Occtei.
No
podía decirse que Keket carecía de cierto sentido de lo dramático.
Entrar
en la atmósfera del planeta y penetrar la primera línea de defensas sobre el
lado del mundo sumido en la sombra de la noche, opuesto a su sol, era
claramente un movimiento buscado. Su pirámide emergería de la misma noche a
ojos de las masas aterrorizadas en la superficie. Un horror antiguo rompiendo
la ilusión de seguridad en la que vivían. La Reina de la Corona de Cristal Roto
casi podía saborear el terror.
Occtei
era un mundo más defendido que Avarra, pero de poco les estaba sirviendo en
aquel momento. Descargas continuas de proyectiles y haces de energía emitidos
por múltiples sistemas de defensa planetaria diseñados para lidiar con el
riesgo de un enjambre garmoga parecían no tener efecto sobre el constructo que
descendía desde los cielos sobre la ciudad-capital del mundo.
Rompían
la oscuridad, iluminando la enorme masa de negrura cristalina piramidal que
flotaba sobre ellos con un desgarro de luz roja en su cúspide. Keket habría
podido arrasar toda la ciudad de un golpe, convertirla en un cráter quebradizo
como hizo con la de Avarra en una muestra de poder. Pero la Reina no quería
mostrar su poder bruto en Occtei de aquella manera. Aquel era el mundo de los
guerreros que se habían atrevido a insultarla. Su rabia sería quirúrgica, lenta
y metódica. Occtei sería una labor de sufrimiento exquisito, dedicado y
calculado. Keket iba a convertir la toma de aquel mundo en una sesión de
tortura que culminaría con el espíritu roto de los Riders. Algo que planeaba
gozar inmensamente.
La
Reina cerró sus ojos y se sumió en el corazón del constructo piramidal. Su
cuerpo pareció fundirse con la superficie y ser absorbido por la gigantesca
estructura. En cierto modo, las pirámides eran tanto sus retoños como lo eran
las esquirlas. Y en aquel momento, aquella se estaba convirtiendo en una
extensión de si misma. Keket se hundió más y más, hasta el mismo centro,
abrazada por el cristal cortante y el poder crudo.
La
Reina sonrió en su tumba-fortaleza.
Desde
el exterior, un espectador casual habría podido ver como toda la superficie de
la pirámide de cristal negro parecía burbujear, como si se hubiese licuado pese
a mantener su forma estructural.
En
un instante, la pirámide se vio cubierta de innumerables potrusiones, como
gigantescas púas emergiendo de su cuerpo. Un gigantesco alfiletero de cristal
triangular. Y en otro instante, siguiendo al anterior con la futilidad de los
hechos que no pueden ser frenados, dichas púas fueron despedidas en una
explosión de poder. Miles de millares de dagas de cristal gigantescas, cada una
portando una esquirla, cayeron sobre la capital de Occtei.
Keket
sintió a sus criaturas resonar a través del Canto. Su gozo y su dicha en su
servicio a la Reina. Pronto se les unirían las nuevas voces de los conversos
cuando comenzasen a tomar a los millones de ocupantes de aquella ciudad uno por
uno.
Mientras
tanto, se conformaría con los gritos.
Cuando
los Riders llegasen lo único que quedaría de su hogar sería un ejercito de
enemigos aguardándolos.
******
Camlos Tor.
Vas a ser un héroe, Kam-en.
La misma
voz femenina de siempre. La misma cadencia cargada de esperanza y anhelo. El
mismo sentido de calma que aliviaba los destellos de dolor en sus recuerdos
desaparecidos.
Shin
no sabía a quién pertenecía aquella voz. La carencia de la memoria dolía, pero
al mismo tiempo lo aliviaba. No podía lamentar la pérdida de algo que no
recordaba haber tenido. Pero eso no restaba su importancia, ni minimizaba la
insistencia constante de aquellas palabras en el rincón más apartado de su
mente. Resonaban cada vez más y con más fuerza, y lo hacían cada vez que un
nuevo retazo de información llegaba a sus oídos sobre lo que estaba ocurriendo.
