Una Reina no debería mancharse las
manos salvo que fuese absolutamente necesario.
Por ello Keket observaba desde una
cómoda posición en órbita en torno al planeta conocido como Avarra, sin
intervenir. En pie sobre la cúspide de su pirámide principal, disfrutaba del
espectáculo que sus retoños le brindaban al lidiar con la flota del Concilio
como si esta fuese un amasijo de frágil papel.
Ya dentro de la atmósfera de Avarra, la segunda pirámide que sus
esquirlas había construido en tiempo record se había tornado en un obstáculo
para la flota conciliar. Si bien su presencia limitaba su impacto a un área
específica del planeta, el alcance de sus ataques mantenía a raya a las
flotillas de fragatas y destructores, dificultando la llegada de tropas a la
superficie cerca de los puntos en que sus esquirlas si habían tomado tierra.
Esto forzaba al descenso de tropas del
Concilio en áreas más distantes o directamente en el otro lado del planeta para
luego proceder un largo traslado por tierra-aire.
Y mientras tanto sus esquirlas
medraban en número. Podía sentir las voces de los recién llegados al Canto. La
desorientación y violencia irracional inicial no tardaba en desaparecer
(normalmente tras garantizar que otros recibieran su misma bendición) y ya solo
quedaba una nueva Esquirla llena de alegría y agradecimiento por haber dejado
atrás su condición de mera carne.
Y a la par que sus esquirlas crecían
en número y tomaban el control, también buscaban.
Keket acarició con una mano temblorosa
su corona quebrada. Una sonrisa de anticipación iluminó su rostro y por un
instante la amarga frialdad de sus hermosos rasgos se suavizó. Cuando consiguiera encontrar su fragmento, cuando volviese a estar completa…
Su poder tardaría en crecer de nuevo a
sus niveles originales, pues la herida aún tendría que sanar. Pero calculaba
que actos que requerían un notable esfuerzo ahora se tornarían mucho más
sencillos, permitiendo ganar tiempo hasta la completa regeneración de sus
fuerzas. Para entonces esperaba haber tomado un puñado más de mundos, asentando
la base para la reconstrucción de su viejo imperio. Con ello garantizaría
contar con las tropas suficientes para purgar el resto de la galaxia, eliminar
a esos garmoga, y finalmente podría…
Los pensamientos de Keket se
interrumpieron de golpe. Su rostro se paralizó en un rictus de horror y dolor,
un grito silencioso escapó de sus labios en la negrura del espacio.
Sintió como si el más afilado puñal
atravesase su mente al mismo tiempo que una fuerza sobrehumana golpeaba su
estómago. Su cuerpo tembló, y si hubiese estado en la superficie de Avarra y
sometida a los caprichos de la gravedad la Reina de la Corona de Cristal Roto
habría caído sobre sus rodillas emitiendo jadeos de pánica.
Sus esquirlas… tantas esquirlas…
Muertas.
Lo sintió a través del Canto. Sus
gritos de pánico y dolor. No fue como en su mundo natal… cuando los garmoga
devoraron a los pacíficos crisoles descendientes de sus esquirlas originales
ella había dormido durante gran parte del ataque hasta que la sangre derramada
de su pueblo la despertó.
Allí el Canto estaba en silencio,
quedando solo los ecos de loa moribundos. No había dolor, solo pesadumbre y
luego ira. Pero esto…
Lo que sintió fue a millones de sus
esquirlas estacionadas en C-606 apagarse de golpe, asustadas. Que la gran
mayoría de ellas fuesen prácticamente recién nacidas o de muy pocos días de
existencia acrecentaba el horror. Voces jóvenes y puras que apenas habían
comenzado a contribuir a la gloria del Canto habían sido silenciadas de forma
violenta y abrupta.
El eco de lo sucedido no solo la
golpeó a ella… Sus tropas en Avarra parecían haber frenado de golpe por unos
instantes. Los suficientes para que las naves del Concilio pudiesen conseguir
ganar terreno y situar a sus fuerzas más cerca de los puntos de invasión,
frenando el avance que hasta ese momento había sido imparable. Hasta la gran
pirámide de ataque parecía haber aquejado aquella sobrecarga espiritual, y por
unos minutos fue como un enorme blanco inmóvil, sin respuesta a los ataques
enemigos. Era algo inaceptable.
Keket recuperó el pleno control sobre
sus sentidos y estiró su agarrotado cuerpo. Una expresión de desencajada
sorpresa seguía en su rostro.
¿Qué
ha sido eso?, pensó, Todos a un tiempo, ¿cómo
han…?
