“Matadlos.”
La Reina Crisol salió disparada hacia
las alturas, volando a los cielos con una detonación de poder explosivo al
desplazar una gran masa de aire con su
brusco movimiento.
Al mismo tiempo, las cinco coloridas
esquirlas de la Guardia Real se arrojaron contra los Riders.
La velocidad a la que lo hicieron fue
tal que se produjo un explosivo desplazamiento del aire a su alrededor y de la
tierra bajo sus pies. En cuestión de milésimas de segundo, los Riders habían
hecho lo mismo, desplazándose para evitar el ataque y cualquier contacto
directo con las coloridas esquirlas.
Los combatientes de distribuyeron a lo
largo y ancho de distintos puntos del cráter convertido en campo de combate.
Alma intentó transmitir mentalmente de
nuevo a través del lazo que todos compartían con sus Dhars lo imperativo que
era evitar un contacto físico con las esquirlas. Tenía esperanzas de que sus
hermanas y hermanos lo tuviesen presente, tanto como ella en aquel momento.
Casi a modo de burla o cruel ironía,
la esquirla roja de la Guardia Real es la que se había arrojado contra ella. La
abominación cristalina saltó tras Rider Red aún cuando estaba intentaba
mantener las distancias. No parecía importar cuánto corriese, saltase ni en qué
dirección se moviese o intentase despistar al ser. La esquirla le pisaba los
talones constantemente.
No golpeaban con sus puños cerrados
sino con sus manos extendidas, sus dedos convertidos en puñales de afilado
vidrio. Alma recordó el diagnóstico de Iria cuando Antos fue agarrado en su
brazo por la víctima reanimada de la primera Esquirla que encontraron. El contacto
de los seres actuaba como un alérgeno taumatúrgico sobre el campo mórfico que
unía a los Riders con el Nexo del Poder. Un contacto prolongado o una herida
profunda podría derivar en una pérdida de sus poderes y luego la muerte, un
ataque metafísico rasgando el cuerpo y el alma al mismo tiempo.
Pero un Rider no podía luchar todo el
tiempo a la defensiva o esquivando golpes continuamente. Por eso, tras un
último salto para ganar unos pocos metros de distancia, Alma materializó a su
espada Calibor con un destello carmesí. Había comenzado a dar un tajo
horizontal antes de que el arma se solidificase del todo, esperando poder
atinar de lleno a la cabeza de la esquirla roja cuando esta saltó tras ella.
El ser hizo gala de unos reflejos a la
altura de los de los Riders, contorsionándose e inclinándose hacia atrás sin
frenar su avance. Calibor pasó rozando justo por encima de su inexistente
rostro y la esquirla se enderezó de nuevo como impulsado por un resorte, con
las garras de su mano izquierda volando hacia el costado desprotegido de Alma.
Alma saltó, estirando su cuerpo en
posición horizontal y notando el aire siendo desgarrado por la esquirla donde
unos segundos antes habría atinado a sus costillas. Giró a Calibor en su muñeca
y abrió la mano. La espada salió disparada, como impulsada por un golpe de
poder, y se clavó sobre el hombro izquierdo de la criatura.
El arma mórfica reaccionó en el
contacto con el ser y se produjo una pequeña explosión al detonar en una
descarga de energía. Alma rodó por el suelo dos, tres veces antes de
incorporarse y volver a manifestar a Calibor de nuevo en sus manos.
La esquirla solo había caído de
rodillas y ya se incorporaba de nuevo. Su hombro derecho humeaba y presentaba
brillantes grietas, pero estás parecían reducirse a cada segundo.
Bueno, se dijo
Alma, Está claro que esto no va a ser
sencillo.
Alma plantó sus pies en el suelo, agarró
firmemente su espada con las dos manos y tomó aire. Un aura rojiza comenzó a
brillar a su alrededor al mismo tiempo que la esquirla se abalanzaba de nuevo
contra ella.
******
Hubo una excepción en el ataque
inicial que hemos pasado por alto.
Cuando las esquirlas de la Guardia
Real saltaron contra los Riders, Avra Aster no retrocedió para esquivar el
ataque. Avanzó riendo y enarbolando su espadón Durande y fue la esquirla de
color azul la que tuvo que retirarse en el último segundo para no ver su torso
partido en dos nada más comenzar el enfrentamiento.
