Iria Vargas había perdido totalmente la noción del tiempo.
Estaba casi segura de que ya debía ser mediodía, o puede que incluso más tarde. En la lejanía, el centro de la ciudad era visible y todos los refugiados en el apartamento con protecciones mágicas de Alicia Aster habían podido observar el devenir de la batalla.
La aparición de los Riders, cuando comprendieron qué eran aquellos resplandores multicolor en la atmosfera, fue recibida con un júbilo que contrastó fuertemente con el horror y terror constantes que habían atenazado a toda aquella gente. La aparición de la gigantesca esquirla (y dioses, era tan enorme que en apenas unos pasos podría estar junto a ellos) había causado que algunos de los miembros más impresionables se desmayaran o cayesen en un estado de shock.
Iria había mantenido la calma, en su mayor parte. Por su propio bien y por el de la niña gobbore que se había acurrucado a dormir a su lado. La pobre Syba solo había dejado caer lágrimas tras caer en un profundo sueño, un merecido reposo tras el día más horrible de su breve vida.
Max las había dejado. La unidad Janperson había solicitado permiso para asistir en la batalla e Iria no vio razón alguna para impedirlo. Era obvio que no quedaban ya esquirlas por las calles, e incluso sin el androide el edificio de Alicia estaba bien protegido. Podrían apañárselas y estaba claro que los Riders necesitarían toda la ayuda posible.
Lo observó todo. El descenso de la pirámide, su fusión con el ser, la explosión de energía… Iria quería confiar en que todo iría bien. Tenía confianza en los Riders, y en Alicia, y Max, y también en Shin. Y por encima de todo, confiaba en Alma.
Y pese a ello, sintió como si algo frio atenazase su corazón cuando vio el destello carmesí de Solarys y Rider Red elevándose a las alturas, llevando consigo aquello en lo que se había convertido Keket.
******
Su madre la había llevado al centro de la sala. Allí reposaba un
habitáculo lleno de líquido del que parecía emanar el resplandor rojizo.
Una figura pequeña, no mucho más grande que Alma, cubierta de sensores
y tubos de alimentación intravenosa flotaba en su interior. Era la fuente de la
luz.
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“¡¡Alma!! ¿¡Qué cojones te crees que estás haciendo!?”
El grito de Avra Aster pareció resonar a lo largo y ancho del erial en que se había convertido el centro de la megalópolis y capital planetaria de Occtei. La Rider Blue estaba aún sobre la superficie junto a Shin, mientras su Dhar Komai flotaba sobre ambos. La mirada del guerrero eldrea estaba igual de fija en las alturas que la de Avra, observando la draconiana forma de Solarys ascendiendo con la singularidad humanoide de Keket entre sus garras.
Era como si dos pequeñas estrellas, dos masas de luz roja y multicolor estuviesen entrechocando una contra la otra saliendo disparadas hacia las alturas.
A varios centenares de metros sobre ellos, el resto de Riders se encontraron compartiendo el sentimiento expresado por su hermana menor, aunque quizá de forma menos vocal.
“¿Pero en qué está pensando?”, musitó Antos. Había emergido de la silla-módulo en el lomo de Adavante y observaba las acciones de su hermana sacudiendo la cabeza.
Athea estaba intentando contactar con Alma a través del vínculo compartido entre los Dhar Komai, pero solo recibió impresiones de su mente y ninguna respuesta clara. Miedo, desesperación, determinación. Intentó indagar más, intento hacer un amago de subir allá arriba, con ella, y en su mente resonó un firme y rotundo:
NO.
Era la voz de Alma, pero parecía sonar combinada con otra voz. Una voz más… animalística. Athea se percató enseguida de que debía tratarse de Solarys. Su hermana y su Dhar Komai estaban hablando como una sola entidad.
“Creo…”, comenzó Armyos, “Creo que Alma sabe que de todos los Dhars Solarys es la que tiene más posibilidades de mantener un contacto cercano con…”
“¡No me vengas con esas, Armyos!”, dijo Antos, “¡No tendría que hacer esto sola!”
No, no tendría, pensó Athea, Pero
lo hará igualmente, no porque sea su trabajo ni por algo tan peregrino como
argumentar que este curso de acción es lo correcto. Lo hace porque es nuestra
hermana mayor.
“Su negación también ha resonado en vuestras mentes, ¿verdad?”, preguntó la Rider Black.
Sus dos hermanos intercambiaron una mirada antes de asentir.
“Entonces solo podemos confiar en ella y estar aquí para lo que pueda pasar”, dijo Athea.