La Reina se concentró. Apartó su
atención directa sobre Avarra y la tornó en sí misma, en su esencia más
interna, en los ecos del Canto que resonaban en todo su ser. Y buscó
respuestas.
Ecos de recuerdos y percepciones llegaron a ella como los fantasmas de los millones de voces acalladas. Vio
llamas. Vio un mundo de azabache tornado en un mar de fuego multicolor.
Antes, los vio salir del hiperespacio,
esquivando un ataque a duras penas, lidiando con las esquirlas más valientes
que intentaron hacerles frente en torno a la órbita de aquel mundo, su primera
conquista real tras despertar.
Esquirlas que cayeron ante el fuego de
bestias draconianas.
Keket sintió una ola de irritabilidad
aflorar ante la imagen. Los Riders, esos jóvenes facsímiles de los antiguos
Rangers en los que Amur-Ra parecía tener tanta fe. Era imposible que esos
advenedizos fuesen responsables de…
Luz. Destrucción.
La Reina fue golpeada de nuevo por la
misma corriente de pánico y dolor intensos de sus súbditos muertos antes de que
este se apagase de golpe. En esta ocasión pudo controlar mejor la inyección de
emociones y ordenar las percepciones recibidas antes del silencio final. En
esta ocasión pudo ver, y lo que vio supuso una sorpresa desagradable.
Han…
han… el planeta… todo ello… pero los Rangers nunca… ¿Cómo es posible?
Keket comprendió enseguida el giro de
la situación. Sus esquirlas habían asumido un modus operandi para los Riders
que bebía de sus experiencias pasadas con los Rangers. Obviamente, esa había
sido una aproximación errónea.
Los Rangers nunca habrían destruido un
planeta.
Era algo anatema para ellos, inconcebible. Los
Rangers siempre habrían intentando salvar el planeta, limpiarlo de enemigos.
Aún cuando no hubiese una esperanza real y toda la esfera fuese ya un mundo
crisol para sus esquirlas, los Rangers tenían la costumbre de bajar a la
superficie a combatir, ya fuese cuerpo a cuerpo o haciendo uso de algunos de
sus prodigiosos vehículos de combate.
A menudo fracasaban y los más
pragmáticos se retiraban, pero fueron también muchos los que murieron en un
intento de hacer posible lo imposible.
Pero los Rangers nunca destruirían un
planeta. Aún estado éste poseído y mutado por fuerzas enemigas y sin inocentes
vivos a los que proteger. En los días antiguos ello había permitido crecer al
imperio de Keket. Una vez tomado un mundo, era suyo sin discusión. Tuvieron que
ir directamente a por ella para frenarla.
Pero parecía que los Riders jugaban
con otras reglas.
Keket intentó recuperar los vagos
recuerdos e impresiones que había obtenido de los garmoga a los que había
matado. No pudo conseguir nada en claro en sus retorcidos ecos sobre los Riders
más allá de una vaga impresión psíquica de miedo primario.
Lo único de lo que ella estaba segura
ahora mismo es que quizá los Riders se mereciesen una reevaluación.
Si estaban dispuestos a sacrificar
mundos para frenarla, si tenían el poder para eliminar un planeta entero de
aquel modo… puede ser que los hubiera subestimado.
Frunciendo el ceño, Keket plantó su
mirada sobre el mundo de Avarra. No era momento para la mera contemplación. Con
un impulso, la Reina de la Corona de Cristal Roto se lanzó contra el planeta.
Buscaría ella misma la pieza de su corona, y cuando llegase el momento sería
ella quien hiciese frente a los Riders.
Una Reina no debería mancharse las
manos salvo que fuese absolutamente necesario.
******
“¿Estamos todos bien?”
La voz de Alma Aster resonó a través
del lazo psíquico que unía a los Riders y a sus Dhar Komai.
Mientras esperaba una respuesta, los
ojos esmeraldas de la Rider Red sentada de nuevo sobre la cabeza de su Dhar,
Solarys, recorrieron el espacio vacío donde apenas treinta minutos antes se
había situado un mundo.
Menudo
desastre, pensó con amargura, Seguramente
el Mando vea esto como una victoria, pero si la única forma de salvar la
galaxia consiste en destruir parte de ella… que desperdicio.
La onda de poder desatado en la
destrucción de C-606 se había propagado por todo el pequeño sistema solar. La
estrella apenas había sufrido cambios, pero otros de los mundos en órbita
habían visto sus trayectorias ligeramente alteradas y sus ejes sufriendo
cambios en su inclinación y rotación.
Algunos asteroides con órbitas semirregulares
en torno al sistema se habían visto desplazados y expulsados del mismo.
