Am Kek cesó de existir, y Keket sintió su angustia a través del Canto. Su pirámide, el contenedor de todas y cada una de sus esquirlas en un único ente murió y sólo dejó tras de sí el Silencio.
La Reina gritó.
Salvar a Am Kek era ya imposible. De forma instintiva, su cuerpo potenciado por su restaurada corona intentó redirigir toda la energía de la singularidad en sí misma. El aura dorada envolvió un cuerpo en el que ahora residía una mente quebrada. De un modo u otro Keket también había desaparecido dejando atrás a una criatura desesperada y sola. La autoproclamada diosa había caído presa de su propia ceguera, no supo ver un peligro real creyendo que sus actuales enemigos seguirían los mismos patrones del pasado.
Pero era obvio que los Riders jugaban con otro set de reglas, sobre todo si no tenían miramientos en hacer uso de aliados como la maquina responsable de la implosión generada por la reacción taumatúrgica de su dispositivo nuclear y las energías primordiales del constructo piramidal fusionado con sus retoños.
Keket siguió gritando, aún cuando todo el cuerpo de Am Kek se disolvió en torno a ella, aún cuando la energía generada por la reacción que poseía su cuerpo comenzó a calentar el aire a su alrededor de tal forma que pronto se vio envuelta por una burbuja de plasma.
Su cuerpo, otrora de cristal negro se había convertido en una marea de colores dorados, naranjas y rojizos cambiantes. Cientos de diferentes tipos de radiación nacían y morían en su interior, nuevos elementos eran creados y destruidos en cuestión de segundos en el mismo corazón de Keket.
Un resquicio de su consciencia tomó nota de ello. Un rastro de personalidad intentando restablecer algo de control. Intentando sobrevivir.
El aire pareció plegarse en torno a ella al tiempo que sus gritos cesaron. Partículas y fragmentos aún en estado de semi-solidez de los restos del cuerpo de Am Kek comenzaron a caer al suelo mientras Keket se mantuvo a flote, brillando como una estrella recién nacida.
Su cuerpo se había asentado en una extraña fosforescencia azul y plateada que la hacía asemejarse a sus Crisoles, los pobladores naturales de su mundo de origen masacrados por los garmoga. Su corona dorada había ennegrecido hasta asemejarse al antiguo cristal de su cuerpo y había crecido fundiéndose a su cabeza como si fuesen tres afilados cuerpos asomando desde su frente y desde sus sienes. Sus ojos brillaban con una luz blanquecina, lechosa, como cubiertos por una capa de niebla. Sus manos eran la otra única parte que conservaba la antigua negrura acristalada de su cuerpo original, pero lucían agrietadas y con sus dedos convertidos en afiladas cuchillas. A decir verdad, todo su cuerpo estaba en un estado constante de reconfiguración, con minúsculas grietas abriéndose y cerrándose continuamente, exhalando pequeños restos de fosforescente radiación y energía apenas contenida.
Era también tres veces más grande que su estatura normal. Nada al lado del titán montañoso de kilómetros de envergadura que había sido Am Kek, pero una figura humanoide de unos seis metros de altura seguía siendo algo poco común en la galaxia.
¿Y los Riders y sus aliados? Hasta aquel preciso momento solo pudieron mirar...
“Las lecturas de energía son… esto es imposible. Quizá si sea una diosa después de todo”, dijo Max. La voz mecánica de la unidad Janperson tembló al hablar, como conteniendo genuino nerviosismo ante lo que sus sensores estaban presenciando.
“¿Qué es lo que estamos viendo exactamente?”, preguntó Alma Aster. La Rider Red había emergido de la cápsula de su silla-módulo y se encontraba de pie sobre la cabeza de Solarys.
“La implosión, la singularidad… la ha absorbido y contenido dentro de su cuerpo. Pero no es una contención perfecta… Veo dos posibles escenarios en nuestro futuro.”
“¿Los cuales vendrían a ser?”, preguntó Armyos. Al igual que su hermana, su silla-módulo estaba abierta, pero permanecía sentado en su interior, sobre el lomo de su Dhar Komai, Volvaugr.
“La primera posibilidad es una estabilización plena. Keket consigue asimilar toda esa vorágine de energía mágica y radiación cósmica dentro de sí, consiguiendo un poder ilimitado”, comenzó Max.
“No me jodas, eso no es bueno”, interrumpió Avra, “¡Al final lanzarle el pepino atómico va a jorobarnos más de lo que estábamos!”