“Deceleración”, dijo una voz mecánica junto a ellos.
La unidad Janperson MX-A3, Max, seguía junto a ellos. El androide había sido noqueado por un pulso electromagnético unos pocos minutos atrás y había sido recogido por Adavante, el Dhar Komai de Antos. Ya había despertado y se mantenía de nuevo en el aire por sus propios medios, después de que la bestia draconiana lo soltara con delicadeza. Sus sensores estaban fijos en el punto de luz ascendente que eran la Rider Red y su Dhar cargando con Keket.
“¿Max?”, preguntó Antos, “¿A qué te refieres con deceleración?”. Había algo en el tono del androide que preocupó al Rider Purple.
“Es… es casi imperceptible”, dijo Max, “Pero a pesar de que su velocidad de ascenso es suficiente velocidad de escape para abandonar la atmosfera, se está produciendo una deceleración. Solarys vuela más lento cuanto más asciende. Es un porcentaje ínfimo, pero…”
“Mierda, tenemos que contactar con el resto de la flota ahí arriba y que abandonen el sistema”, dijo Armyos.
“Oh, cielos. La masa…”, murmuró Antos, “La singularidad de Keket…”
“Alma y Solarys están arrastrando algo que debe comenzar a pesar casi como un pequeño planeta”, terminó Athea.
Ninguno de ellos se dio cuenta de que Rider Green y su Dhar Komai, Teromos, habían abandonado el lugar.
******
El mariscal Akam podía oír a través de los canales de comunicación como un ambiente de celebración había comenzado a extenderse por la flota al ver la desintegración de aquella infernal pirámide y de la criatura con la que se había fusionado, llevándose consigo además a aquel enjambre garmoga.
Pero la situación aún no estaba bajo control.
Todos los sensores de la nave, de todas las naves, se convirtieron en una cacofonía de señales de alarma sonoras y visuales. Lecturas de radiación ascendían desde el planeta como si un segundo sol en miniatura se estuviese acercando a ellos.
¿Qué infiernos es eso?, pensó.
“¡Señor!”, exclamó el oficial de comunicaciones, “¡Señal de emergencia desde la superficie enviada por los Riders! ¡Recomiendan que la flota se retire de órbita!”
Akam sintió de nuevo algo amargo subiendo a su garganta. Una vez más, los Riders llevando la voz cantante. Una vez más las fuerzas del Concilio siendo incapaces de demostrar su valía, dependientes de un puñado de individuos.
Por un segundo sintió el impulso de negar la petición. De dar la orden de interceptar al objetivo en ascenso. De hacer algo.
Pero solo duró un segundo y Akam se limitó a dar la orden de retirada a toda la flota, cayendo sobre su asiento, cabizbajo y pensando en si aún sería mariscal al día siguiente tras los desastres de los últimos cuatro días.
******
Alma le preguntó a su madre si era un lagarto, como los que había visto
en sus digilibros. Parecía un lagarto, pero más grande, y con alas. Su madre
rió. Le dijo algo, pero no lo escuchó bien, todo a su alrededor se estaba
tornando borroso, pero pudo distinguir una palabra.
Solarys.
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Alma sentía frío.
Era calor, realmente, y era Solarys quien lo sentía. Pero el vínculo entre ambas permitía a la Rider Red experimentar todo lo que estaba sufriendo su Dhar Komai. Y el calor era tal que las terminaciones nerviosas de ambas apenas podían asimilarlo. Por ello, una sensación de frio antinatural bañaba su cuerpo.
Solarys mantenía los restos de Keket entre sus zarpas. La Reina de la Corona de Cristal Roto ya estaba muerta pero Alma juraría que aún podía oír su risa, sonando más casi como el quejido quebrado de un fantasma satisfecho. Su cuerpo, otrora cristalino y negro, era ahora una masa de plasma multicolor que fundía las escamas de la draconiana bestia que la sostenía. La singularidad en su interior no crecía en tamaño pero si en potencia y en masa.
Alma podía sentir el peso. Solarys estaba usando casi la misma energía que en un vuelo supralumínico normal las habría puesto cerca de los bordes del sistema solar en pocos minutos, pero apenas estaban abandonando el área orbital de Occtei. El cuerpo de Keket debía ser casi como una pequeña luna o planetoide si toda la tensión en los músculos y extremidades de Solarys indicaban algo.