La dinámica del combate desde ese
momento consistió sobre todo en la Rider Blue golpeando de forma continua y sin
dar cuartel, el brillo azulado y eléctrico de Durande dejando un rastro de vistosas
estelas de luminosa energía en el aire. Era la esquirla azul la que se veía
obligada a retroceder y maniobrar constantemente para evitar un golpe directo
de la Rider. Pero tras la sorpresa inicial, la esquirla parecía haber
recuperado su confianza.
Se percató, no sin cierta satisfacción
malévola, que Avra parecía golpear sin ton ni son, sin medir su fuerza, con
golpes amplios y potentes. Podía ver como la Rider perdía precisión y velocidad
a cada segundo. Podía ver como se agotaba, como era mera cuestión de tiempo de
que a la Rider le fallasen los reflejos o dejase un punto vulnerable al
descubierto.
Y así ocurrió. Avra dio un enorme tajó
horizontal que la esquirla azul esquivó agachándose al tiempo que avanzaba
hacia adelante. La Rider Blue levantó su espada en vertical, dispuesta a
propinar un terrible golpe descendente, pero la esquirla era más rápida y ahora
tenía un blanco directo hacia el vientre y pecho de la Rider. Sus garras
parecieron volverse más afiladas al tiempo que volaban dispuestas a penetrar la
armadura de su oponente.
Fue entonces, cuando la esquirla
estaba ya a pocos centímetros de alcanzar su objetivo, que pudo Avra Aster
sonrió bajo su casco.
Y estalló en un destello de luz azúl,
dejando tras de sí un vacío como lo único que la esquirla pudo golpear.
Seguido de un segundo destello
luminoso y una explosión de poder y aire desplazado que golpeó a la esquirla
por la espalda como un puño gigante, arrojando al ser al suelo a varios metros
de distancia.
La criatura se incorporó al tiempo que
la voz de Avra Aster llenó el campo de batalla.
“Déjame adivinar, estabas tan segura
de que iba a pifiarla que se te olvidó completamente que podemos teleportarnos,
incluso en distancias cortas.”
La esquirla azul, de nuevo en pie,
extendió sus garras y se inclinó hacia delante, dispuesta a saltar de nuevo
contra la Rider Blue. Podía percibirse la irritación en su lenguaje corporal.
Avra respondió materializando de nuevo
a Durande y posando el espadón de forma relajada sobre sus hombros al tiempo
que hacía un gesto de invitación con su mano izquierda.
“Ven para aquí, que te voy a dar lo
tuyo.”
******
Antos no estaba asustado.
Aprensivo quizás. Cauto, desde luego. Pero
no asustado.
Es solo que de toda su familia él era
el único que había sufrido en sus carnes el contacto con una esquirla, por
breve que resultase. Lo recordaba con más claridad que cualquier herida o
ataque sufrido en sus combates contra los garmoga. Su armadura siseando
humeante, la sensación como de miles de agujas clavándose a lo largo y ancho de
todo su sistema nervioso, el efecto prolongado durante casi una semana que dejó
un entumecimiento fantasmal en su extremidad…
Al Rider Purple no le hacía ninguna
gracia la posibilidad de repetir la experiencia, y menos con aquel pedazo de
cristal rosado y pulido de forma humanoide que se había arrojado contra él con
un ímpetu envidiable. En otras circunstancias se habría sentido halagado.
Por suerte, su lanza Gebolga le
permitía mantenerse a distancia y evitar las embestidas de la esquirla tanto
como arremeter con sus ataques propios. Por desgracia los reflejos de la
criatura parecían estar a la altura de los suyos y hasta ahora ni siquiera
había podido rozarla.
Todo el combate había derivado en una
coreografía mortal de fintas, esquivas, acometidas y falsos ataques. Una danza
en espera de ver quién de los dos sería el primero en dar un paso en falso.
La esquirla debía saberse confianza. A
cada minuto parecía poder acercarse más y más. El ser parecía estar aprendiendo
los patrones de combate de Antos a un ritmo alarmante, y pese a la intensidad y
velocidad a la que se movían –un espectador normal apenas vería borrones de
color entrechocando entre sí– la criatura no parecía dar signo alguno de agotamiento. Sus
movimientos eran igual de precisos ahora que al comienzo de la contienda.