Mundos
atacados. Una nueva amenaza que había llevado a la mayor movilización militar
del Concilio en el último medio siglo. Y ahora, Occtei...
Por
eso había acudido al laboratorio por iniciativa propia, avanzando a través de
los pasillos de la instalación al tiempo que ignoraba las miradas de curiosidad
y desconcierto del personal que no estaban acostumbrados a ver al bio-guerrero
abandonar su estancia sin haber recibido la orden para ello.
Entró
en el laboratorio y sus sentidos registraron al instante la carga de ozono en
el aire que delataba la presencia del que era básicamente un ocupante perenne
del lugar.
“Doctor”,
dijo Shin. Como siempre, su voz sonó monocorde, lenta, grave y cavernosa.
La
figura que trabajaba en el laboratorio se volvió hacia él.
El
doctor, cuyo nombre Shin aún desconocía pese a los meses que el individuo había
pasado trabajando con él y supervisando que su cuerpo no se desintegrase en un
fallo biológico, era un fulgara. Una especie de seres cuyos cuerpos físicos
eran corrientes de electricidad pura contenidos de en trajes de aislamiento.
Los fulgara solían modificar la morfología y rasgos de esos trajes según las
circunstancias: movilidad, trabajo, relaciones sociales con otras especies,
etc. El traje de contención estaba conformado por cerámica flexible y carbono,
y en aquel caso imitaba los rasgos insectoides de los eldrea de la Sentan con
quien llevaba años trabajando. Irónicamente, parecía más un eldrea que él mismo
Shin, quien pese a ser miembro de la especie había sufrido notorias
alteraciones físicas al ser convertido en lo que era ahora.
Shin
pudo leer cierto grado de sorpresa en el lenguaje corporal del científico, aún
a pesar de lo difícil que resultaba discernir algo así en alguien que
técnicamente carecía de cuerpo y habitaba un traje como si fuese un recipiente.
“¡Shin!”,
exclamó, “Es la primera vez que sales de tus habitaciones por ti mismo. Vaya, vaya,
esto supone todo un logro a nivel de desarrollo...”
Shin
no respondió, limitándose a observar la parlotería del fulgara hasta que este
se calló cayendo por unos instantes en un incómodo silencio.
“Hum...
bien”, dijo, y carraspeó. Un sonido extraño para un ser que técnicamente no
tenía garganta y que resonó casi como un chasquido de estática e interferencias
a través de los instrumentos de vocalización de su traje, “¿Qué se te ofrece?
No creo que hayas venido solo por mera curiosidad.”
“Necesito
una revisión y puesta a punto”, dijo Shin, “Siguiendo los protocolos de misión
estándar previos a una salida para interceder en una incursión.”
El
fulgara miró fijamente al eldrea modificado.
“Shin,
esos parámetros son para tu intervención en un caso de una incursión garmoga. Y
no hay ninguna en proceso en los registros...”
“Es
por la situación en Avarra. Y en Occtei.”
De
haber tenido ojos visibles o cualquier órgano ocular equivalente, los del
científico fulgara se habrían abierto de forma desmesurada por la sorpresa.
“¿Cómo
has...?”
“Retazos
de conversaciones. Voces de los empleados y técnicos en los pasillos. El sonido
de transmisiones y dispositivos de comunicación en distintos puntos de la
instalación...”
El
doctor avanzó hacia Shin, reprimiendo el impulso de frotarse las manos, “Has...
has podido... Oh, bendiciones del Hacedor. Si tus sentidos se han desarrollado
tanto que has podido percibir sonidos a tanta distancia a pesar del aislamiento
en tus estancias y toda la infraestructura a tu alrededor... ¡Esto es
glorioso!”
“Doctor”,
repitió Shin, “No tenemos tiempo. Necesito que revise la Perla y me proporcione
un visto bueno para una intervención.”
“Absolutamente
no”, interrumpió una nueva voz.
Ogun-Mori
se encontraba en el umbral de las puertas a la sala laboratorio, con los brazos
cruzados y una expresión severa en su rostro insectoide.
