No había demasiado tiempo para palabras, saludos o preguntas. No cuando una diosa más antigua que la civilización galáctica actual estaba intentando destrozarte a golpes y zarpazos.
En los preciosos segundos de paz que proporcionó la entrada en escena de los Riders restantes, Alma les transmitió mentalmente a través de sus lazos psíquicos con los Dhars todos los eventos relevantes de habían sucedido en las últimas horas, al menos desde su perspectiva. En tierra, con Alicia a su lado y un recuperado Sarkha, Athea hizo lo mismo, rellenando los huecos.
Huelga decir que un detalle en concreto fue especialmente chocante para los recién llegados Avra, Antos y Armyos.
“¿¡Que los garmoga qué?!”
La exclamación de Avra resonó simultáneamente en los lazos psíquicos y los canales de comunicación física entre los Riders, causando un incómodo efecto de eco.
“¡Ouch! Ese volumen, hermanita…”, dijo Antos.
“Podríamos pasar horas especulando sobre sus motivaciones, pero la Rider Green parece haberlos azuzado contra las esquirlas primero y contra ese gigante después”, explicó Armyos, “¿Cómo procedemos, Athea?”
Con Alma centrada en combatir de forma directa a Keket el mando había recaído sobre Athea, siendo la segunda mayor de la familia. Sobre la superficie, la Rider Black se encontraba subiendo de nuevo al lomo de su Dhar Komai, ayudando a la criatura a redirigir energía para regenerar la silla-módulo.
“Alma y la Rider Green se harán cargo de Keket. Nuestra prioridad es el gigante. Es a todos los efectos prácticos una esquirla y su objetivo es una asimilación directa del planeta accediendo al núcleo.”
“Cojonudo, así que centramos todo el fuego pesado en ese bicho del tamaño de una montaña”, dijo Avra. Casi podía oírse la anticipación en su voz.
“El problema real es Keket, pero para lidiar con ella tendríamos que ocuparnos de su sarcófago”, dijo Athea.
“¿La pirámide?”, preguntó Antos, “¿No podemos volarla como la otra que había en…”
“No”, replicó la Rider Black, “Aquella era un… facsímil, por decirlo de algún modo. Esta es un constructo unido a Keket. Hay un lazo que la une con el gigante y con la pirámide, esa especie de Canto que ha mencionado en ocasiones.”
“Como nuestros lazos psíquicos a través de los Dhars”, añadió Armyos, “Si conseguimos neutralizar la pirámide…”
“Dañará a Keket, lo suficiente para romper su concentración. Y eso podría contribuir a hacer más fácil terminar con la esquirla gigante”, continuó Athea, “Pero de momento tenemos que asegurarnos de que esa cosa no vuelva a hundir sus manos en la tierra…”
“Parece que Shin se está encargando de eso”, indicó Alicia. La hija de Rider Black seguía haciendo uso de la bio-armadura Glaive, pero parecía que por fin estaba llegando a sus límites. Athea observó con preocupación como una delgada capa de sudor estaba comenzando a perlar la frente de su hija y el rostro de la misma parecía estar comenzando a mostrar signos de no haber dormido un largo período de tiempo.
Y respecto a sus palabras… eran ciertas. Desde su primer asalto, el guerrero eldrea no había cesado de asestar golpe tras golpe contra el inmenso enemigo. Por desgracia, Shin carecía de capacidad de vuelo, así que tras cada salto para acometer contra Am Kek el supersoldado se veía obligado a básicamente descender en caída libre, lo cual lo dejaba vulnerable.
Am Kek era lento, pero paradójicamente rápido para una criatura de su tamaño. Ya fuese un movimiento calculado o por pura fortuna, en un momento dado el costado de su gigantesca mano alcanzó de lleno a Shin, arrojando al guerrero eldrea a miles de metros de distancia lejos del principal foco del conflicto.
“Maldita sea”, murmuró Athea, “Voy a subir con los demás. Alicia, ve a recoger a Shin y mantened las distancias. Y ve pensando en quitarte esa cosa, está empezando a quemar tus reservas…”
“Pero… podría ayudar…”
“Cariño”, comenzó Athea, “Aún con esa armadura ¿Te ves capaz de hacer algo contra esa cosa?”, preguntó, al tiempo que señalaba a la esquirla gigante. Am Kek había comenzado a arrodillarse de nuevo.
“No. Creo que no…”, musitó Alicia.
“Ve a recoger a Shin. Revisad la periferia y los puntos intermedios de la zona devastada. Es una posibilidad muy remota, pero si quedase algún civil superviviente en un área aislada o un bunker subterráneo…”
“Si queda alguien los sacaremos, mamá”, respondió Alicia, “Ve a hacer pedazos a ese monstruo.”
Athea asintió, lanzando una última sonrisa a su hija antes de que su casco se materializase de nuevo. La silla-módulo de Sarkha no se había regenerado por completo, pero dado que no iban a salir al espacio por el momento tendría que apañárselas.
El Dhar Komai de escamas de ébano y su jinete alzaron el vuelo en un vertiginoso despegue vertical. Para cuando se situó en posición, los demás ya había empezado sus ataques.
Avra fue la primera, riendo al hacer que su Dhar Tempestas comenzase a girar alrededor de Am Kek. Pronto, una auténtica tormenta de nubes y tornados se generó alrededor de la esquirla gigante. Los movimientos del ser se tornaron más lentos, más indecisos… era obvio que la tormenta había conseguido desorientarlo un poco pero no lo suficiente para frenarlo del todo. Sus manos se hundieron de nuevo en la superficie del planeta y sus dedos se tornaron raíces hundiéndose cada vez más hondo.
