureció los cielos cercanos a la ciudad capital planetaria aún más que la flota de naves llegada hace horas. Una construcción piramidal, de enorme tamaño y oscura como un jirón de la misma noche pudo ser vislumbrada en el horizonte.
Y de repente el cielo se tornó rojo.
Un haz de energía surgió de la pirámide haciendo que el cielo celeste de Avarra se convirtiese en un lienzo de un profundo carmesí. Muchas naves de la flota consiguieron evitar el ataque, pero decenas fueron atrapadas de lleno, estallando en bolas de fuego que se extendieron hasta las capas más altas de la atmósfera. Misiles, láser y descargas de plasma y energía volaron de la flota en dirección al enemigo. El firmamento se convirtió en un espectáculo de letal pirotecnia esta vez si visible al ojo común a ras de suelo a pesar de la enormidad de las distancias.
La evacuación, que había seguido un proceso tranquilo y ordenado, se convirtió al menos en esa parte del hemisferio del planeta en una carrera mucho más frenética.
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"La construcción piramidal ha entrado en la atmósfera en el hemisferio norte de Avarra, sobre la masa continental de..."
"...ráfaga de energía ha dejado fuera de juego a unas treinta naves de la primera..."
"¡Los sensores indican el lanzamiento de múltiples pilares cristalinos desde la pirámide en dirección a la superficie!"
"...desplazándose a lo largo del ecuador del..."
"...informa de que los ataque balísticos apenas han conseguido..."
"¡...nuevas áreas de evacuación ya! ¡La población civil podría estar...!"
"...el tamaño del constructo no se corresponde con los datos de la Balthago, es mucho más grande..."
"...extrañas alteraciones gravitacionales en torno al objetivo dificultando la labor de..."
"¡Tropas de contención dispuestas para despliegue en superficie!"
La cacofonía de mensajes, comunicados de órdenes y avisos de auxilio en tiempo real era la banda sonora que desde hace apenas una hora se había convertido en el absoluto centro de atención del Mariscal Akam en el puesto de mando en Camlos Tor.
El primer ataque había causado pérdidas serias y el número de muertes ya era más alto de lo que habían indicado las primeras proyecciones del ataque y más de lo que le hubiese gustado, pero el resto de flotas de la armada estaban llegando al planeta. Una vez finalizada la evacuación, Akam estaba dispuesto a autorizar el uso de atómicas si era necesario.
"¿Señor?", murmuró una tímida voz a sus espaldas. Akam se volvió.
Frente a él se encontraba un técnico de comunicaciones vas andarte visiblemente nervioso, encorvado para situarse a una altura cercana a la del Mariscal al tiempo que sostenía ante su persona un holo-disco de comunicaciones.
"El Director Ziras, de los Rider Corps", dijo el técnico, "Me pidió que le avisase si..."
Akam asintió, tomando el holo-disco sin pronunciar palabra e indicando con un gesto de la cabeza al técnico que se retirase. Alejándose de los monitores y la cacofonía de comunicaciones del frente, Akam activó el dispositivo. Un holograma de la cabeza y parte superior del torso de Arthur Ziras se formó con una luz parpadeante y temblorosa ante el rostro del militar simuras.
"Director Ziras", saludó.
"Mariscal Akam", respondió el director de los Rider Corps, "Hemos recibido el llamamiento e iniciado la operación. Confieso cierta... perplejidad."
"La solicitud de ayuda está clara y se han seguido las líneas de petición habituales, director", dijo Akam, "Pero por si necesita una aclaración, la presencia de los Riders no será necesaria en Avarra."
"¿Está seguro de que la armada podrá dar cuenta de ello?"
"La armada está más que preparada. Permita que le recuerde que en ocasiones hemos repelido incursiones garmoga, incluso antes de la formación de sus Corps."
"A costa de la pérdida de la biosfera planetaria en ocho de cada diez casos ¿Van a usar atómicas? Seguro que a los avarri les entusiasma que su mundo natal se haya convertido en un erial radioactivo cuando puedan regresar", replicó Ziras, "Y el enemigo al que se enfrentan ahora no son los garmoga, no puede aplicar las mismas doctrinas de combate."
Akam frunció el ceño, intentando contener su irritación.