“Esperaba
una jornada de rutina hoy. Imaginad la desagradable sorpresa de ser informado
por un supervisor preocupado de que nuestra mayor inversión ha decidido hacer
una excursión por su cuenta fuera del recinto habitable dispuesto para él.”
“Esa
es una forma muy eufemística de referirse a su...”, comenzó a decir el Doctor
antes de ser interrumpido de nuevo por el CEO de la Sentan Corp.
“Así
que en vez de dedicarme a mis asuntos, he tenido que bajar hasta aquí para
hacer control de daños personalmente e intentar aclarar unos cuantos puntos”,
continuó Mori, avanzando con paso firme hasta situarse frente a Shin.
El
Doctor tuvo que reprimir una risa.
Todo
el lenguaje corporal de Ogun-Mori exclamaba intimidación, pero el verlo
estirarse para mirar al mucho más alto Shin cara a cara resultaba
involuntariamente cómico.
“¿Hay
algo que tengas que decir al respecto, Shin?”, preguntó Mori, con un tono de
falsa y condescendiente amabilidad.
Vas a ser un héroe, Kam-en.
“Hay
una emergencia. Un enemigo”, dijo Shin, su voz más queda que de costumbre. Fue
todo lo que dijo, como si no hiciese falta elaborar más.
Ogun-Mori
suspiró.
“Shin,
Shin, Shin... Lo que está ocurriendo ahí afuera ahora mismo no es de tu
incumbencia. Te convertimos en... te creamos para ser el primero de una nueva
serie de guerreros que combatirán la amenaza de los garmoga. Nada más y nada
menos. Esas cosas, esas esquirlas... son asunto del Concilio. No tuyo
¿Entendido?”
“Hay
gente muriendo.”
“Hay
gente muriendo en la galaxia a todas horas, Shin”, replicó Mori dejando
entrever más la irritación en su voz, “Mira, parece que tendré que dejarlo más
claro y reiterar unas cuantas ideas que deberían estar mejor asentadas en tu
cabeza.”
El
CEO comenzó a dar golpecitos con el dedo sobre el pecho de Shin al tiempo que
hablaba, para enfatizar sus palabras.
“Eres.
Nuestra. Propiedad”, dijo, “Eres un producto. Un producto creado para un fin
específico. Cualquier capacidad que tengas para improvisar o pensar por ti
mismo es un simulacro limitado a su uso en el campo de batalla, pero somos
nosotros los únicos que pueden decirte cual va a ser el campo de batalla. Fuera
de él callas y obedeces, nada de jugar a pretender ser un héroe. Ahora, el
doctor te hará una revisión pero no para lo que tu querías sino para determinar
porque ha pasado esto y corregir el problema. Tras ello volverás a tus
estancias y continuarás tu entrenamiento y no irás a ninguna parte hasta que
nosotros te lo digamos ¿Lo has entendido?”
Shin
observó a Mori en silencio por unos instantes. Había una tensión extraña en el
aire.
“Si”,
respondió finalmente, “Entiendo”.
Ogun-Mori
sonrió satisfecho y dio unas suaves palmaditas sobre la quitinosa mejilla
derecha del guerrero biomecánico.
“Buen
chico”, dijo, antes de volverse hacia el doctor, “Quiero un diagnóstico
completo de todos los procesos neuronales. Quiero saber de dónde ha salido
este... impulso. No querría tener una repetición de esto o verme forzado a
activar el seguro de control.”
“No
creo que tengamos que llegar a nada tan extremo, señor”, dijo el médico
fulgara, emanando de nuevo el aroma a ozono con cada chasquido del comunicador
de su traje. Hizo un gesto a Shin, llamándolo a situarse en uno de los
sensores, “Ven muchacho, acabemos con esto...”
Vas a ser un héroe, Kam-en.
Shin
hizo caso. Shin obedeció. Caminó cabizbajo a dónde se le había indicado con un
aire de resignación.
Ogun-Mori
abandonó la sala laboratorio con una sonrisa pero su ceño aún fruncido.