Armyos y Antos atacaron simultáneamente. Un gigantesco relámpago de energía anaranjada alcanzó de lleno a Am Kek en su costado izquierdo al tiempo que su costado derecho era bañado por una catarata de llamas de plasma de color púrpura, quemando su superficie. Pero el ser sólo cayó hacia adelante, aún aferrándose al planeta.
“¡Joder, no conseguimos hacerle daño de verdad!”, dijo Avra, “Y ataque más potentes que ese podrían mandar a la mierda medio hemisferio planetario…”
Athea se percató inmediatamente de cuál era el problema.
“Tenemos que ser quirúrgicos”, musitó, “¡Armyos, Antos, Avra! ¡Olvidaos de la cabeza y el torso! ¡Atacad las extremidades!”
Sincronizados como si fuesen casi una sola mente, los cuatro Riders se repartieron sus nuevos objetivos. Antos y Avra se centraron en el brazo derecho mientras que Armyos y Athea darían cuenta del izquierdo.
“¡Antos! ¡Voy a centrarme en el hombro! ¡Tu ve a por el codo!”, exclamó la Rider Blue.
“¡En ello!”
“Intentaremos lo mismo en nuestro lado Armyos”, dijo Athea, “Yo me haré cargo del codo”
“¡Entendido!”
Los Dhar Komai volaron alrededor de Am Kek, insectos en comparación dada la tremenda diferencia de tamaño. Pero eran insectos capaces de destruir planetas y Am Kek apenas era una colina particularmente alta. Los Dhars exhalaron sus alientos de energía, cargados al máximo hasta el punto de que las llamas eran más un bisturí de plasma solido cortando todo a su paso, cercenando la superficie de la piel del gigante y llegando a lo más hondo de su cristalino organismo.
Am Kek sintió el dolor, y a un kilómetro de distancia Keket gritó de nuevo al sentir su agonía a través del Canto al tiempo que repelía un nuevo ataque conjunto de Alma y Rider Green.
“¡No! ¡NO!”, gritó, con una desesperación inusitada. Para su desgracia, su intento de intentar acudir en auxilio de su criatura fue frenado en seco por un lanzazo de Rider Green seguido de un golpe de la cola de Solarys que arrojó a la reina a la superficie, formando un nuevo cráter en su impacto.
Algo parecido a una mezcla grotesca entre un aullido y el sonido de cristal quebrándose resonó desde Am Kek.
Su brazo derecho explotó a la altura del codo. El antebrazo cayó, disolviéndose al ser consumido por la energía del ataque de los Dhars, al igual que la mano aún hundida en la tierra. En su lado izquierdo, fue el hombro lo que estalló en millones de fragmentos cuando Armyos invocó un fortísimo relámpago combinado con el aliento de su Dhar. El brazo entero cayó al suelo, inerte. Su color cristalino negro se tornó gris y dio la impresión de comenzar a consumirse, a disolverse.
“¡JA! ¡Ha funcionado!”, exclamó Antos.
Am Kek se incorporó. La esquirla gigante parecía desorientada, dando vueltas sobre sí misma con pasos que retumbaban y causaban temblores en el suelo. Pronto, para consternación de todos, nuevas extremidades comenzaron a formarse en los puntos donde habían sido cercenadas.
“¡Oh, venga ya! ¡No me jodas!”, exclamó una indignada Avra, “¡Esto no se va a terminar nunca!”
“No, fijados bien…”, indicó Antos.
Am Kek estaba regenerando sus brazos, si. Pero, aunque de forma casi imperceptible para el ojo humano pero no para los sentidos de los Riders y los Dhars, la esquirla gigante había decrecido de tamaño.
“Se regenera consumiendo su propia masa”, dijo Athea, “Si seguimos así llegará un punto en que será mucho más pequeño y no podrá seguir con el proceso…”
“¡EVACUAD POSICIONES!”, interrumpió de repente la alarmada voz de Armyos. Los demás se movieron al instante nada más oír la advertencia, y se percataron inmediatamente de la gigantesca sombra que había caído sobre ellos.
“¿Eso es…?”, comenzó un pasmado Antos.
“Lo es”, respondió Athea, su voz marcada de nuevo por la severidad.
La pirámide de Keket, su sarcófago, se había dejado caer desde las capas más altas de la atmósfera a una velocidad que un objeto de su masa sólo podría alcanzar en el vacío del espacio para al final frenar en seco justo sobre Am Kek. La esquirla se inclinó hacia adelante y con un movimiento lento y delicado, la pirámide se posó sobre su espalda. Tentáculos de cristal negro emergieron del constructo y se hundieron en el cuerpo y torso de Am Kek. La masa de ambos comenzó a fundirse y el cuerpo de Am Kek recuperó algo de la envergadura perdida al tiempo que en su pecho se formaba una apertura circular con un resplandor rojizo similar al que hasta ese momento se había encontrado sobre la cúspide de la pirámide.
Athea maldijo en voz baja. Lidiar con Am Kek llevaría tiempo pero era algo viable, como acababan de demostrar. Pero si la esquirla se había fusionado con la pirámide y había tomado las propiedades de indestructibilidad de las que el sarcófago había hecho gala…
En la distancia, pese a estar enzarzada en su propio combate con las Riders Red y Green, Keket se permitió una risa de desquiciado júbilo.