Alma tuvo que reprimir un grito, mordiéndose la lengua, cuando a través del vinculo notó como los músculos de la Dhar se desgarraban internamente y los huesos se cubrían de fisuras. Notó como las escamas en torno a los brazos y pecho de Solarys se carbonizaban. La piel rojiza de la bestia se tornó de un blanco incandescente en las áreas afectadas.
Pero Solarys no cesó, no soltó su carga, ni por un momento emitió un quejido.
Solo un poco más, peque. Solo un poco más… Pronto será suficiente
distancia, solo tendrá vacío para absorber. En Occtei solo verán un espectáculo
de luces nocturno durante unos días… Solo un poco más.
Alma repetía el mismo mantra una vez y otra, y otra… Solo habían sido unos pocos minutos pero parecían una eternidad y las palabras estaban cesando de tener significado.
Solo un poco más… podremos soltarla y…
La singularidad comenzó a temblar en las manos de Solarys. Emisiones de rayos gamma y otras radiaciones desconocidas atravesaron el cuerpo de la Dhar, calcinando partes de su organismo al instante. La singularidad contenida en los restos del cuerpo de Keket estaba revirtiéndose, comenzando a emitir en lugar de absorber.
Ah, pensó Alma, casi delirando por el dolor, Así que va a ser una explosión después de todo. Es bueno volver a lo
tradicional…
Debían alejarse más pues. Más allá de las lunas de Occtei. Más allá de las órbitas de los dos siguientes planetas del sistema. La masa de energía que arrastraban seguía siendo un ancla monstruosa, pero Solarys emitió un rugido mudo en el vacio espacial y un aura rojiza la envolvió.
Un último esfuerzo, un último impulso.
Brilló, más luminosa que nunca. Como una estrella roja. La Dhar Komai voló como un cometa atravesando la oscuridad de la noche. Occtei era ya solo un punto en la lejanía.
Más lejos. Más lejos, peque. Más lejos. Podremos soltarla y volver, pero tenemos que llegar más lejos.
Algo cruzó la mente de Alma. Algo que no venía de ella sino de su Dhar. Una impresión, un pensamiento, un sentimiento, un instinto. Debían llegar más lejos, pero no podrían soltar su carga. Debían asegurarse. No iban a volver. Debían asegurarse, llevarla más lejos, sostenerla hasta el final, lo más lejos posible.
Llevarían aquella bomba hasta el final, no podían volver. Tenían que ir lo más lejos posible y eso significaba seguir volando hasta el mismísimo final.
¿Solarys?
La única respuesta que recibió Alma fue el equivalente psíquico a dos manos cálidas posándose sobre sus hombros, a dos brazos envolviéndola en un abrazo.
La cápsula de la silla-módulo se abrió.
¿Cómo? Yo no he…
Y entonces, por primera vez, palabras. Toscas, guturales, resonando en el fondo de su mente como pronunciadas por una garganta aún aprendiendo a hablar.
IR. MARCHAR.
¿Solarys? ¿Qué…?
EXPLOSIÓN. ALMA MARCHAR. SOLARYS EXPLOSIÓN.
Alma no había abierto la silla-módulo. Fue Solarys. Iba a…
No... ¡Solarys, no!
Alma Aster sintió la concentración de energía que comenzó a envolverla. Intentó luchar contra ello, pero Solarys parecía haber sacado más fuerza de voluntad a pesar de todos los daños que seguía sufriendo. Un aura carmesí envolvió a la Rider Red, pero no era la que ella había usado en combate. Provenía de Solarys. La energía la estaba moviendo, levantando, empujando fuera de su posición dentro del habitáculo de la silla-módulo.
ALMA MARCHAR.
¡Solarys, no! ¡Podemos hacerlo juntas! ¡Solo un poco más, Solarys!
¡Podremos volver juntas!
ALMA. NO. MARCHAR.
Alma Aster sintió como si una fuerza invisible la golpease al mismo tiempo que el aura de energía rojiza aumentaba en intensidad. La Rider Red se encontró de pronto flotando y a punto de salir despedida de la silla-módulo al vacio espacial. Se agarró en el último momento con su mano al borde de la cápsula situada en el lomo de la Dhar.
¡No pienso dejarte, Sol! ¡No voy a dejarte!
ALMA VIVIR.
¡SOLARYS!
TE QUIERO.
Una luz roja estalló frente a los ojos de Alma Aster. Sintió como si la hubiesen golpeado en la cabeza y por un segundo perdió la más mínima noción de donde se encontraba. El aura carmesí la envolvió en torno a todo su cuerpo y la arrojó al vacío del espacio, expulsándola de la silla-módulo, separándola de Solarys.