******
Apenas
había pasado un mes desde que las alarmas resonaron en las instalaciones de los
Rider Corps. Apenas había pasado un mes desde que se activaron los protocolos
de evacuación por última vez. Apenas había pasado un mes desde que Iria Vargas
había cometido una locura que ahora estaba repitiendo sin miramientos, al
correr a los niveles inferiores en dirección contraria a todo el mundo
intentando abandonar las instalaciones.
Todo
comenzó con una llamada a su comunicador personal despertándola de su sueño
tras una sesión de trasnochar en su laboratorio, apenas treinta segundos antes
de que la primera alarma del complejo se uniese a la cacofonía de sirenas de
emergencia que habían inundado la ciudad.
Una
llamada entrecortada, fruto de ser enviada desde otro sistema en otro extremo
de la galaxia. La voz de Alma apenas podía oírse con claridad.
“...
Iria!...ataque de Keket...Occtei, es inminente... Alicia...”
Recién
despertada, desorientada, intentando captar el sentido de una serie de palabras
inconexas y de repente a la carrera movida por la alarma, Iria Vargas no tardó
en dilucidar lo que estaba ocurriendo.
Un
ataque sobre Occtei por parte de las esquirlas pese a su presencia en Avarra,
con los Riders seguramente comprometidos en su posición en el otro planeta. Y
Alma no solo la había avisado sino que había mencionado a Alicia. Quería que
cuidase de su sobrina.
Bueno,
para eso tendría que volver a tomarse unas cuantas libertades con equipo
experimental. La joven doctora atliana solo esperaba que el director Ziras
volviese a pasarlo por alto, asumiendo que sobreviviese a lo que estaba
comenzando.
Un
sonido ensordecedor acompañado de un temblor repentino sacudió las
instalaciones desde los niveles superiores. Algo había estallado, algo grande.
Pudo oír gritos de pánico y disparos entremezclados con las alarmas.
Maravilloso. No, no pienses. Sigue
corriendo.
Sus
pasos la llevaron a una familiar subsección de los laboratorios de desarrollo a
la que hasta hace un mes no había tenido acceso pero que había visitado
regularmente siguiendo un proyecto personal secreto del que solo ella tenía
constancia.
“¡MX-A3!”
En
el interior del pequeño laboratorio dedicado a la salvaguarda de armas
experimentales en desuso, la última de las unidades Janperson, ya completamente
reparada de los desperfectos sufridos durante el ataque de Dovat a la sede de
los Corps, aguardaba pacientemente.
“Doctora
Vargas”, saludó, “Me alegra ver que se encuentra bien a pesar de la situación
presente. La gravedad de la misma crece por momentos.”
La
reparación y restauración del viejo droide de combate había sido el proyecto
personal de Iria Vargas el último mes, aunque sería más correcto hablar de autorreparación,
con MX-A3 aplicando sus conocimientos de ingeniería y la doctora como mera
ayudante y par de manos extra capaz de seguir instrucciones con diligencia.
Dicha reparación era también una tapadera ideal para la segunda causa de
interés de la atliana por la máquina.
A
ojos del resto del personal, se trataba de un hobby inofensivo nacido de la
gratitud. En realidad, Iria había descubierto que el androide había
desarrollado una Inteligencia Artificial completa de forma natural y se había
convertido en una suerte de tutora o figura fraternal que la máquina parecía
respetar y apreciar.
“Occtei
está bajo ataque”, comenzó a explicar Iria, “Necesito que ayudes a cubrir el
resto de la evacuación. Minimiza el combate, los oponentes podrían dar
problemas a un Rider, no tengo ni idea de si tus capacidades...”
“Puedo
ser cauto, doctora”, replicó la unidad Janperson al tiempo que se incorporaba,
“¿Qué va a hacer usted?”
Iria
no respondió al instante. En cambio, caminó hacia la cámara de éxtasis en el
centro de la estancia, donde flotaba un pentágono de carne metalizada que
palpitaba como si siguiese los dictados de un corazón grotesco. Una joya roja
incrustada en su centro destellaba con cada latido.
La
bioarmadura Glaive, un simbionte artificial creado por una mente demente usando
materia tecno-orgánica de los donantes más inesperados: drones garmoga.