“Avra…”, intentó intervenir Athea, pero Max continuó hablando como si la Rider Blue nunca la hubiese interrumpido.
“Por fortuna para nosotros las posibilidades de eso son infinitesimales”, dijo Max.
“Ah, menos mal”, suspiró Avra.
“Es más probable que pierda totalmente el control, causando una desestabilización de la singularidad y un efecto cascada que derivaría en una nueva implosión consumiendo un setenta y cinco por ciento de la masa del planeta.”
“¡ESO ES PEOR, ME CAGO EN TUS MUERTOS!”
“¡AVRA!”
“MX-A3… lo siento, Max… ¿Alguna sugerencia?”, preguntó Antos.
“¿Aparte de una evacuación planetaria total?”
“Si, aparte de eso”, insistió el Rider Purple. Todo el hemisferio en el que estaban había seguido un proceso de evacuación, pero la mayoría de la población seguía en la otra cara del planeta a la espera de una resolución. El proceso de evacuación planetaria podría proseguir sin problemas, pero era imposible determinar si tendrían tiempo para salvaguardar a todo el mundo.
“Mmm, la contención es inadmisible, así que solo podríamos…”
“En caso de duda, arrojadla al espacio”, intervino Rider Green.
Todos se volvieron a mirar a la Rider renegada, que había seguido el ejemplo de Alma y se encontraba sentada sobre la cabeza de su Dhar Komai, Teromos. La Rider Green se limitó a encogerse de hombros ante el escudriñamiento de los demás.
“¿Qué? Solo digo que ahí afuera una implosión no causará el mismo daño material si solo tiene para absorber el vacío y restos de energía oscura. Si queréis estar seguros del todo movedla al espacio fuera del sistema solar…”
“Eso… eso podría funcionar´. Teóricamente”, dijo Antos, “El problema es cómo hacerlo… puede que un simple contacto físico con Keket pueda ser un detonante que la desestabilice.”
“Así que golpearla o intentar noquearla no sería buena idea”, dijo Avra.
“No podemos saberlo seguro”, dijo Antos, “Quizá si…”
“Pues alguien debería decírselo a Shin”, continuó Avra.
“¿Qué?”
Efectivamente, el supersoldado eldrea había hecho acto de presencia de nuevo en el campo de batalla, atravesando el aire en posición horizontal con su pierna extendida dispuesto a propinar una patada directa al cráneo de Keket. Fue cuestión de segundos. Aunque los Riders y sus Dhars reaccionaron al instante, la distancia era tal que no pudieron impedir el primer golpe. El pie de Shin golpeó de lleno a Keket.
La Reina Crisol acusó el golpe, su cabeza y cuello sacudidos por un latigazo al tiempo que el aire y plasma recalentado alrededor de ella se desplazaron con la fuerza del impacto. Pero aparte de eso, Keket no pareció sufrir ningún daño aparente ni se movió un centímetro de su posición. Es más, la Reina Crisol pareció actuar casi como si no hubiese sentido a Shin, ignorando al guerrero eldrea quien ahora caía libremente de nuevo hacia la carbonizada superficie bajo ellos dispuesto a saltar de nuevo hacia su enemiga.
Cosa que habría hecho de no ser interceptado por Avra Aster.
Durante su vuelo, la Rider Blue hizo que su serpentino Dhar Komai, Tempestas, comenzase a girar sobre sí mismo. En el momento oportuno y aprovechando la energía generada por la fuerza centrífuga, Avra abrió la capsula de su silla-módulo y se desprendió de su Dhar al frenar éste en seco lanzando a la Rider como un misil humanoide bañado por un resplandor azul que embistió de forma directa contra Shin en un brutal placaje que los arrojó a ambos al suelo.
“¡SHIN!”
“¿Avra Aster? ¿Qué…?” intentó preguntar el guerrero eldrea, desorientado y confuso por lo que parecía un asalto por parte de alguien a quien consideraba una aliada.
“¡No podemos golpearla! ¡Los cerebritos dicen que podría salirse todo de madre si la atacamos de forma directa!”
Sobre ellos, el resto de Dhars y la unidad Janperson rodearon a Keket, volando en torno suyo y manteniendo una distancia prudencial.
“¡Max!”, exclamó Alma, “¿Qué dicen tus sensores?”