Y en ese momento, la singularidad se revirtió completamente, y aquel rincón del espacio fue bañado por una explosión de luz blanca.
Y un rápido destello esmeralda.
******
“¿Alma? ¿¡Alma?!”
Antos Aster repitió la llamada una vez más, intentando usar los sistemas de comunicación en su casco. El vínculo con los Dhar Komai no funcionaba. Solarys no respondía.
Los demás Riders y Dhars, Max, Shin y Alicia, ya fuera de la Glaive, se habían reunido sobre la superficie cristalizada del planeta, exactamente en la localización que otrora había albergado la sede de los Rider Corps en el erial que era ahora gran parte de la capital planetaria de Occtei.
A pesar de la distancia y aún a ser de día, el resplandor de una explosión fue visible en el cielo.
“La inestabilidad”, dijo Max, “Puede que fuese por el movimiento o por el contacto directo con la Dhar Komai, pero es posible que la singularidad sufriese una reversión de su polaridad y…”
“Ahora no es el momento para jerga técnica, Max”, susurró Alicia Aster.
“Pero… pero si al final ha sido una explosión, entonces la señorita Aster…”
“¡Ah ah ah!”, gritó Avra Aster, “¡No nos vengas con esas! ¡Ni se te ocurra! ¡Estará bien!”
La Rider Blue volvió a girarse, ignorando a la unidad Janperson y a su sobrina, cruzándose de brazos, “Alma estará bien”, susurró.
Junto a ella, Shin hizo un amago de posar su mano sobre el hombro de la Rider Blue, pero se detuvo en el último momento. El guerrero eldrea notó como Athea Aster se había tensado, su mirada clavada en las alturas. No fue el único.
“¿Athea?”, preguntó Armyos. El Rider Orange sabía que su sombría hermana tenía quizá los sentidos más agudos de toda la familia.
“Algo se acerca, está…”, comenzó a responder la Rider Black, antes de interrumpirse al ver lo que se aproximaba.
Teromos, el Dhar Komai esmeralda de la Rider Green, descendía desde lo más alto envuelto en una suave aura verde que no parecía tener las mismas propiedades venenosas de las que solía hacer gala habitualmente. Fue aminorando su velocidad a la par que descendía. Sostenía con sus garras a una figura draconiana ligeramente más grande, inmóvil, blanca y negra y humeante, con alas amputadas.
“Oh, dioses”, musitó Athea.
Avra se llevó una mano a la boca, conteniendo un sollozo. Antos observó incrédulo, como si no confiase en sus propios ojos. Armyos tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse caer de rodillas.
Todos sus Dhars comenzando a emitir un lamento, un sonido quedo pero intenso.
Teromos descendió, posando los restos de Solarys con suavidad en el suelo. Fue en ese momento cuando se percataron de que Rider Green estaba en pie sobre el lomo de la Dhar caída, sosteniendo a…
“¡Alma!”, gritó Avra, corriendo hacia ellas, “¡Suéltala, hija de puta! ¡Ni se te ocurra tocarla!”
“¡Avra, espera!”, gritó Armyos, intentando frenar sin éxito a su hermana pequeña. La Rider Blue se abalanzó contra la Rider Green cuando esta descendía a la superficie, dispuesta a golpearla con sus manos desnudas. Lo hizo claramente sin pensar en cómo aquello causaría que su hermana inconsciente cayese al suelo. Por fortuna, la Rider renegada volvió a hacer gala de sus reflejos y detuvo el golpe de Avra, sujetando el puño de la Rider Blue y frenando el avance de esta de golpe.
La Rider Green no parecía furiosa, ni irritada. A metros de distancia y también acercándose, Athea Aster se habría atrevido a afirmar que parecía… apesadumbrada.
“No es el momento, niña”, dijo la Rider renegada, sosteniendo con solo uno de sus brazos la figura inerte de Alma Aster, “Tu hermana está viva. Os va a necesitar.”
La ira pareció esfumarse de Avra cuando posó sus ojos sobre Alma. El casco de la Rider Red había desaparecido. Lo mismo había sucedido con sus cabellos, su larga melena ondulada ahora apenas unos pocos brotes de rizos de pelo sobre su cráneo. Una quemadura cubría parte del lado izquierdo del rostro de Alma, subiendo hasta el cuero cabelludo. Su armadura estaba llena de fisuras y grietas humeantes y su color rojo estaba apagado, casi rozando tonos grisáceos.