Esa confianza llevó al ser a intentar
dar un nuevo giro a su ofensiva. Esquivando un ataque de Gebolga, la esquirla
rosa se hizo a un lado y agarró la lanza con fuerza, con la intención de tirar
de ella y desequilibrar al Rider Purple o atraerlo hacia sí misma para poder
propinarle por fin un ataque directo.
Esas eran sus intenciones. Eso es lo
que hubiese hecho en vez de emitir un chillido de agudo dolor cuando la lanza
de Antos se cubrió de espinas afiladas y curvadas que atravesaron los tejidos
cristalinos de su mano para desgarrarlos al separarse del arma. Y esta vez fue
Antos el que pudo presionar en su ataque, con Gebolga lisa en el punto en que
él la agarraba pero convertida su asta en una estilizada masa de púas y garras afiladas
a lo largo del resto de su superficie.
Antos sonrió. Rider Purple no estaba asustado. Solo
había sido cauto.
******
Mantenerse a la defensiva con un arco
requería una velocidad y reflejos superiores a los de cualquier otro Rider.
Para desgracia de Athea Aster, la
esquirla de cristal negro –la única de la Guardia Real que conservaba el color
de las esquirlas comunes de Keket– estaba demostrando estar a su altura y ser
tan escurridiza como una sombra.
Athea había estado disparando flecha
tras flecha desde el comienzo del combate y sin dejar de moverse en ningún
momento al tiempo que la esquirla corría tras ella, esquivando los cientos de
proyectiles arrojados en su contra a vertiginosa velocidad. No importaba la
cantidad de flechas, ni su rapidez, ni como curvasen sus trayectorias en el
aire… el ser siempre parecía poder evitarlas.
Toda la situación era menos un combate y más una
persecución, una carrera mortal en la que uno de los competidores debía abatir
a su oponente antes de que este pudiese recortar lo suficiente las
distancias para asestar un golpe letal.
Porque si la esquirla conseguía acercarse
lo suficiente para ello, Athea tenía muy claro que iba a ser algo difícil desviar
golpes con un arco, por mucho que dicho arco fuese una creación de energía
materializada.
En un momento tuvo que bajar el ritmo.
Notaba sus dedos arder de tanto conjurar la energía para generar sus
proyectiles, y esa milésima de respiro bastó para que la esquirla avanzase de
forma prodigiosa, situándose frente a Athea con sus oscuras garras extendidas
de forma directa a la garganta de la Rider Black.
Athea se dio cuenta de que podría
disparar, una sola flecha, y a esa distancia no fallaría, pero tampoco frenaría
a tiempo la inercia del ataque y la esquirla como mínimo la rozaría en un
contacto directo que la Rider no se podía permitir.
Efectuar un destello para teleportarse
era otra opción, pero temía el desgaste de energía que conllevaría. De todas
formas, era la única forma de salir ilesa de aquel aprieto…
La decisión quedó fuera de sus manos
cuando un martillo anaranjado rebosante de energía pasó justo al lado de la
cabeza de Athea y golpeó a la esquirla negra de lleno en su cristalino rostro,
arrojando a la criatura por los aires con un trueno.
Enterrando su sorpresa y sabiendo de
forma casi instintiva que hacer, Athea generó dos flechas en su arco Saggitas y
disparó tras girar sobre sí misma.
Aproximadamente a un centenar de
metros pudo ver a su hermano Armyos, Rider Orange, aún con su brazo extendido
tras arrojar su martillo Mjolnija. Las flechas de luz oscura de Athea volaron
hacia él en centésimas de segundo y pasaron cada una a un lado de su cabeza,
para converger detrás de él e impactar de lleno contra la esquirla de cristal
amarillo que intentaba atacarlo por la espalda.
Armyos hizo un gesto de saludo al
tiempo que su martillo se materializaba de nuevo en sus manos. Athea saltó
hacia él, y los dos Rider se giraron poniéndose espalda contra espalda.
“Algo me dice que terminaremos esto
antes si nos coordinamos”, dijo Armyos.
Athea asintió, ignorando el dolor en
la punta de sus dedos y generando una nueva flecha. Debían reagruparse si
querían llevar a cabo un contraataque efectivo.
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