“No parece haber ningún cambio significativo”, explicó la unidad Janperson, “El golpe de Shin no ha debido causar ningún desequilibrio serio. Aunque las lecturas de energía vuelven a salirse de las escalas…”
“La temperatura en torno a ella sigue creciendo”, dijo Athea, “Puede que no se haya producido ninguna desestabilización de toda la energía que contiene, pero la está manipulando de algún modo.”
“¿Estás segura?”, preguntó Armyos, “No parece estar consciente. Recibió esa patada directa a la cabeza y ni se ha inmutado.”
“Estar consciente y estar activo son dos cosas distintas”, dijo Antos, “Creo que está en alguna especie de trance, está concentrada, como si…”
“SI”, dijo Keket.
La voz de la Reina Crisol resonó como proyectada por mil gargantas, con una intensidad tal que los Dhars acusaron el impacto sónico.
“ASESINOS”, dijo, “OS HE ESCUCHADO. OS AGRADEZCO EL MOSTRARME EL CAMINO.”
“¿De qué demonios está hablando?”, susurró Avra, observando la escena desde el suelo con Shin a su lado.
La Reina Crisol comenzó a moverse. Cada movimiento era lento y calculado, acompañado por un sonido similar al de cristales haciéndose añicos o huesos quebrándose. Nuevas grietas exudando energía se formaron a lo largo y ancho de su torso y cuello al girar sobre sí misma para seguir con su vista a sus enemigos. La forma en que sus ojos se entrecerraron denotaba tanto ira como dolor. No había forma alguna de asegurarlo, pero Alma tuvo la impresión de que en aquel estado el más mínimo movimiento era una agonía para Keket.
“SOLO ME QUEDA LA VENGANZA. RECONSTRUIR MI IMPERIO, RECREAR A MIS RETOÑOS… TODO ESO SE HA PERDIDO. PERO SI NO PUEDO HACER ARDER TODA LA GALAXIA, AL MENOS ME ASEGURARÉ DE QUE SEA VUESTRO MUNDO QUIEN PAGUE.”
Los sensores de Max se volvieron locos. El vuelo de la unidad Janperson se volvió errático.
“¡Tenemos que moverla! ¡Toda su energía interna…!”
No hablo más. Un pulso electromagnético emergió de Keket como una burbuja en expansión. Los Dhars y sus Riders sintieron una leve desorientación, pero Max quedó noqueado a efectos prácticos. La unidad Janperson habría caído a plomo contra el suelo de no haber sido recogida por Adavante, el Dhar Komai de Antos.
“GRACIAS RIDERS”, continuó Keket, “SI SOBREVIVÍS, SABED QUE MI OSCURIDAD ERA UN VACÍO DE PAZ. LA QUE ÉL TRAERÁ SERÁ UNA NOCHE ETERNA OCULTANDO LAS FAUCES QUE OS DEVORARÁN.”
“¿De qué está hablando…?”, musitó Armyos.
Por su parte, Athea pudo ver como la Rider Green se tensaba por un minúsculo momento al oír las palabras de Keket.
Pero no hubo tiempo para más palabras o cuestiones. Keket extendió sus brazos y todos se prepararon para un inminente ataque. Los dedos convertidos en garras de la Reina Crisol brillaron a la luz del sol naciente en el pecho de ella.
Y fue ahí donde las dirigió, al dirigir sus propias manos hacia su torso, atravesándose a sí misma con sus garras y emitiendo su garganta un gemido de dolor, que de forma retorcida sonó casi placentero. Las grietas se multiplicaron sobre el cuerpo de Keket y emisiones de energía en forma de haces de luz multicolor comenzaron a emerger de su cuerpo al tiempo que un remolino parecía formarse en su vientre, distorsionando su torso y el aire en torno a él…
La singularidad en su interior había arrancado de nuevo y la implosión que consumiría tres cuartas partes del planeta era inminente.
El rostro de Keket estaba paralizado en una sonrisa. Era imposible para los demás saberlo, pero a efectos prácticos la Reina Crisol ya estaba muerta. Ajena a todo lo que la rodeaba. Por ello, no notó ni hizo ningún movimiento por zafarse de las enormes zarpas draconianas de escamas rojas envueltas en un aura carmesí que agarraron su cuerpo como si fuese una muñeca de trapo.
Y así, Alma Aster, Rider Red, y su Dhar Komai Solarys, volaron hacia las alturas más allá de la atmósfera, al vacío del espacio. Arrastrando consigo el cadáver de la otrora Reina de la Corona de Cristal Roto.