Avra no dijo palabra alguna cuando la Rider Green soltó su puño y posó a Alma Aster con delicadeza en el suelo, junto a Solarys.
Los demás llegaron en ese momento. Cualquier intención que hubiese de obtener respuestas de parte de la Rider Green se esfumaron cuando la renegada saltó con un destello de luz al lomo de Teromos y el Dhar Komai verde emprendió el vuelo, dejando atrás a todos los presentes.
Avra se había arrodillado, sosteniendo la cabeza de Alma sobre su regazo. Los demás Riders y Alicia Aster la rodearon. Max y Shin, por su parte, mantuvieron una distancia respetuosa.
“¿Está…?”, comenzó Antos.
“Está viva”, respondió Avra, “Pero algo va mal, no sé qué…”
La interrumpió un gruñido suave pero profundo, un temblor que recorrió suavemente el suelo bajo sus pies. Los Riders y Alicia se volvieron hacia la caída Solarys. La Dhar Komai, a quien creían muerta se había movido levemente y los observaba con un ojo que aún conservaba su color escarlata.
Y entonces, con un grito ahogado como intentando tomar aire, Alma Aster despertó, incorporándose de golpe como impulsada por un resorte.
“¡Joder!”, gritó Avra, cayendo al suelo.
“¡Alma!”, exclamó Athea, ayudando a levantarse a la Rider Red. Pero Alma los ignoró una vez estuvo en pie, andando a trompicones, casi dando vueltas sobre sí misma completamente desorientada, hasta que su mirada se posó sobre Solarys.
“…arys…”, pronunció, con voz ronca y afónica, “No…”
Las escamas carmesí de la Dhar eran ahora un mapa de quemaduras, escamas ennegrecidas o fundidas en tejido blanco cicatricial. El aura carmesí que solía envolverla se había esfumado completamente, siendo lo único rojo que quedaba el ojo inyectado en sangre ardiente que observaba lloroso a su Rider.
Alma avanzó con torpeza hasta situarse frente a la cabeza de Solarys, devolviéndole la mirada. Los demás se limitaron a observar, sin saber muy bien qué hacer. El lamento del resto de los Dhar Komai se intensificó.
Alicia Aster reprimió un escalofrío al tiempo que se acercó a su madre. Alicia no tenía un lazo directo con las bestias, pero aquello parecía un canto fúnebre.
“Solarys”, repitió Alma, acariciando las escamas de la Dhar. Sus dedos dejaron un surco sobre la piel de ésta, que se deshizo como si fuesen cenizas apiladas. Alma reprimió un sollozo.
“Tonta. Lagartija tonta, Sol”, dijo, “¿Por qué, peque? ¿Por qué?”
Su única respuesta fue un quejido grave de la dañada garganta de la Dhar Komai y una última mirada antes de que su ojo se cerrase, perdiendo su brillo escarlata por última vez. El cuerpo de Solarys comenzó a brillar hasta ser casi una masa de luz blanquecina que comenzó a fragmentarse y disolverse en partículas, ascendiendo en el aire para esfumarse.
Al mismo tiempo, la armadura de la Rider Red comenzó a volverse más tenue. No se desmaterializó como cuando los Riders lo hacían de forma voluntaria o por agotamiento de energías. La armadura perdió densidad, ganando transparencia hasta que finalmente se limitó a desaparecer, dejando a Alma Aster solo con las ropas que usaba bajo ella.
Alma lloró. Extendió sus manos, intentando tocar a Solarys de nuevo, pero solo atravesó luz intangible, y pronto no hubo nada más cuando finalmente la bestia draconiana se disolvió por completo. Donde unos instantes antes había reposado el cuerpo de la mayor de los Dhars, ahora solo quedaba vacío.
Alma Aster cayó al suelo, golpeándolo con sus rodillas. Sintió los pasos apresurados de su familia. Sintió el peso de sus cuerpos cuando la abrazaron. Oyó sus llamadas, sus lágrimas y su dolor. Sintió el calor de sus propias lágrimas sobre sus mejillas.
Sintió todo eso, pero no sintió nada.
Su Dhar Komai, su Solarys, había muerto. Y la conexión de Alma Aster con el Nexo había sido cercenada como resultado.
Rider Red había cesado de existir.
******
La pequeña Alma tocó el cristal y casi pudo sentir el calor de la
criatura.
Solarys.
Iba a ser su compañera. Lo sabía.
Era tan pequeña, flotando allí sola, que Alma se prometió a sí misma
que la cuidaría para siempre.