Iria
sabía que desde el instante que se pusiese la armadura simbiótica, tendría sólo
cuarenta minutos antes de que comenzase a consumir su propia energía vital. Cuarenta
minutos para encontrar a Alicia Aster, la sobrina de su amada, y buscar la
forma de ponerla y mantenerla a salvo.
“Voy
a hacer algo, muy, muy estúpido.”
******
La
fragata personal del Mariscal Akam surcaba el hiperespacio dispuesto a reunirse
con el resto de la flota en Avarra. Dispuesto a dar la cara ante sus hombres y
dejar de esconderse en un despacho en un planeta seguro a años luz de
distancia.
A
estas horas es posible que ya no fuese siquiera el Mariscal, dependiendo de cómo
se hubiese tomado su ausencia en Camlos Tor. Como mínimo los miembros de la
Judicatura debían estar afilando las guadañas y tampoco creía que el Canciller
fuese a estar de buen humor.
Pero
por el momento ningún comunicado desde la sede del Concilio había alcanzando la
mesa de comunicaciones del puesto de mando de su nave. Ninguna acusación,
ninguna orden para retroceder o dar media vuelta. Nada.
No,
en el momento en que un chasquido secó anunció la entrada de un comunicado, las
noticias que este trajo fueron de naturaleza muy distinta y para nada
relacionadas con las bambalinas políticas de su profesión.
“Señor
Mariscal, tenemos un comunicado de urgencia desde la flota. Del Almirante Mossoar.”
“Póngalo
en el canal del holovisor.”
Con
un gesto de asentimiento seguido de rápidos movimientos sobre su unidad de
control, el técnico de comunicaciones trasladó la transmisión a la pantalla
holográfica del puente de mando. El rostro de Mossoar, un humano de edad ya
avanzada, serio y reservado, llenó la imagen.
“Mariscal
Akam, señor.”
“Almirante...
¿Cuál es la situación? No puedo creer que su llamada sea por un mero informe
salvo que algo haya sucedido.”
“Efectivamente
señor”, respondió, “La situación en superficie es crítica y la flota ha sufrido
daños, pero por fin podemos intervenir de forma más directa. Los Riders y los
Dhars están consiguiendo progresos contra el constructo piramidal restante.”
“¿Restante?
¿Han destruido al otro?”
Mossoar
sacudió la cabeza, “Esas son las malas noticias, señor. La segunda pirámide ha
abandonado el sistema, rumbo a Occtei. Rider Red y Rider Black en persecución.
Esto se está convirtiendo en un conflicto en dos frentes.”
Maldita
sea.
Akam
se llevó una mano a la frente. Inspiró hondo. Hubo un silencio por un instante
que no podía disimular la expectación creciente de todos los presentes.
“Navegación»,
dijo.
“¿Si
señor?”, respondió uno de los técnicos en el puente de mando encargado del trazado
de rutas.
“Sáquenos
del hiperespacio y prepare una nueva ruta óptima a Occtei”, ordenó Akam,
“Almirante Mossoar, necesito que toda nave de la flota capaz de ello se prepare
para un traslado al segundo frente a Occtei siempre que su ausencia no comprometa
significativamente la situación en Avarra ¿Lo ve viable?”
“Creo
que algo podremos hacer, señor.”
******
La
capital planetaria de Avarra era un lago de magma taumatúrgico de una
fosforescencia carmesí que brillaba de tal forma que podía percibirse desde el
espacio.
A Avra Aster le parecía tan hermoso como un desgarrón recién trazado sobre la piel de un enemigo.
“Joooder,
Alma no se ha andado con miramientos.”
Solo
unos minutos atrás, Rider Red y Rider Black habían hecho uso del pleno poder de
sus Dhar Komai para dar cuenta definitiva de la Guardia Real de Keket y poder
garantizar que su hermana y hermanos restantes pudiesen centrar su atención con
total plenitud en la gigantesca pirámide que se había elevado de nuevo a las
capas más altas de la atmósfera, envuelta en un constante bombardeo de
descargas de energía por parte de los Dhars.
Pero
si una posición de la superficie ya estaba parcialmente asegurada...