Por su parte, la fuerza del impacto de
la energía desatada no dañó a los Dhars ni a sus jinetes, pero pese a haber
tomado distancia para evitar un contacto directo, la descarga de poder bastó
para noquear a los Riders y a sus monturas durante unos minutos.
“Yo me siento como si me hubiesen
atropellado, y Tempestas casi igual”, dijo Avra Aster. La voz de la Rider Blue
sonaba casi como un murmullo.
“El esfuerzo de canalizar todo ese
poder combinado con la explosión ha sido un esfuerzo considerable para los
Dhars”, añadió la voz de Armyos, “Y a nosotros nos ha dado de lleno la
retroalimentación psíquica. Físicamente deberíamos estar bien, aunque me temo
que nuestros dragones van a necesitar algo de reposo.”
“Si, Adavante está despierto pero
parece que le pesan los parpados”, interrumpió Antos Aster.
“Yo he tenido que imbuir un poco de mi
propia energía en Sarkha a través del lazo”, dijo Athea, “Ejercicios de fuerza
bruta como ese son demasiado para él, no creo que podamos volar hasta al menos
pasada una hora.”
“¿Dónde estáis situados?”, preguntó
Alma, “Solarys ya puede desplazarse, aunque con lentitud. No me gusta la idea
de que estéis flotando a solas a la deriva.”
“Agradezco la oferta para tener compañía
mientras mi Dhar se recupera”, respondió Athea, “Pero aunque ya pueda moverse
Solarys también debería reposar, o de lo contrario podría afectar a su
rendimiento en las próximas horas.”
En ese preciso instante, un leve
chasquido alertó a la Rider Red de un
contacto por radio a través de los sensores de su casco. Dicho contacto se
extendió automáticamente al resto de Riders al responder.
“Rider Red presente”, dijo.
“Ahórrate las formalidades, Alma”,
respondió la cansada voz del director Ziras, “¿Cuál es la situación en vuestro
lado?”
“Controlada señor, enemigo eliminado,
aunque hemos tenido que recurrir a una detonación planetaria global para ello.”
“Oh, mierda… al menos no era un mundo
habitado ¿no?”
“No había registros de formas de vida
sapientes”, dijo Armyos, “Y cualquier otra forma de vida ya había sido
consumida.”
“Sigh… al menos tenemos las espaldas
bien cubiertas para el informe. Eso y el hecho de que habéis tenido éxito…”
Alma notó el cansancio en la voz del
director de los Rider Corps, “¿Cuál es la situación en Avarra?”, preguntó.
“El almirantazgo y la cancillería
insisten en que tienen todo bajo control y dentro de las proyecciones esperadas”, respondió Ziras con un deje de sorna, “Pero los
protocolos de evacuación planetaria se han puesto en marcha como si fuese una
infestación garmoga de categoría alta. Y todo sugiere que la armada está
sufriendo más daño del que inflige… Personalmente, he enviado a algunas de
nuestras tropas auxiliares. No creo que puedan hacer mucho más que contención
básica hasta que lleguéis allí.”
“Pues vamos a necesitar al menos una o
dos horas”, dijo Avra, “Los Dhars han quedado para el arrastre y necesitan una
siesta. Y si no están al 100% a saber cuánto tardaremos en llegar.”
“Al menos otro par de horas en el
mejor de los casos”, añadió Athea tras hacer unos cálculos. Pese a estar en el mismo
cuadrante C-606 y Avarra tenían una distancia considerable entre sí, desde los
bordes exteriores hasta el círculo interno de la galaxia.
Aún con los Dhars recuperándose tras
dos horas de descanso, aún distarían mucho de estar al mismo nivel que cuando
comenzaron el combate. La duración del traslado podría ser… si, incluso en el
mejor de los casos llegarían ya al día siguiente, en plena madrugada del
hemisferio norte de Avarra.
Se hizo el silencio por unos
instantes. En vez de una respuesta inmediata pudieron oír quedas voces y
murmullos al otro lado de la señal, como si Ziras estuviese hablando con
alguien más a través de otro dispositivo de comunicaciones antes de retomar el
contacto con ellos.
“Intentaremos ganar dos horas para
vosotros como mínimo”, respondió Ziras, “Acaban de informarme de que la situación
en Avarra ha cambiado de nuevo. Keket ha hecho acto de presencia en
la superficie…”
“¿Aumento de bajas?”, preguntó Alma.
“No ha atacado a la armada”, respondió
Ziras, “Pero entre la población civil pendiente de evacuar y las tropas de auxilio…
Aún no hay cifras y temo que va a ser difícil determinarlas. Keket ha convertido la ciudad-capital del planeta en un
enorme cráter. Ella sola.”