"Las proyecciones de nuestros analistas son claras. Una fuerza convencional es más que suficiente. Y sus Riders tienen su propia labor que cumplir ¿no es así?", preguntó.
Ziras se quedó en silencio por unos instantes, pensativo, antes de responder.
"De todos modos, en cuanto los Riders hayan terminado su asignación, los redirigiré a Avarra como refuerzo."
"Como desee, Director Ziras. Pero estoy seguro de que tendremos la situación bajo control antes de que su presencia sea necesaria. Y recuerde que tendrían que atenerse al mando de la flota. Esto no es una de sus cacerías de bichos", replicó el Mariscal, cortando la comunicación.
En su despacho en la sede de los Rider Corps, Arthur Ziras observó como se desvanecía la proyección holográfica del Mariscal Akam con una expresión de resignada preocupación.
Cierto, no es una cacería de bichos, pensó. Es una guerra. Y temo que usted está más obsesionado con la idea de una
victoria gloriosa antes que con contar con la posibilidad de necesitar ayuda.
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Los Dhar Komai atravesaban el hiperespacio, cruzando la galaxia a mayor velocidad que la más rápida de las naves, bañados en la energía del Nexo que impregnaba cada célula de su ser.
Aunque en aquella dimensión que permitía romper las limitaciones de la velocidad de la luz no se podía hablar de una distribución espacial propiamente dicha, las cinco draconianas bestias biomecánicas se desplazaban en una suerte de formación de vuelo clara y ordenada.
Sarkha iba ligeramente más adelantado que el resto. El Dhar Komai negro contaba con un físico que se asemejaba al de un gran murciélago, con sus alas siendo sus extremidades superiores en lugar de brazos. Su esbelto y sinuoso cuerpo de una docena de metros lo denotaba como el más pequeño de todos los Dhars, pero también el más veloz. Su cuello largo remataba en una cabeza serpentina y cornuda y un afilado aguijón adornaba la punta de su colas.
Justo detrás de Sarkha, la gigantesca forma de Solarys volaba con sus enormes alas extendidas. Con unos cincuenta y dos metros de la cabeza a la cola, la Dhar Komai roja era la más grande y de mayor envergadura de los cinco, y también la única hembra. Su cuerpo reptiliano denotaba un ligero antropomorfismo que sugería que era capaz tanto de correr sobre cuatro extremidades como sostenerse en una posición bípeda, con brazos desarrollados que contaban incluso con pulgares oponibles. Su piel rojiza estaba surcada por vetas y grietas de las que emanaba un constante flujo de energía carmesí incandescente que refulgía también en los ojos de su cornamentada cabeza.
A ambos lados de Solarys se encontraban los Dhars naranja y azul, Volvaugr y Tempestas.
Situado a la izquierda de Solarys, Volvaugr era uno de los Dhar Komai más peculiares. Cuadrúpedo, con una envergadura de unos veinte metros y cubierto en escamas doradas fundidas con piezas de metal hundidas en su carne, era el Dhar en el que más se podía apreciar de forma visible el elemento biomecánico de aquellos seres. Algo ejemplificado en sus alas retráctiles de metal, emitiendo constantes chisporroteos de energía que dejaban un rastro visible tras el Dhar, como una estela.
A la derecha, Tempestas serpenteaba a través del hiperespacio, girando sobre sí mismo. El Dhar Komai azul contaba con un cuerpo alargado y sin alas de casi una treintena de metros de longitud, cubierto por filamentos cristalinos de un color celeste que se asemejaban a pelaje. Su cabeza reptiliana estaba rodeada por una melena de dichos filamentos que le otorgaba un cierto toque leonino. Volaba gracias a una proyección de energía constante que envolvía su delgado cuerpo serpentino en un aura de un azul eléctrico.
Finalmente, la retaguardia estaba cubierta por el segundo Dhar Komai más grande después de Solarys
Adavante, el Dhar Komai púrpura contaba con un cuerpo cuadrúpedo similar al de Volvaugr, pero más grande con unos treinta y dos metros de la cabeza a la cola, con alas extendiéndose desde sus hombros. Su cuerpo era también de aspecto más robusto y de cuello corto, cubierto por oscuras escamas que emitían destellos de luz purpurea al reflejarse cualquier fuente de luz sobre su superficie.