“Nos
han dicho que no nos contengamos”, dijo Armyos desde el interior de la
silla-módulo de Volvaugr, “Y la flota está a distancia prudencial, ¿estáis
listos?”
“Adavante
y yo estamos listos”, respondió Antos.
“Yo
nací lista”, rió Avra.
“Técnicamente
naciste gritando y arrugada como una uva pasa...”
“¡Eh!”
“Antos,
Avra, no es el momento”, interrumpió Armyos, “Pero si, los dos fuisteis bebés
de pintas muy raras.”
“¡Ja
ja! ¡Mentiras y calumnias!”, gritó Avra, aunque en su voz aún podía oírse un
deje de risa al tiempo que su Dhar, Tempestas, comenzaba a brillar con una gran
aura azulada de puro poder, “Vamos a filetear a esa jodida pirámide de una
vez.”
Los
Dhar Komai de sus hermanos siguieron su ejemplo. Adavante estaba envuelto en
una turbulenta nube purpurea. Volvaugr era una tormenta de relámpagos
anaranjados y dorados que trazaban danzas luminosas alrededor del cuerpo
biomecánico de la criatura.
Esperaron
a que se repitiese un patrón ya bien medido. La pirámide lanzó desde su rasgada
cúspide de un carmesí sanguíneo una nueva descarga de energía de gran potencia
que pudieron esquivar. Hasta la siguiente solo tendrían unos quince o veinte
segundos. Ese sería el único tiempo en que podrían permitirse no estar en
guardia y atacar con total plenitud.
Los
Dhar Komai abrieron sus bocas y dispararon al mismo tiempo.
No
fueron los haces de llamas o plasma habituales, sino los rayos concentrados que
habían usado hace dos días para la destrucción de un planeta. La mayor
concentración de poder de las draconianas bestias.
Las
descargas de energía penetraron la acristalada
y ya agrietada superficie de la pirámide oscura. Fueron como agujas de
luz clavándose en la carne y dejando tras de su un orificio apenas perceptible
tras desvanecerse.
Por
un instante no sucedió nada.
“No me
digas que la hemos cag...”
La
cúspide de la pirámide destelló. Pero no era el rojo que delataba la carga de
un nuevo ataque en forma de haz de energía proyectada. Tres columnas de luz
naranja, azul y purpura emanaron de forma destructiva, reventando la corona de
la estructura y propiciando la aparición de grietas que comenzaron a descender
por todo el cuerpo de la enorme construcción.
Lo
que siguió fue... inesperado. Sabedores de la naturaleza de sus propios
ataques, los Riders habían estado a la expectativa de algo más explosivo. Algo
más violento. Pero en cambio, la pirámide pareció derrumbarse con una lentitud
casi ceremonial. Con fragmentos y gigantescos bloques de cristal negro cayendo
desde su cuerpo a tiempo que la parte central del constructo parecía
derrumbarse sobre si misma, como si estuviera hueca o una singularidad se
hubiese formado en su interior, absorbiendo hasta el último pedazo.
Finalmente,
toda luz desapareció. Los colores de energía de los Dhars se disiparon y el
rojo ensangrentado y luminoso de la cúspide se apagó tras unos lastimosos
parpadeos. De la pirámide apenas quedaba un tercio de su masa original. Lo
demás eran fragmentos inertes flotando de forma inofensiva hacia el exterior
del espacio. Otros pocos caerían al planeta, siendo consumidos por su
atmósfera.
“Menudo
timo”, musitó Avra.
“Bueno,
pero lo hemos...”, comenzó a decir Antos antes de verse interrumpido por un
bostezo, “Oh, mierda”, susurró.
“Yo
también lo noto”, dijo Armyos, “Los Dhars van a caer en un letargo de a saber cuántas
horas. Intentemos bajar hasta el lago improvisado que han dejado nuestras
hermanas. Los restos de energía del lugar podrán servir como recarga.”
“¿Y
eso es todo? ¿Quedarnos ahí tomando una siesta?”, preguntó Avra incrédula.
“No,
nuestros Dhars van a tomarse una siesta”, replicó Armyos, “Nosotros tres vamos
a purgar a todas las esquirlas que quedan en el planeta.”