Todas y cada una de estas portentosas criaturas contaban con una silla-módulo injertada en sus cuerpos, en la parte superior de su lomo. En su interior se encontraban sus jinetes, los Riders. El lazo psíquico que los unía con cada uno de sus Dhars Komai les permitía no solo una sincronización y comunicación inmediata con las bestias, sino incluso establecer ese lazo mental entre los mismos Riders usando a sus Dhars a modo de intermediarios.
Era esa habilidad la que usaban para conversar entre sí en aquel preciso momento desde el interior de las sillas-módulo mientras atravesaban el hiperespacio, donde ningún sonido podía ser transmitido.
"¿C-606?", resonó la indignada voz de Avra Aster, "En serio, ¿por qué tenemos que ir ahí si ya sabemos donde se está montando la batalla?"
"Avra, ya te lo hemos explicado...", comenzó Alma antes de que su hermana pequeña la interrumpiese de nuevo.
"¡Ya lo sé, ya lo sé! Posible punto del primer ataque registrado de Keket, revisar el área, zona estratégica, blah, blah, blah... Pero si hay algo que podrían hacer los de la armada es asegurar un sistema solar ¿no? Para defender un solo planeta como Avarra iríamos mejor nosotros."
"Siendo sincero, creo que Avra tiene algo de razón, aunque no lo haya expresado de la forma más diplomática", dijo Armyos.
"Cierto, si C-606 está hasta arriba de Esquirlas nosotros cinco solos no vamos a ser mucho más que una distracción", añadió un exasperado Antos, "Quiero decir, traer aquí al grueso de la flota para restringir movimientos de dentro a fuera del sistema y crear un cordón tiene más lógica que mandar a un escuadrón como el nuestro. Somos muy bestias en combate directo y contención planetaria, pero no somos omnipresentes..."
"El Mariscal es joven, y es ambicioso", dijo Athea.
La voz serena de la Rider Black pesó sobre todas las demás, cortando el ritmo de la conversación al tiempo que sus hermanas y hermanos asimilaron lo que intentaba decir.
Alma suspiró, "Si, yo también me temo que estamos dentro de otro tira y afloja político."
"Ah, mierda", refunfuñó Avra, "¿De qué tipo?"
"Bueno, como ha dicho Athea, el nuevo Mariscal es joven y ambicioso. La clase de persona que en un entorno militar seguramente quiera labrarse un nombre. Todo esto huele a una maniobra con cierto deje de propaganda para dejar claro ante la galaxia que las tropas del Concilio siguen siendo formidables y más que capaces de lidiar con cualquier amenaza aún sin contar con nosotros", explicó Alma Aster.
"Cinco Infiernos, la miopía logística...", susurró Antos.
"En el mejor de los casos estamos ante alguien de convicciones muy firmes cegado por las mismas", añadió Armyos, "En el peor, se trata de un miles gloriosus de manual o alguien con resentimiento hacia los Corps."
"Pues menuda gilipollez", dijo Avra, "Es como si el imbécil se hubiese tirado a lo más hondo de la piscina dejando fuera a los flotadores, que somos nosotros."
"Eer... si. Supongo que es una forma de verlo", musitó Armyos.
"Al menos no ha usado una metáfora escatológica esta vez", dijo Antos con un deje jocoso en su voz.
"Obviamente el tipo la va a fastidiar aún más cagando en la piscina", añadió Avra.
"Retiro lo dicho."
"Tenías que provocarla ¿no?", preguntó Armyos.
"Flotadores...", llegó la voz queda de Athea, como si estuviese dándole vueltas a la metáfora de Avra con más seriedad de la necesaria.
En el interior de su silla-módulo Alma Aster sacudió su cabeza, ignorando el peculiar debate improvisado sobre el mal uso de figuras retóricas cuando una señal parpadeó en el interior de su casco.
"Silencio, todos", dijo. Su voz resonó con firmeza en el lazo psíquico que los unía, transmitiendo no solo la orden sino también la seriedad que la acompañaba. El resto de los Riders tomó nota de ello, callándose pero también adoptando un posicionamiento más firme en el interior de sus respectivos Dhars, y afinando sus sentidos al máximo.
Las mismas señales comenzaron a parpadear en sus cascos al tiempo que el hiperespacio ante ellos se abría en un destello de luz multicolor, dejando de nuevo que la negrura estrellada del Mar Interminable los rodease.
"Hemos llegado."